Todas las hojas son del viento,
ya que él las mueve hasta en la muerte.
Todas las hojas son del viento,
menos la luz del Sol.
Luis Alberto Spinetta—El Desierto—
(Territorio excluido X14 - Fecha: 12/06/2190)
1
Solo unas pocas nubes interrumpían el tapizado del azul infinito del cielo. Abajo, hasta donde alcanzaba la vista, se extendía el desierto con sus orgullosas y serpenteantes dunas. Pero estas dunas no estaban formadas por la cálida arena que sabe arder bajo el sol del mediodía, sino por una brutal y abrumadora cantidad de basura. Un desierto de desperdicios que se extendía por centenares de kilómetros cuadrados. Un lugar donde moraban las cosas a las que el tiempo les había arrebatado el valor que los humanos alguna vez les dieron.
El imponente basurero recibió el nombre de "el desierto" por dos motivos: sus dunas de basura y su intransitable vastedad. Sin embargo, miles de personas se adentraban en él todos los días para buscar desechos reciclables. Así, la minería urbana se convertía en el sustento diario de miles de familias marginadas, en la periferia de la Nueva Buenos Aires
Ese día, Pascual, en su labor habitual, recorría el desierto en busca de algún objeto valioso sepultado entre la imperante inmundicia. Los residuos crujían bajo sus pies con cada paso en la escalada a las dunas en su camino. Llevaba puesta una máscara que le permitía respirar con seguridad, en aquel pútrido ambiente viciado de olores nauseabundos.
Los materiales reutilizables recogidos los intercambiaba en el mercado de raciones por galletas de alimento balanceado. Una vieja bobina con imanes equivalía a una ración, un antiguo carburador de motocicleta: dos raciones, una placa electrónica en buen estado: cuatro raciones, y seis turbinas de aero-transfer: una ración. En general, cuanto más antiguo y en mejor estado se encontraba el material, mayor era su valor en raciones.
Esta actividad de minería urbana le permitía subsistir junto a su esposa, Dominga, quien se dedicaba a cultivar vegetales que después vendía en los mercados del asentamiento. En su tiempo libre, Dominga enseñaba a leer y escribir en Ithkuil y Neo-Sumerio a los niños del barrio, gratuitamente, movida por su pasión y vocación. La mayoría de los excluidos desconocían estas lenguas artificiales, por lo que ella consideraba su labor fundamental.
Ambos habitaban en el sector central de la zona de exclusión humana X14, en lo que alguna vez se llamó República Argentina, territorio ahora integrado a los Estados del Tercer Cuadrante Global, cuya capital era Novo Rio de Janeiro. De hecho, la región donde el matrimonio residía había sido llamado siglos atrás 'Zárate', por los habitantes de la zona.
2
Pascual no había tenido éxito esa mañana. Después de horas de buscar entre la suciedad, no pudo encontrar nada que sirviera para vender en el mercado de materiales reutilizables. Su esposa siempre le decía que había días de suerte, y días de mucha suerte, pero nunca días malos, siempre que se vivieran con la esperanza de encontrar algo en ellos. A veces, en los días de mala recolección, pasaban hambre, y tenían que calcular y racionalizar el alimento balanceado para que les durase el mayor tiempo posible. Sin embargo, de algún modo u otro, siempre encontraban la forma de seguir adelante.
Dominga y Pascual llevaban cinco años de casados. A pesar de la difícil realidad que los rodeaba, se propusieron ser padres en varias ocasiones. Durante años anhelaron traer al mundo un hijo que sea una símbolo del amor entre ambos, y a quien transmitirle la esperanza en el mañana, una esperanza que solo los pobres sienten en el corazón. A pesar de sus numerosos intentos, ella nunca logró quedar embarazada. Supusieron que tal vez alguno de los dos tenía algún tipo de limitación o enfermedad que les impedía concebir. Con el paso de los años, como un acuerdo tácito, dejaron de hablar de este tema en sus momentos íntimos; era una conversación gastada que solo traía tristeza.
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Las Ruinas Invisibles
Science FictionLos que leen esta historia son mejores que los que no