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Lucía De Angelis está al borde del desalojamiento y la quiebra. Claro que no hay muchas cosas de valor en el pequeño departamento en el que vive. Sin embargo, un anuncio en internet parece ser la solución a sus problemas. El puest...
Al día siguiente del extraño acercamiento con Demetri, me encontraba leyendo los correos electrónicos que varios aquelarres de vampiros habían enviado en respuesta a la invitación de Aro, Caius y Marcus, para el festival que se celebraría mañana. Carmen dijo que solo lo hacían por cortesía y costumbre, pero de vez en cuando alguno sí aceptaba y se hospedaban en el castillo.
Este año la respuesta del clan francés había sido afirmativa y llegarían a Volterra esta noche.
—Mañana nuestra jornada será más corta, así que asegúrate de terminar todo tu trabajo hoy —Carmen hablaba sin mirarme, pero podía ver que estaba atenta a cada movimiento que hacía.
—¿Se nos permitirá ver el festival? —pregunté sin mucho interés mientras guardaba los folletos en canastas que los voluntarios entregarían.
—Creo que solo por unos momentos —dobló cuidadosamente una carta amarillenta y la selló—. De todas formas, habrá demasiada gente apegándose para divisar y tocar el altar de San Marcos, sería una pérdida de tiempo, porque tenemos que volver.
Acababa de meter las últimas hojas coloridas a un cesto cuando una idea vino a mi mente.
¿Sería posible...?
—Lucía —la voz de Demetri me sacó de mis pensamientos y me tensé rogando que mi cuerpo no me traicionara y terminara sonrojándome. Al levantar la cabeza lo vi a unos pasos de mi escritorio con las manos tras la espalda; Félix estaba a su lado.
—El amo Marcus quiere verte —informó el más alto con seriedad.
Por si acaso guardé rápidamente las cosas que estaba utilizando, ya que las charlas con el líder vampiro solían ser largas.
Al levantarme le indiqué a Carmen que ya había finalizado mis tareas y ella solo asintió de mala gana. No obstante, nuevamente sentí su mirada en mi espalda cuando me marchaba siguiendo a los guardias.
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En el camino, Demetri tomaba la delantera mientras que Félix avanzaba detrás de mí. Ambos se mantuvieron en silencio y por suerte caminaron a ritmo lento, aunque no pude dejar de mirar la nuca del vampiro rubio.
Cuando llegamos a la sala, los dos se detuvieron y me dieron paso antes de cerrar la puerta sin decir otra palabra.
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El señor Marcus ya me esperaba sentado en los silloncitos al lado de la mesa donde servía el té caliente junto a un plato de galletitas algo desabridas, pero que se agradecían.
Sonreí por el ambiente tranquilo que se había tomado la molestia de crear para mí y tomé asiento.
—¿Cómo va tu día Lucía? —su voz no sonaba cansada y desganada, lo que significaba que hoy estaba de buen humor.