—Entrada 13—
1
Llegamos a la tranquera de Qhari; ya casi era de noche. Yo cargaba en mis manos la caja las más de veinte insignias. Creí que serían suficientes para tributar al chasqui y así poder preguntarle sobre sus mensajes.
Matilde se inclinó hacia nosotras y, divertida, murmuró:
—Aplaudamos las tres juntas, porque el viejo es medio sordo.
Pero yo me adelanté y señalé con la barbilla el poste al costado de la tranquera, donde estaban las bisagras de la vieja placa de madera y, en uno de los lados, un botón con cables que se extendían hacia adentro de la casa.
—No va a hacer falta —dije y, sin más, presioné el botón.
Al instante, un timbre agudo y chillón sonó desde el interior de la casa. Matilde y Lyria me miraron, entre sorprendidas y fascinadas. Me encogí de hombros.
—Es un timbre —les expliqué—. Funciona con electricidad. Parece que en la ciudad a la gente no le gusta golpear las manos.
La cortina de la puerta se corrió a un lado, y apareció Qhari, clavándonos una mirada entre desconfiada y solemne. Se quedó parado, inmóvil y sin decir una palabra, y luego, con la misma calma, volvió a esconderse tras la cortina.
Nos quedamos en silencio, sin entender del todo la escena.
Presioné el botón otra vez, y unos segundos después la cortina volvió a moverse. Ahí estaba Qhari, de pie nuevamente, observándonos con su expresión seria e inescrutable. Pasaron apenas dos o tres segundos antes de que volviera a cerrar la cortina y desapareciera.
Lyria suspiró, frunciendo el ceño:
—¿Nos estará tomando el pelo?
Volví a acercar el dedo al timbre, dispuesta a intentarlo una vez más, cuando, de pronto, la cortina se corrió con fuerza y apareció Qhari nuevamente, quien, con voz firme y solemne, gritó:
—¡No sé quién eres! ¡Pero si no es que el mismísimo Wiracocha te envía, entonces no molestes!
Matilde, sin perder un segundo, alzó la voz:
—¡Don Qhari! ¡Somos Lyria, Momo y Matilde!
El viejo ladeó la cabeza, extrañado, como si no hubiera entendido.
—¿Quién? —preguntó, y Matilde repitió, alzando aún más la voz:
—¡Lyria, Momo y M...!
—¡Vinimos a traer ofrendas al Chasqui! —interrumpí.
El anciano entrecerró los ojos, como si intentara entender mejor.
—¿Quién?
—¡Al Chasqui, don Qhari!
—¡No!—respondió, con un tono más bien molesto—. Preguntaba quiénes son ustedes.
Hice una pausa, respiré hondo para mantener la calma y volví a responder:
—Somos Lyria, Matilde y Momo. Venimos a traer ofrendas al Chasqui.
Qhari nos observó con seriedad, como calculando algo en su cabeza. Después de un par de segundos en silencio, nos miró con una expresión de asombro casi cómica y exclamó:
—¿Y por qué no pasaron directamente?
Nos miramos entre nosotras y, sin poder contenernos, soltamos una risa baja y cómplice. Cuando al fin nos calmamos, dije, apenas en un susurro:
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Las Ruinas Invisibles
Science FictionLos que leen esta historia son mejores que los que no