Dirigiendo su auto por el camino de entrada de la bonita casa de dos pisos, Dorian sacó la llave del encendido antes de empujarla en el bolsillo de sus pantalones y alcanzar la bolsa de regalo que descansaba en los asientos traseros. Saliendo del vehículo, observó alrededor con curiosidad por un instante, disfrutando del aire del tranquilo y familiar vecindario antes de dirigirse a la puerta. La casa de su hermano era simplemente impresionante, Dorian aun no lograba procesar el hecho de que su delicado y frágil cuñado estaba forrado. Así como se veía, con sus rizos disparatados y su expresión de no matar a una mosca, el chiquillo valía su peso en oro y algo más.
Los Baker tenían su propio dinero, no les hacía falta, ni les interesaba, pero era... sorprendente. Blue no se veía como alguien que podía comprarse todas las casas de la cuadra con el cambio en su bolsillo, pero así era. Era difícil de procesar una vez que conocías su personalidad dispersa.
Llegando a la puerta, ni siquiera se molestó en golpear mientras revolvía dentro de sus bolsillos por las llaves de repuesto que tenía. Claro, le habían sido dadas para ser usadas en caso de total y extrema urgencia, pero sinceramente, ellos lo conocían lo suficiente para saber que destino les daría, así que el que las usara imprudentemente, era completamente culpa de ellos y no de Dorian, por tenerle confianza a su nulo sentido común.
La casa estaba silenciosa para lo que era usual, solo el suave murmullo que sonaba como la melodía de una canción infantil, provenía desde el camino que daba a la cocina. Cerrando detrás de él, ocultó sus llaves en un bolsillo diferente, por precaución, si interrumpía otra sesión de mimitos, con seguridad se las quitarían.
Pensando en prevenirse traumas, se detuvo y comprobó la situación al gritar: — ¿Mocosos? —su voz retumbó en la casa—. ¡Tienen visita!
—¡Estamos en la cocina! —la voz de Blue se deslizó hasta él.
Esa era su señal de que podía entrar sin temor. Aun así, bolsa en mano se acercó y echó un vistazo en la cocina primero, para comprobar. Lo que vio, le hizo detenerse un instante. Mirando atrás, revisó el espacio, asegurándose de que había entrado a la casa correcta antes de volver a mirar dentro. ¿Acaso había entrado a una dimensión diferente o era que el mundo se había girado de cabeza y él era el único que seguía en pie?
Notando su presencia aun de pie en la puerta, Blue dejó la bandeja repleta de galletas, la cual desprendía el suave olor avainillado de las galletas recién horneadas, sobre el mostrador de mármol, y le arrojó una mirada—. ¿Qué?
Dorian sacudió suavemente la cabeza, aturdido—. Ni siquiera sé por donde comenzar —dijo—. No se que es más extraño, si el hecho de que, aunque estes cocinando, la casa no huela a quemado o que mi hermoso y adorable sobrino este metido en una jaula de perro.
—No es una jaula de perro —Blue gruñó, lanzándole una mala mirada—. Es un corralito para bebés, el cual es muy útil cuando tienes un niño revoltoso que se niega a quedarse quieto.
Si, bueno, quizás Dorian exageraba al llamarlo jaula, cuando en realidad era una especie de cerca con forma cuadrada lo suficientemente alta como para impedir que Shiloh pudiese vagar libremente. Teniendo en cuenta el brillo travieso en la mirada del infante, podía entenderlo... un poco.
—Cuando la perrita de un amigo tuvo crías, las pusieron en una jaula igual. —musitó, pensativo.
—¡No es una jaula!
—Se parece —insistió antes de señalar—. Hasta le pusiste un cartel que dice "Cuidado, muerde".
—Eso es parte de su castigo —dijo—. ¿Sabes que vergonzoso es para un padre tener que ser llamado por la dirección para decirle que su hijo es un rebelde sin causa?