La radio dejó de sonar. Matías buscó algún disco en la guantera, pero lo único que encontró fueron cajas vacías de cigarros y un par de botellas de fanta. Miró a Santiago con reproche, quien se limitó a encogerse de hombros.
Se mantuvieron en silencio el resto del camino a la hacienda de los Zúñiga.
Santiago le informó el posible vínculo de esa familia con el caso de su hermano. Un obstáculo del tamaño de un roble milenario. Una de las familias más importantes de la ciudad involucrada en el asesinato del hijo de uno de los jueces más importantes de la misma. Si bien los Zúñiga eran conocidos por los apoyos y las buenas acciones para con el pueblo, también se sabía que eran buenos evadiendo impuestos y ocultando sus malos tratos con aquellos a quienes consideraban de su propiedad, como lo eran sus trabajadores; creían que nadie los observaba, pero varias quejas llegaron a la estación de policía, incluso a los oídos de los jefes y estos se limitaron a decir «¿creen que una multa los detendrá?». No, Matías sabía que una multa era nada para todo el dinero producido por su infinidad de negocios, no obstante, les advertiría que hay ojos puestos en ellos.
Por otro lado, a Matías le preocupaba el mutismo de su compañero. Sabía, de bocas ajenas, que las fechas para pasar en familia, como la de ese día, eran cargas extremadamente duras para él. El eterno conflicto con su padre y, ahora, la ausencia de Hugo lo volvía aún más difícil de sobrellevar, sin embargo, lucía impasible, sumido en el deber de entender el enredo en el que yacía sumida la presunta culpable y los posibles involucrados, era como si de esa manera alcanzara a expiar los pecados que lo atormentaban. La nochebuena, en consecuencia, pasaba a segundo plano, no, de hecho, ni siquiera figuraba en sus planes, todo lo contrario para Matías que le ilusionaba regresar a cenar con su abuela y hermanos mayores.
Al llegar, Santiago atravesó el carro, bloqueando el camino y se bajó, y tras él, Matías. Desde ahí se escuchaba la música, comenzaron luego la fiesta navideña. Sobre los pilares a ambos lados del portón, había unos antiguos faroles de hierro forjado y cristal coloreado, probablemente del siglo XX, que años atrás, recordó Santiago, se usaban y ahora permanecían entre la penumbra, apenas visible por el halo dorado de las luces procedentes de adentro. Siempre admiró el estilo colonial de la fachada de la hacienda, en especial el portón de madera en el que se talló un imponente corcel con un rosal frondoso rodeándolo, diferente a los corrales que bordeaban el camino terroso.
Una punzada en el pecho crispó a Santiago. Pensar en la posible participación de la familia, a la que un día aspiró pertenecer, en la muerte de su hermano dejaba en jaque sus sentidos. Le echó un vistazo a su amigo, el único que estaba allí en sus más tétricas locuras. Ni siquiera le había compartido su plan y lo siguió sin objeción.
—Interrogaremos a la señora Claudia y en su presencia al joven Ignacio —explicó con aire abatido.
—¿Y si piden por un abogado? —quiso saber Matías.
—Presionaremos todo el tiempo que tarde en llegar ese abogado.
Matías se interpuso entre él y la entrada.
—Sabes que esto podría significar el final de nuestras carreras, ¿no? —dijo, y Santiago asintió—. ¿Aún así estás seguro de continuar? Si lo estás, te seguiré hasta las últimas consecuencias, pero, si no, lo mejor es dar marcha atrás.
Era humano, después de todo ese era el trabajo que sostenía a su gran familia de ocho integrantes.
A Santiago tampoco se le escapaba el inconveniente que representaba el riesgo de la investigación en su amigo, pero quería ser egoísta, aunque sea en el proceso de llevarla a cabo, luego se encargaría de que la mierda le cayera solo a él. Con él empezó esto y con él terminaría.
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A veces es difícil respirar (borrador)
RandomAndrea es una estudiante de preparatoria de último año solitaria, impetuosa y leal a sí misma. Tras el ascenso de su papá en el trabajo y el cambio de escuela, promete mejorar su conducta y comenzar a socializar, pero parece que mientras más busca a...