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Sentada en la cama y con una copa de vino blanco, Mel observaba el hermoso vestido de novia que colgaba de la percha enganchada a la agarradera del armario. No sabía en donde estaba parada. Se suponía que esa noche se casaría, pero eran las diez de la mañana y no tenía noticias del que se suponía era su futuro esposo.

Dio un sorbo a la dulce bebida de su copa y caminó con desgano hasta el living para tomar el álbum de fotos de la estantería. Arrastrando los pies volvió a su cama y se sentó contra la cabecera a piernas cruzadas y con el grueso libro sobre ellas. Tenía muchos recuerdos con Nicholas. De verdad muchos. Desde fotos del secundario hasta cenas familiares formales.

Suspiró profundamente antes de mirar por la ventana el hermoso día que la esperaba afuera. Se quedaría esperando, pues ella no pensaba poner un pie más allá del departamento.

Dejó la copa sobre la mesa de luz y se paró para caminar en silencio y abrir el placar del lado de Nicholas de par en par. El aroma masculino se extendió por la habitación en poco tiempo y Mel no se vio en la facultad de alejarse de delante de delante del mueble. No había pasado más de un día, sin embargo se sentía vacía. Su novio era lo más importante de su vida; lo había sido durante once largos años y pretendía que lo fuera hasta que la parca fuera a buscarla.

Se sentía una idiota por haberle hecho caso a Phil, que poco entendía los gustos y las decisiones de Nick; pero lo hecho, hecho estaba.

Su celular volvió a cantar el tono que venía rebotando en la cabeza de Mel desde temprano, y nuevamente no atendió. No quería hablar con nadie, no quería recordar que ese día iba a casarse si su novio no estaba con ella. Quizás lo podía llamar… No. No podía llamarlo. Presionarlo no iba a servir de nada.

Nicholas tenía sus tiempos. Asimilaba las cosas como podía y trataba de resolverlas de la mejor manera. Mel supuso que no debía haberle encontrado demasiadas opciones al problema. Lo había arruinado, al final; cuando todos creían que ella era la novia perfecta. Evidentemente se habían equivocado.

Un golpeteo en la puerta sonó y el corazón de Mel saltó amenazando con romper las paredes que lo apresaban. ¡Había vuelto!

Corrió a la puerta sin olvidar tropezar con cada mueble a su alcance, y abrió sin preguntar quien era.

—­Phil —bufó decepcionada.

—También me alegra mucho verte, Mel, gracias —bromeó—. La maquilladora me llamó veinte veces. Vas a perder el turno.

—No voy a ir, Phil —respondió al borde del llanto caminando hasta el sillón para acurrucarse en él y darle un nuevo sorbo a su copa.

—Pero… ¿qué pasó? —preguntó preocupado al sentarse a su lado.

—Nick no llamó —contestó Mel secándose una lágrima con la muñeca de la mano ocupada—. No se nada de él… y es el día de la boda.

—No… no te preocupes… Ya va a aparecer —intentó reconfortarla sin éxito alguno.

—No voy a caminar al altar para que me deje plantada —hipó ella dejando que él limpiara las gotas saladas de su rostro.

—Él jamás te haría algo así. Sabes que no lo haría… quizás tú lo dejes plantado si no vas ahora —aventuró sin saber realmente que decir.

—No… Nick me va a llamar si aún quiere casarse conmigo… en algún momento va a llamarme.

—¿Qué pasó anoche? —preguntó él y Mel sonrió con tristeza.

—Se enojó —intentaba retener lágrimas en vano— mucho… no le gustó para nada la idea. Me dijo que… que no sabía quien era ahora.

—No puedo creer que se haya enojado —bufó Phil fregándose la frente con frustración—. ¿Por qué no me echaste la culpa? En definitiva es culpa mía.

CampanasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora