20. Pagará

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Conocer a Griselda fue como sumergirse en un tambo lleno de plumas suaves y olorosas a miel.

Desde que tiene memoria ella ha formado parte de la misma, su fijación por conocerla a profundidad estuvo ahí, coexistiendo en el silencio y la imaginación, todo cambió hasta que estuvieron en la facultad de medicina, las chispas surgieron mutuamente. Él, sentado en el primer pupitre de la columna cercana a la puerta del salón, revisaba el ensayo final que entregaría y ella, distraída, entraba con su cabello lacio recogido en un chongo con algunos mechones que caían sobre su rostro, entre sus manos cargaba tres libros con gran esmero debido al peso excesivo, las voces poco conocidas la hicieron caer en cuenta que se había equivocado de aula y, en consecuencia, los nervios se apoderaron de sus extremidades al punto de soltar los libros, las hojas guardadas dentro se regaron. Las miradas burlonas aplastaron el ambiente y se quedaron expectantes ante el peculiar incidente, fue Fernando quien se levantó a ayudarle.

Un flechazo, así lo definieron en la anécdota dirigida a sus conocidos y amigos.

Las vivencias que siguieron al fructífero nido de emociones que se alborotó en ambos, alimentaron el sueño de formar una familia juntos sin antes reparar en la interacción que tendrían con las respectivas familias de cada uno. Construyeron su burbuja de amor que se rompió unos meses después de la boda improvisada en su viaje a Nayarit, regaló de aniversario por parte de Griselda.

Caos era una palabra poco atinada para describir la dinámica familiar de los Zúñiga. En casa siempre había invitados a atender, no importaba que fuera la vendedora de los quesos, que llegaba cada quince días en su carretilla arrastrada por un burrito atipujado de algarabía y media, o el mismísimo presidente municipal emparentado con el jefe de la familia, porque sus intereses radicaban en darse a conocer como ejemplares ciudadanos que el resto de personas podía imitar. La carga emocional en la que se vio inmiscuido Fernando fue brutal. En su vida se había visto obligado a sonreír durante tantas horas, pero lo peor no fue eso, sino presenciar la manera en que su mujer se forzaba a encajar en un recipiente que le quedaba muy pequeño sólo para ganarse la apropiación de sus padres. Así fue como decidió evadir las visitas y vacaciones junto ellos, en especial cuando Ignacio comenzó a ignorarlo; se inventaba conferencias en Tuxtla o turnos extras que lo "obligaban" a tomar en la clínica con tal de no ir. Y rindió frutos, tanto positivos como negativos. Por una parte evitaba disputas entre él y su mujer, no obstante, inadvertidamente entre ellos comenzó a germinar una capa de incertidumbre respecto a su relación de pareja.

El día que conoció a Andrea se escapó de asistir a una fiesta en la casa del presidente Eduardo, su mentira consistió en que debía viajar a Tapachula para un curso que duraría tres semanas y media, lo respaldó Lourdes, directora de la clínica Salud, y reconocida por su trayectoria como anestesióloga. Mentira que, supone, se estropeó al encontrarse con Ignacio en casa de Andrea. Por eso dicen que se pilla antes a un mentiroso que a un cojo.

Terminó de lavarse la cara en los sanitarios de la clínica y salió rumbo a las escaleras. Le preocupaba dejar sola a Andrea por miedo a que volviera a hacer una tontería. En una mano cargaba una botella de agua mineral y en la otra un trozo de pan que le regaló Coqui antes de enchamararse y meterse a dormir en la sala de descanso, los dobles turnos lo dejaban agotado. A darle una mordida iba cuando vio a Gustavo de pie frente a la habitación en la que descansaba la joven, guardó las cosas en los bolsillos de su pantalón y se apresuró a alcanzarlo.

—¿Qué pedo? —saludó; el mal presentimiento le quedó atorado en la garganta como una bola.

Los achaques del desvelo eran evidentes en todo el rostro de Gustavo. Las ojeras, el enrojecimiento de los ojos, la aspereza y el color pálido de su piel.

—Abajo espera una patrulla. Nos dieron diez minutos para bajar con Andrea o subirán.

—Pero...

—Hice lo que pude —zanjó—. Ahora el proceso debe seguir el rumbo habitual. El juez Fermín no quitará el dedo del renglón hasta no ver a Andrea tras las rejas, nuestras opciones se limitan a apelar la condena.

A veces es difícil respirar (borrador)Where stories live. Discover now