Epílogo

361 74 15
                                    

El sol se colaba por las ventanas, trayendo consigo el calor suficiente como para sacarlos de la cama, pero Nanami y Haibara estuvieron hasta tarde de la madrugada viendo películas, por lo que sus párpados pesaban, aunque ya fueran pasadas las nueve de la mañana.

Alguien tocó la puerta del bungalow, anunciando que el room service del desayuno ya estaba ahí. Nanami se levantó como pudo, dando las gracias y haciendo entrar el carrito que contenía dos platos de arroz cocido en leche de coco, cacahuates, huevos hervidos, pollo crujiente y salsa picante. Se trataba del Nasi lemak: el desayuno típico de Malasya. Tenía mucha hambre, pero no pudo evitar volver a tirarse en la cama para ser acurrucado por Haibara, que también estaba medio dormido.

—Eso huele muy bien, ¿desayunamos? —Haibara era de sueño pesado, pero muy comelón. Cuando el olor del desayuno llegó a su naricita, se le fue todo el sueño.

Ambos desayunaron en la cama, de a ratos riéndose porque no les dieron palillos sino cuchara y tenedor. Comer mirando las cristalinas aguas de la playa era increíblemente precioso, sobre todo para Nanami que soñó con algo así desde hacía años.

El bungalow estaba situado justo encima de la playa, así que simplemente tenían que bajar unas escaleras para entrar a las cálidas aguas. Haibara bromeaba diciendo que de noche tenían que bajar desnudos y nadar como dios los trajo al mundo, pero Nanami le decía que no porque otras personas se alojaban cerca de ellos.

—Pero si estuviéramos solos, ¿lo harías?

—Tenemos una piscina privada, con eso debería ser suficiente —dijo Kento con una pequeña sonrisa, recordando lo bien que la pasaron ayer por la tarde metidos en la piscina con el atardecer como único testigo de su amor.

—Amor, pero estamos en otro país, literal aquí nadie nos conoce ¡quiero hacerlo!

Ambos se rieron fuerte y acordaron apostar en el casino del hotel con una partida de ruleta: si ganaba Haibara se bañaban desnudos en la playa por la noche, si ganaba Nanami no lo harían.

Si alguien le hubiese dicho a Nanami que su sueño de visitar Malaysia lo haría en compañía de otra persona, no le hubiese creído.

Además de insultar internamente a esa persona por ilusa.

Pero ahí estaba con Yu Haibara, el muchacho que hacía tres años conoció en la panadería donde desayunaba y que desde hace dos era su pareja: vivían juntos, ya se presentaron con sus familias y estaban yendo a Malasya para conocer como era y poder tomar la decisión de mudarse para allá.

Haibara parecía tener una suerte arrasadora para los juegos del azar: fue el vencedor de la partida de ruleta, eso lo convirtió en el ganador de la apuesta: esta noche se bañarían en la playa, desnudos.

Cuando regresaron al hotel, estaba más animado que de costumbre. Incluso pensó Nanami que su novio tartamudeaba un poco, además de ir varias veces al baño.

¿Estaba nervioso?

A eso de las dos de la mañana se despojaron de sus ropas para cubrirse con las batas de baño del hotel y bajaron las escaleras hacia la playa. A medio camino, Haibara le dijo que iba a traer unos vinos de lata, dejando a su novio solo.

Cuando regresó ya Nanami estaba dentro del agua, esperándolo. Yu le pasó los vinos, se sacó la bata también y se dio un gran clavado, salpicando al rubio con bastante agua salada.

Nadaron, se rieron, se dieron infinita cantidad de besos y, cuando la piel se les puso como de viejito, regresaron arriba.

Al momento de abrir la puerta, Nanami pudo comprender por qué Haibara demoró tanto buscando dos latas de vino: había una sorpresa en la habitación, con flores en la cama y todas esas cosas que él decía que eran muy tontas pero que en el fondo le gustaban.

Su novio le tomó las manos y lo miró.

—Sé que no crees en el matrimonio, pero quiero demostrarte que puede ser diferente —Yu respiró hondo y continuó— Te amo, Kento. Haces que mi vida sea infinitamente mejor y quisiera saber si te quieres casar conmigo.

Eso fue inesperado, pero así era Haibara, vino para poner su mundo de cabeza, hacerlo reír, prepararle pancito con café en el desayuno y tener días libres en el trabajo.

—Solo porque te amo a más que nada en el mundo, te voy a decir que sí quiero, Yu.

***FIN***

Pancito con CaféDonde viven las historias. Descúbrelo ahora