47. De nuevo en los Sectores Sombra

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Lentamente, Señor y DC4 salieron de la cantina de Gant Orlok. Sus pasos resonaban en la penumbra como tambores en una procesión fúnebre. La bruma del túnel los envolvió; el entorno se volvió irreal y asfixiante; el aire era denso y cargado de humedad. Era como si respiraran a través de una manta mojada.

Al llegar al final del túnel, DC4 se detuvo y se giró hacia Señor. Sus sensores brillaron en la oscuridad.

—¿Estás seguro de esto? —preguntó el robot—. Aunque parezca raro, de algún modo, me siento responsable de ti.

—Sí —respondió Señor—. Vamos.

—Muy bien. Vamos.

Señor miró a DC.

—Yo también te quiero —murmuró.

El robot no dijo nada, pero sus dedos metálicos se unieron a los del niño.

Durante diez minutos, caminaron por un túnel semiderruido y sin ningún tipo de iluminación. La oscuridad parecía hacerse cada vez más espesa, como si se estuvieran sumergiendo en un océano de sombra. Cuando se hizo imposible seguir avanzando, DC4 se detuvo y activó una linterna integrada en su brazo. Un haz de luz blanca cortó la negrura.

—A partir de aquí las cosas se vuelven peligrosas —murmuró DC4—. No te separes de mí. ¿Entendido?

Señor asintió y reemprendieron la marcha. El silencio era tal que el niño podía oír los latidos de su corazón.

Al poco, un grito lejano rompió el mutismo. Oyeron algo arrastrándose y unos golpes sordos. Se detuvieron un segundo y, luego, continuaron avanzando. La bruma se hizo más espesa, como si quisiera tragarlos.

Caminaron durante unos quinientos metros más. A medida que avanzaban, los edificios empezaron a escasear hasta que desaparecieron del todo. Delante de ellos se extendía una llanura negra y vacía. Un desierto en el que no se vislumbraba principio ni final.

Caminaron por la llanura hasta que se perdió ningún tipo de referencia de espacio. En esas condiciones era muy difícil orientarse, pero no para un robot. DC4 se puso delante y Señor se agarró a sus hombros. Sentía una opresión en el pecho, pero no dijo nada.

Al poco, DC4 se detuvo y señaló con su luz. En el suelo había unos agujeros de unos dos metros de diámetro que se internaban en la tierra.

—Ahí empiezan los Sectores Sombra. ¿Te sientes con fuerzas?

Señor asintió, pero, antes de que pudieran avanzar, un silbido agudo partió el aire. De la bruma surgieron varias sombras, rápidas y silenciosas. No eran humanos, sino formas oscuras y retorcidas que se movían con una rapidez antinatural. DC4 levantó su linterna, pero las sombras parecían absorber la luz.

—¡Abajo! —gritó DC4.

Señor se lanzó al suelo. Una de las sombras pasó rozándolo. El aire se llenó de un olor acre y metálico, como a sangre vieja. DC4 activó su sistema de defensa. De pronto, un campo de energía repelió a las sombras. Solo sería por un instante.

—¡Corre hacia el agujero! —ordenó DC4.

Señor se levantó de un salto y corrió hacia el agujero más cercano. Detrás de él, una sombra empezó a perseguirlo. DC4 se puso en movimiento, pero sus piernas mecánicas no eran lo suficientemente rápidas. Cuando Señor llegó al borde del agujero, sintió que la sombra lo agarraba por el tobillo. El niño le propinó una patata en la cara. Se oyó un grito gutural, pero el mutante no lo soltó. Otro grito: DC4 acababa de clavarle un destornillador en la pierna. El robot retiró la herramienta y salió un chorro de sangre. El mutante se largó soltando alaridos.

—¡Adentro! —gritó DC4, empujando a Señor hacia el agujero.

Ambos rodaron hacia dentro por una madriguera estrecha y oscura. Aterrizaron en el suelo duro y frío de un túnel de paredes opresivas.

Señor jadeaba, tratando de recuperar el aliento. DC4 se levantó y escaneó los alrededores, asegurándose de que las sombras no los hubieran seguido.

—¿Estás bien? —preguntó con voz calmada.

El niño no respondió.

—El valor supera el miedo, recuerda.

Señor asintió, sus ojos llenos de determinación. Se levantaron y continuaron avanzando por el túnel. La verdadera prueba apenas comenzaba: los Oriones los esperaban en lo profundo de los Sectores Sombra.

El túnel se estrechó y se volvió más oscuro a medida que avanzaban. El aire era denso y pesado, como si la propia oscuridad estuviera viva. Empezaron a oír el sonido de murmullos y risas apagadas. A medida que se adentraban se hizo más fuerte. Resonaba en las paredes como un eco siniestro.

—Ya están aquí —murmuró Señor.

DC4 no dijo nada. Cogió al niño de la mano y, simplemente, siguieron avanzando por el resbaladizo suelo.

De repente, el túnel se abrió a una cámara más amplia. Las dos cabecitas asomaron a su interior. La visión que les esperaba era espantosa. Por todos lados, sombras oscuras y espectrales se movían con gracia antinatural. Los Oriones los rodearon. Sus rostros delicados y sus movimientos fluidos escondían una amenaza palpable.

—¡Cuidado! —gritó Señor, pero su voz se perdió en el tumulto.

Uno de los Oriones, una figura de ojos oscuros y penetrantes, se deslizó hacia ellos, susurrando una melodía dulce y embriagadora. Señor sintió que sus fuerzas lo abandonaban, como si la propia canción estuviera drenando su energía vital. Intentó moverse, pero sus piernas no respondieron.

DC4 intentó activar su campo de energía defensivo, pero fue en vano. Los Oriones se movían demasiado rápido, desbordándolos por todos lados. Sentía que algo se adentraba en sus circuitos, paralizándolo.

—¡No! —gritó Señor, pero su voz apenas fue un murmullo.

De repente, ambos fueron levantados en el aire por una fuerza invisible y llevados hacia un agujero en la pared. Sus cuerpos fueron colgados de ganchos metálicos, cruelmente incrustados en la piedra. Los ganchos penetraron en sus pieles y en la estructura metálica de DC4, causando un dolor agudo e inhumano. La sensación era asfixiante, cada respiración una tortura.

Los Oriones se acercaron, sus formas espectrales moviéndose con una gracia siniestra. Uno por uno, comenzaron a rodearlos, susurrando palabras en una lengua antigua y olvidada. Sentían cómo su flujo vital era lentamente absorbido, cada gota de energía drenada de sus cuerpos y circuitos.

—DC4... —murmuró Señor con dificultad—. No puedo... aguantar...

El niño lloraba desconsolado.

DC4 intentó mover sus sensores, pero solo podía observar, impotente, mientras los Oriones seguían bebiendo de su flujo vital. Fue entonces cuando Señor sintió una presencia diferente. Un Orión, más pequeño y de apariencia juvenil.

El Orión se acercó lentamente. Sus ojos reflejaban una inocencia perdida.

—Ayúdanos... por favor... —susurró Señor con la poca fuerza que le quedaba.

El joven Orión se detuvo y lo miró. Hubo un momento de conexión, una chispa de comprensión en sus ojos. Con un movimiento lento, el joven Orión se acercó más y susurró algo en un idioma extraño. Los otros Oriones se retiraron un poco, observando con curiosidad.

Señor tuvo una intuición.

—Llévanos delante de... tu padre —pidió Señor, sus palabras apenas audibles.

El joven Orión asintió mientras emitía un sonido ciceante que recordó vagamente a un «sí».

Con un gesto de su mano fantasmagórica, las ataduras que los mantenían colgados se aflojaron. Señor y DC4 cayeron al suelo con un golpe seco.

—Seguidme —susurró el joven Orión, ayudando a Señor a levantarse.

Con pasos vacilantes, Señor y DC4 siguieron al joven ser a través del oscuro laberinto de túneles. Detrás de ellos, un bosque de Oriones espectrales murmuraba.

Bajo un cielo artificialWhere stories live. Discover now