El océano estaba en calma, casi como si el mismo mar contuviera la respiración ante lo que estaba por suceder. La luna llena reinaba en el cielo, bañando con su luz plateada las olas suaves que se deslizaban perezosas hacia la orilla. El barco del capitán Bakugō se balanceaba ligeramente sobre el agua, las velas recogidas para que el barco permaneciera quieto en medio del vasto y oscuro mar.
Bakugō, con su semblante serio y sus ojos afilados, se asomaba por la borda del barco. Algo lo había atraído hacia allí, un instinto, un presentimiento que no podía ignorar. El aire estaba cargado de un silencio pesado, roto solo por el crujir ocasional de la madera del barco y el susurro de las olas.
De pronto, un brillo llamó su atención en las profundidades. Al principio, pensó que era solo un reflejo de la luna, pero entonces, el resplandor se movió. Bakugō entrecerró los ojos, forzándolos a ver mejor a través del agua. Allí, justo debajo de la superficie, algo nadaba en círculos lentos, su figura ondulante casi etérea, como si formara parte del propio océano.
Con un movimiento ágil, Bakugō se quitó la camisa y se zambulló en el agua, rompiendo la superficie en un salto preciso. El agua fría lo envolvió, pero su determinación lo impulsó a seguir. Abrió los ojos bajo el agua y lo vio.
Un tritón, con su cuerpo mitad humano mitad pez, nadaba con una gracia imposible. Su cabello bicolor flotaba a su alrededor como una corona de fuego y hielo, mientras que sus escamas brillaban con un tono iridiscente, reflejando los rayos de la luna en un espectáculo de colores danzantes, como si cada escama contuviera una galaxia entera.
El agua se movía a su alrededor con vida propia, respondiendo a cada uno de sus movimientos. Parecía que el mar mismo lo protegía, lo acariciaba. Las burbujas ascendían hacia la superficie como luces diminutas, y las corrientes suaves se arremolinaban en torno a su figura, resaltando su belleza con un toque casi sobrenatural.
Bakugō quedó inmóvil por un momento, con los pulmones llenos de aire y los ojos fijos en la figura que tenía delante. Nunca había visto algo tan increíble, tan fuera de lo común, y aunque su mente pragmática intentaba encontrar una explicación lógica, su corazón ya estaba cautivado por la visión ante él.
Hasta que lo recordó.
Ya lo había visto antes, aunque sus colores eran ligeramente diferentes a la primera vez que lo vio, podía decir fácilmente que ese recuerdo que creyó un sueño era real.
Carajo, estaba jodido.
El tritón, consciente de la presencia de Bakugō, se detuvo, girando lentamente en el agua hasta enfrentarlo. Sus ojos, de un azul tan profundo como el océano mismo, se encontraron con los de Bakugō. No había hostilidad en su mirada, solo una curiosidad tranquila, como si estuviera midiendo al capitán, evaluando si era una amenaza o algo más.
Bakugō, sorprendido por la falta de miedo del tritón, se acercó un poco más, todavía sin atreverse a tocarlo. El agua alrededor de Todoroki se arremolinó suavemente, creando un aura de misterio a su alrededor. Bakugō levantó una mano, extendiéndola hacia él, y por un segundo, las olas parecieron apartarse, dejando un espacio claro entre ellos.
La mano de Bakugō se detuvo a medio camino, las yemas de sus dedos casi tocando su piel. Una descarga de energía recorrió su cuerpo, como si el mismo mar vibrara con la tensión entre ellos. Aquel no se apartó, manteniendo su mirada fija en los ojos del capitán, permitiendo que el momento se prolongara, que la magia del encuentro los envolviera.
Ambos sabían que algo había cambiado, algo profundo y trascendental, aunque ninguno de los dos podía ponerlo en palabras. Era como si el mar, la luna, y las estrellas se hubieran alineado solo para este momento, para este encuentro que sellaría sus destinos.
Finalmente, aquel ser se deslizó hacia atrás con la gracia de una criatura del mar, rompiendo el hechizo. Bakugō, aún con la mano extendida, lo vio alejarse, las escamas de su cola brillando como joyas bajo el agua, hasta que el tritón se perdió en las profundidades.
Bakugō quiso seguirlo, por unos segundos pensó realmente en hacerlo, pero al verlo alejarse más allá de donde su mirada podía ver seguido de aquellas dos tortugas con las que había interactuado antes es que lo entendió.
Entendió que no podía seguirlo.
Bakugō ascendió lentamente a la superficie, llenando sus pulmones con el aire salado del océano. Se agarró al costado del barco, con la mente aún atrapada en la imagen de esos ojos azules y de la figura esbelta y poderosa que había visto.
Sabía que esto no era el final, sino solo el principio de algo mucho más grande. Algo que el mar había puesto en su camino, y que él estaba decidido a seguir.
ーGracias ー
Le susurró a Calipso antes de decir ir un beso al agua, también subió su mirada al cielo para sonreírle a la luna, sabía que solo por la bendición de ellas es que había salido vivo de ello, porque de otra forma se hubiera ahogado con todo gusto solo por verlo unos segundos más.