2. Nadie suele caerme bien

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Los chicos altos y grandes me producían miedo hasta que conocí a Will

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Los chicos altos y grandes me producían miedo hasta que conocí a Will. Entonces, empezaron a darme terror y otra emoción que no voy a decir. Tuve que pedirle que me llevara al baño. Me levantó como pesara menos que el aire y me dejó en el servicio. La cercanía hizo que mi corazón latiera más rápido, pero también me sentí aliviada al no tener que caminar.

Will abrió la llave de la ducha y ajustó la temperatura del agua, había algo en su postura relajada que hacía que mi corazón se acelerara.

—¿Quieres que me quede contigo?

—Will, no creo que sea buena idea... —respondí, intentando pensar en mis pobres partes bajas.

—Vamos, Rubita.

—No, Pelirrojo. Apenas puedo caminar.

—Hay que ahorrar agua —dijo con su tono juguetón.

Lo miré de reojo, intentando mantener la compostura antes de decir:

—Siempre tan ecologista... justo antes de tirar colillas al suelo.

Will soltó una risa baja, burlona, ​​y se encogió de hombros como si no le importara en absoluto.

—Ah, claro. Porque un par de colillas van a acabar con el planeta, ¿verdad? —contestó con sarcasmo—. Pero bueno, me esforzaré en compensar mis malos hábitos —añadió, acercándose para susurrar en mi oído—. Podríamos empezar a compartir el agua... de la ducha.

Yo contuve una sonrisa nerviosa. Luego, suavizó su expresión y, en un tono casi dulce, agregó como un niño pequeño:

—¿Puedo? Te prometo que solo nos ducharemos.

Ese chico alto, hermoso e intimidante podía ser también adorable. Yo era débil cuando se trataba de él, pero parte de la culpa era suya. Era imposible negarme con ese físico, una voz tan profunda y una sonrisa provocativa. Cualquiera en mi situación habría cedido.

Will me ayudó a quitarme la ropa. El calor subió a mis mejillas mientras él se desnudaba también. Sus movimientos eran fluidos y naturales. Él entró tan tranquilo a la ducha, como si hiciéramos eso cada día. Yo, por mi parte, tenía una sensación extraña entre el júbilo y el terror.

El agua caía en cascada, mezclada con el olor a jabón. El vapor llenaba la cabina de la ducha, envolviéndonos en una burbuja cálida y húmeda. Los músculos se relajaban bajo el chorro y el dolor disminuyó poco a poco. Will se colocó detrás de mí, sus manos firmes masajearon mis hombros y espalda. Era como si supiera dónde aplicar presión y dónde ser más suave. Mi cuerpo respondió a su toque, relajándose cada vez más. Apoyé la cabeza en el pecho de Will y disfruté tanto del ritmo constante de su respiración como del sonido relajante del agua.

No era la primera vez que me duchaba con él, pero estaba más tranquila y me dieron ganas de jugar, a pesar del cansancio. Era difícil no volverse loca con él cuando estaba tan cariñoso y, por primera vez, lo sentía mío: mi pareja, mi novio, mi chico. Me di cuenta de algo y me sonrojé de solo planteármelo.

Hecha sin Límites (Segunda parte de «Hecha de Estrellas»)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora