SAMUEL LIBRO III.

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Regresé a casa, mi cabeza estaba en otro mundo, en otro lugar completamente diferente, la oscuridad le sentaba bien a mi empapado cuerpo, mi cama estaba mojada y yo bocarriba, con la mirada perdida en el techo, ni siquiera la luna podía calmarme.

Mi celular sonó y me obligó a plantar los pies sobre la tierra. Era Luis, me asusté un poco, eran las tres de la mañana y según yo, no había habido ninguna fiesta a la que no hubiera ido.

Tomé el teléfono en mis manos y contesté con la voz temblorosa.

-¿Diga?...

Llegué a la Funeraria San Rafael y bajé de la moto con mucho esfuerzo, con el corazón latiendo a un ritmo desmesurado, con la voz en un hilo, el nerviosismo a flor de piel y un nudo en mi garganta.

Al avanzar un poco más, algunas personas estaban afuera con cafés y galletas, otras más comentando con morbo la muerte de Genaro y fue por ellas que por fin me enteré que fue una puñalada al corazón. Mis dientes rechinaron de coraje, de impotencia por no haber podido haber hecho algo. A mi paso sentí cada una de esas horribles miradas curiosas deteniéndose sobre mí al momento en el que caminé junto a ellos. No sé por qué, pero creo que no era muy bien recibido en este cerrado, elitista e hipócrita círculo, me veían como si yo tuviera la culpa, como si de alguna manera lo que le hubiera ocurrido a Genaro tuviera que ver conmigo.

Sin prestar más atención de la que deberían tener, segui avanzando con la cabeza algo baja, tratando de no llamar mucho la atención empuje la puerta de cristal que permitiria mi paso directamente a la boca del lobo, la funeraria era amplia, había muchas capillas, pero la más grande y donde se veía más gente, era la del fondo. Unos berridos desgarradores retumbaban en eco por todo el sitio, otras voces podían escucharse entre sollozos, consuelos, pésames, dolor y flores por todos lados.

Más adelante había una gran variedad de personas en la sala de estar junto a la cafetería. Ninguna me resultaba familiar, pero al parecer yo a ellas sí.

Avancé con pasos tranquilos y sigilosos, buscando por todos lados a Lucia, no la veía por ningún lado. Quizás estaba dentro de la capilla.

¿Cómo es que todo esto pudo ocurrir en tan poco tiempo? ¿cómo sin previo aviso? ¿sin consideraciones? Reprocho cada cosa que ocurría, ¿porque habiendo personas tan malas en este mundo, se tenían que marchar las que mejores eran? ¿dónde está la justicia? ¿dónde está la equidad? ¿dónde quedan esos castigos?... lamentablemente yo no podía hacer nada en contra de la vida, ésta así era: impredecible, inconforme, injusta...

Y entonces, a lo lejos vi a una mujer guapa, alta, de tez blanca, labios rojos, maquillaje liviano, tacones y vestido elegante, el peinado era un poco aseñorado, para mi gusto pero era ella, no había duda alguna.

Muchas personas estaban a su alrededor, abrazándola, dándole palmadas en la espalda, alentándola...

Me quedé inmóvil a medio pasillo, la observé desde lejos y fui incapaz de acercarme más, no sabia que decirle o como comportarme... Entonces, Lucía volteó a ver quien era el tipo que la miraba con tanto detenimiento. Sus llorosos e hinchados ojos se posaron sobre mi, pero inclusive, creo que éstos mismos ya se habían quedado secos, no eran capaces de derramar una sola lágrima más fue alli cuando se acercó veloz y furiosamente a mí, casi corriendo, como si quisiera golpearme, y eso fue justamente lo que me hizo, se me echó encima pegándome en el pecho con los puños, los ojos inundados en lágrimas y la voz solloza y elevada.

-¿Qué haces aquí? ¡VETE! ¡NO TE QUIERO VER!- me empujaba con todas sus fuerzas- ¡TODO ES TU CULPA! ¡TE ODIO!

¿Cómo podia decir que era mi culpa? Yo siempre lo único que intenté hacer fue protegerla, cuidarla, procurar que nada le hiciera daño. De haber podido hacer algo no lo habría dudado, inclusive, hubiera dado todo lo que poseo porque Genaro estuviera aún con vida, y ver a Lucía bien, feliz, como lo era antes...

-No, Lucía, yo no fui el culpable, por favor escúchame- le dije con la voz apenas audible.

La gente poco a poco se aglomeró alrededor de nosotros y no podía detenerla ni podía detener a Lucía que me seguía repudiando con odio como si yo hubiera sido el que le arrebató la vida a Genaro.

-¡VETE! ¡VETE! ¡Todo es tu culpa! ¡TÚ MATASTE A MI PAPÁ!

Nada.

Nada.

En blanco completamente. El semblante se me volvió rígido, duro, sin dulzura ni expresión alguna, todo absolutamente todo en mí se paralizó. Tragué saliva pero no pude decir palabra alguna.

La gente volteó a verme cruel y horripilantemente, yo no era el culpable, ¡no lo era!... no podía ser yo...

Samanta llegó de pronto, también levantándome la voz, lo cual no era raro, lo que no me importaba ahora en lo más mínimo.

-¡Lárgate de aquí! ¡Lucía tiene razón! ¡Todo esto es tu maldita culpa! ¡TÚ MATASTE A GENARO!- me gritó fria y ensordecedoramente.

De pronto, los ojos se me llenaron de lágrimas sin querer hacerlo, pero así fue. Me quedé inmóvil, decepcionado, triste, con el semblante completamente seco, en blanco, como si en mí no hubiera nada, y de hecho no había nada... sin ella lo había perdido todo y lo peor es que creía que había sido mi culpa... y quizás en realidad si lo era, de no haberla conocido, de no haber cometido mis estúpido errores, de no haberla ido a buscar, Genaro tal vez seguiría aquí...

De pronto, unas manos me tomaron suavemente del pecho, volteé un poco y era Sofía, Sofía estaba aquí intentando llevarme lejos... pero yo mismo ni siquiera podía moverme.

-¡Vámonos Samuel!

Sofía dio unos leves empujoncitos por mi pecho, pero yo seguía con la mirada perdida en Lucía, en ella, sólo ella, en sus ojos hinchados y rojos...

Lentamente y triste como nunca, cedí, tragué saliva y cabizbajo, rendido y resignado di media vuelta para salir de aquel lugar.

Tu Historia Fue ConmigoOnde histórias criam vida. Descubra agora