Primera parte: el espía que me amó.

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Capítulo 1: Preparando a un caballero

Eggsy POV

Como siempre me pasaba cuando me despertaba por la mañana, me gusta quedarme en la cama un poco más. La mayoría de las veces sin más, haciendo el vago o fingiendo estar malo para evitar a toda costa ir al colegio. Ahora me gustaba más la cama en la que me había despertado por ser enorme y que me permitía estirarme, y por el olor, un delicioso olor a detergente mezclado con los efluvios de la noche que creaba un nido acogedor. Me hundí en las almohadas de aquella cama tan ajena que ya era tan familiar. Me encantaba el tacto de las delicadas sábanas contra mi piel, que sabían envolverme perfectamente sin agobiarme de calor. Estaba en ropa interior, como habitualmente me levantaba desde siempre( con ausencia de mi vieja camiseta de pijama), y ahora desde hace un par de días,en casa de Harry, por mucho que a él le molestase que me pasease por su casa con esas pintas. Argumentaba que le hacía muy difícil concentrarse en trabajar, y por consiguiente yo lo seguía haciendo encantado.

Me estiré como una estrella de mar para intentar abarcar todo el cuadrado que era la cama, pero llegué a tocar los extremos sin encontrar ningún otro cuerpo, ni cálido ni frío. Casi lógico, más bien, pensé, porque Harry ya estaba en pie nada más daban las seis de la madrugada, y sin embargo ya me habían de haber dado como las diez y yo seguía con el culo pegado a las sábanas. Es otra de las cosas que me decía Harry que me gustaban: que quedarme a dormir con él le pasaría factura a mi disciplina como Kingsman pero que ya se encargaría él de que eso no sucediese. Traducido en mi cabeza, eso sonaba muy tiernamente a que él no quería que me fuese a otro sitio.

Me abracé medio en bolas como estaba a su almohada, que aún conservaba algo de calor y olor, y me tumbé encima como si fuera un ser humano. Me recorrió el cosquilleo ese de quien se acaba de levantar de un entorno templado y se le llena de repente el cuerpo con un suave refresquillo. Me hacían falta sus brazos para volver a estar completamente a gusto, y apoyarme en la mejor almohada del mundo que era el valle fluvial de su pecho, acunado por el compás de su respiración. Me volví a imaginar que hundía la cara en aquella madriguera de protección, mientras me apretaba contra el involuntariamente en sueños. Pasados unos minutos, gracias a mi estado de modorra ni siquiera sé cuántos, me cansé de mi letargo de no hacer nada y me dispuse a levantarme y empezar bien el día. Tal y como iba, descorrí las cortinas- Harry las había dejado cerradas para que no me despertara, me apetece creer- y contemplé Londres, frío y brumoso. Busqué los pantalones que había llevado el día anterior y cuya suerte después de quitármelos anoche- el autor de tal acto era un misterio entre los dos implicados-, pero al no encontrarlos ni colgando de un mueble me cogí una de las camisas blancas inmaculadas del armario de Harry. Sabía que con eso me la estaba jugando un montón, pues conocía de sobra cómo se pondría mi mentor si utilizaba sus prendas de trabajo como bata, pero era cómoda y olía a limpio, así que aposté esa carta con mucho gusto. Me bajé a la cocina sin esperar ver a nadie y aproveché para vaciar bien nevera y despensa de todo lo que me apetecía y que nunca podía consumir por culpa del entrenamiento de espías pero que sospechosamente siempre tenía en casa: milkybars, snickers, pop tarts, batido de chocolate y vainilla, coca-cola de cereza, nubes de azúcar, helado, donuts, pringles y fingers de queso. Me hice una buena macedonia de todo aquello y me lo llevé al salón. Pareciera que estaba aprovechando que Harry no estaba para hacer todo lo que me apetecía. Cuál fue mi sorpresa al llegar la sala de estar y ver al dueño de todo aquello sentado en su sillon habitual leyendo el TIMES como si nada, enfundado en un traje gris impecable en lugar del batín rojo(feísimo) con el que lo solía ver cuando estabamos en casa los escasos días de permiso. Me quedé como una estatua e el marco de la puerta, si bien pensandolo con frialdad, aquella era su casa,y en tal caso el intruso era yo. Bajó los papelees del periodico y me miró, creo que sin sorprenderse, y sin cambiar su ferrea expresión habló:

Hombres de hierro: a kingsman fanfictionWhere stories live. Discover now