4. Ojos, puerta a la oscuridad

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Andrea se enteró de su plan de partida un día antes, el domingo. Como desde el 2008, año que Rogelio aprendió a utilizar la caseta telefónica del centro del pueblo y, asimismo, el último en que llegó de visita, recibió su llamada. Platicaron de nimiedades hasta que el silencio los abrazó, uno inquietante, por ende, ella dedujo que se había peleado nuevamente con su papá; no obstante, el verdadero motivo hizo del silencio previo acogedor en comparación al que siguió. Dijo «Es hora de vivir por mi cuenta», y Andrea respondió un seco «Tardaste demasiado en decidirlo». Y después de otras cuantas oraciones herméticas, terminó la llamada. Claro que le daba gusto que se alejara del ambiente tóxico vivido desde el útero de su madre, pero, al mismo tiempo, tuvo la sensación de que algo se fracturó entre ellos, generando picazón en el interior de su cráneo, justo en el centro de la frente, y lo peor de todo recayó en ese algo fracturado, no sabía qué era. Toda la noche pensó en ello, hasta la mañana siguiente, porque sus preocupaciones funcionaban diferente a la de los demás, la mayoría dedicaba todo su tiempo en pensar soluciones, en cambio ella sólo lo hacía cuando el problema la afectaba de forma directa, durando, quizá, dos días a lo mucho, y en este caso no lo hizo. Igual lo utilizó como salvavidas.

La tensión sobre los hombros de Leoncio disminuyó de romplón, entonces la idea de volver ya no le pareció mala. El muchacho le resultaba admirable, no podía renegar de la compañía brindada a su tesoro, menos de las risas que le sacó en uno de los momentos más oscuros y pedregosos de su vida, cosa que en su momento también quiso agradecer, pero teniendo de padre un hombre de armas tomar lo forzó a no entrar al ojo del huracán. Sin querer, ambos lo devolvieron a la vida.

Volvió a sentarse a lado de su hija, quien al verlo dispuesto sintió que la culpa estaba a punto de asfixiarla, aun así, no se bajó de su burro. Planearon caerle de sorpresa saliendo del trabajo y pasar la noche en la casa abandonada de los Montero, para regresar al otro día; Andrea trató de negociar llevarlo hasta Tuxtla, pero el precio de la gasolina ni siquiera le dio chance de plantear el primer argumento. Su papá la despidió con un beso en la frente, la arropó y regresó a su cueva, se sentía cansado a morir y no tardó en conciliar el sueño; en cambio, ella permaneció en vela. Cerraba los ojos, daba vueltas, y nada logró adormecerla.

Sonó la alarma de las cinco. Se asió y bajó con uno de sus vestidos de recolectora que mostraban en la telenovela Cuando seas mía, este era de tono verde agua y con mangas bombachas que cubrían sus hombros, de la cintura le quedaba flojo porque tiempo atrás su complexión no era esbelta, al menos no tanto, por ello, Leoncio le añadió unos cordones en los costados para que ella se los ajuste desde atrás. Bajó a la cocina, donde ya él estaba sentado en la silla de madera que daba la espalda a la estufa, porque era su lugar preferido, y degustaba una de sus típicas tazas de café negro junto a un trozo de pan de concha. En el asiento de ella, la esperaba un plato de quesadillas y un vaso de chocomilk, aminorando el disgusto perpetuo que le ocasionaba el café. Como siempre el desayuno fue ameno con los chistes malos de Leoncio, las anécdotas vergonzosas de sus compañeros de trabajo, y la sugerencia del cambio de ropa en el repertorio de ella, a lo que prefería ignorarlo. Al terminar, lo mandó a cepillar y colocarse bloqueador solar, en tanto, ella se encargaba de limpiar la cocina. Salió a despedirlo, por supuesto. Su papá dijo, «Deberías comenzar a usar ropa formal», y Andrea le respondió, «Me gusto así». La estrechó contra su pecho e, invariablemente, le llenó la cabeza de besos.

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—¡Basta! Quita eso —exigió Andrea, irritada.

Había demasiadas cosas que toleraba de los gustos excéntricos de su papá, y la música no era una de ellas.

Para su mala suerte antes de recogerla a las cuatro, hora que normalmente llegaban a casa, lo abordó uno de esos vendedores ambulantes que se ponen en los semáforos, le ofreció diferentes discos pirateados y entre ellos resaltó uno llamado Noche amiga mía de Los Nocheros, una de sus tantas agrupaciones predilectas. Le entregó la paga sin regatear.

A veces es difícil respirar (borrador)Where stories live. Discover now