22. Sororidad

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«Mira aquel pájaro, Tesoro —dijo Leoncio alzando a su pequeña hija de ocho años en brazos—. ¿Ya lo viste?

—¡Qué bonito, papi!

—Justo como tú, Tesoro. —Besó una de sus regordetas mejillas—. Algún día te veré, desde la ventana de mi habitación, alzar las alas y volar en busca de una vida llena de luz, justo como la que imaginé cuando todavía faltaba para conocerte; y no te imaginarás lo feliz y orgulloso que me sentiré.

—Tú irás conmigo, papi, sino no iré a ningún lado.»

§

Respirar le dolía. Sentía que cada uno de los moretones y las suturas en su cuerpo se desgarraban desde adentro cada que inhalaba y exhalaba el aire. Era un proceso tortuoso que añoraba dejar de hacer.

La noción del tiempo la había perdido de la misma manera que todas las pocas pertenencias que Gustavo le dio el día de su ingreso. Sus ojos sólo alcanzaban a dilucidar, luego de largos minutos, que la luz sobre ella era un foco y que los sonidos guturales a su alrededor en realidad eran murmullos de las enfermeras que entraban y salían luego de la revisión de rutina a la que la sometían.

Al parecer, para evitar que el dolor la volviera presa de espasmos, preferían mantenerla sedada y no le permitían pasar más de diez minutos lúcida.

Para Andrea quizá habían transcurrido un par de días desde el atroz enfrentamiento en el que se vio inmersa por defenderse y seguir siendo esclava de sus impulsos arbitrarios, no obstante, ella en realidad llevaba dos semanas metida en una celda de castigo, ya que trasladarla al seguro representaba un riesgo para el director del penal. Todos dirían que no tiene control sobre las presas.

En ese momento estaba en compañía de la enfermera más joven, su nombre era Leticia, la única que, aparte de inspeccionar su estado y administrarle el sedante, la bañaba con paños húmedos, evitando que las heridas se infectaran, de vez en cuando tarareaba canciones con el afán de calmar el dolor mental que su paciente estuviera experimentando en la profundidad de sus sueños.

Ver a Andrea en ese estado hacía que su corazón se rasgara de a poco. Prefería encargarse del papeleo, pero ser consciente de que sus compañeras sólo pasaban para sedarla le generaba conflicto.

Una vez terminó de abrocharle la blusa a Andrea, jaló el banco de la esquina. Detalló su rostro ya menos hinchado y lacerado. Su belleza era innegable, un poco extraña por momentos y lejos del estándar que los medios de comunicación se empeñaban a promocionar, aún así, disfrutaba apreciarla.

Miró la jeringa y el frasco del sedante en la orilla de la cama. Aunque la orden era seguir suministrando hasta que el director indicara lo contrario, Leticia sabía que el uso prolongado terminaría matando a la paciente. ¿Eso era lo que buscaban acaso? La culpa a fin de cuentas no caería sobre ellos en dado caso se iniciara una investigación.

Se armó de valor y escondió las cosas en las bolsas de su suéter. Aceptaría el castigo de ser descubierta. Y ahora debía esperar la respuesta de Andrea al enfrentarse sin ayuda al dolor.

El regreso de la consciencia de Andrea demoró más de lo esperado, por ratos abría los ojos y al segundo siguiente volvía a dormir, a veces soltaba quejidos en forma de suspiros y en otras las lágrimas se deslizaban por sus sienes hasta perderse en sus cabellos negros. Leticia estaba segura de que había despertado cuando le pidió agua, fue por ella afuera de la celda y la ayudó a levantar un poco la cabeza.

Sin duda fue una odisea para Andrea sorber sin ponerse a maldecir por el ardor que sentía en su abdomen, le quemaba, y su cabeza no paraba de punzar. Veía borroso, el exceso de luz no le permitía enfocar nada, y el agua le raspaba como lija el interior de su garganta.

A veces es difícil respirar (borrador)Where stories live. Discover now