Campanas

6K 172 14
                                    

Ese baúl era gigante y la pintura no parecía querer desprenderse. Melissa se preguntaba a qué persona se le ocurría pintar un baúl de fucsia y turquesa. Peor aún, ¿a quién se le podía cruzar por la mente intentar restaurarlo con más pintura? Ahora, el mueble tenía capas y capas de tinte fijamente adherido al entelado original. Maldijo al pensar en que debería reemplazar la tela luego de horas de rasquetear a la luz del sol de las cuatro. Estaba bañada en transpiración y nada le apetecía más que una buena ducha y una lata de cola helada.

Se puso de pie, experimentando aquel espantoso dolor lumbar luego de tanto tiempo agachada y un ligero mareo a causa de la velocidad de sus movimientos. Suspiró pesadamente. La primavera había aparecido de repente, obligándola a bajar y vaciar todas las cajas de ropa de verano que reposaban cómodas en la parte superior del placar. Así se había ganado un nuevo par de moretones en la pierna derecha, puesto que la silla que había utilizado para darse altura no había resultado muy estable.

Miró la habitación a través de la puerta balcón y por poco se largó a llorar al notar el polvo en el acolchado nuevo y las cajas por doquier. ¿Desde cuando había tanta ropa en ese apartamento?

Contempló su obra, abatida, y decidió que continuaría más tarde. Entró esquivando cajas y cosas para dirigirse a la pequeña cocina y servirse un vaso de lo que fuera que estuviese congelado. Volvió a la terraza con el vaso en la mano y se recostó en la reposera acolchonada tras quitarse la remera manchada y arrojarla al suelo. No le importaba estar en short y sostén; de todas maneras, nadie podía sorprenderla.

Normalmente, se habría calzado el reproductor de mp4 que le habían regalado la pasada navidad, pero el sonido del sol desparramándose sobre las baldosas hirvientes de la terraza era demasiado delicioso para perdérselo.

Al cabo de media hora, la piel de las piernas y el abdomen le pedían a gritos salir de la luz y esconderse en alguna esquina fresca y sombría. Acatando los alaridos de su cuerpo, se volteó boca abajo y, no mucho después, su piel había adoptado una agradable y cálida temperatura.

Comenzaba a transpirar gotones de sudor por cada poro de la espalda, y sabía que si no se desprendía el sostén, le quedaría una desagradable y ancha marca, pero se encontraba en una posición demasiado ideal como para desarmarla.

Los parpados le comenzaron a pesar al pasar los minutos, pero no logró dormir. Decidió, a la larga, concentrarse en el resto de los sentidos, dejando la vista de lado.

Quizás media hora o cuarenta minutos más tarde, el sonido de la cerradura de la puerta principal del apartamentito le robó una sonrisa.

Oyó a la perfección el llavero metálico con cuatro llaves —de casa de sus padres, el trabajo y dos del departamento— hacer un barullo al dar contra el bol de cobre donde odiaba que las pusiera, puesto que rompería sus preciosas manzanas de vidrio.

Los zapatos generaban el sonido tosco de su caminar sobre el piso flotante que había comprado hacía poco para ella, y, luego, un suspiro de cansancio (el que siempre largaba a la misma hora en el mismo lugar), antes del sonido del saco al caer directamente sobre el sillón.

Comenzó a canturrear alguna canción de su CD mp3 de los Beatles, aquel que escuchaba todos los días en el auto por no cambiarlo y que tanto le gustaba. En ese momento, debía estar aflojando las muñecas de su camisa y arremangándola, mientras se aflojaba la corbata hasta quitarla del cuello.

No soportaba la nuca ardiendo, por lo que de seguro había llenado sus manos con agua y, tras empaparse la cara, había humedecido los rizos para luego secarse con la toalla y dejar que la suave brisa lo refrescara naturalmente.

Melissa amplió la sonrisa al escuchar la heladera abrirse. Estaba buscando su lata de cola, como cada tarde. Al minuto, la puerta balcón corrediza de vidrio se abrió y un par de labios dulces y helados encontraron los suyos en un beso cotidiano, pero que a ambos les producía electricidad (aunque se lo dieran más de tres veces por día, los trecientos sesenta y cinco días del año).

—Hola, amor —articuló ella sin mover un músculo—. ¿Cómo te fue hoy?

—Bien… igual que siempre —se había acomodado a su lado en la reposera, tapándole el sol y posando una mano en su cintura desnuda—. ¿Te parece bien hacer exhibicionismo de esta manera? —sonrió burlón.

—Bah… no me ve nadie aquí —él dejó la lata a un lado y estiró el brazo para alcanzar el protector solar que ella había dejado sobre la cerámica y no había abierto aún.

—¿Para que te tiras al sol así? —preguntó desabrochando la prenda superior y sentándose sobre ella para tener un amplio panorama de su espalda—. Sabes que luego te arde todo y quedas roja por un mes —se quitó el reloj, el anillo y la pulsera, y los colocó debajo de la reposera.

—Es que de todas maneras, no llego a ponerme el crema ahí —balbuceó antes de que Nick frotara las manos embadurnadas de protector, para que el cambio de temperatura no fuera muy brusco.

Mel adoraba que él llegara y le pusiera el crema en la espalda, salvándola de pasar la horrible experiencia de la quemazón dos veces.

Sus pulgares se hundían en su cintura y recorrían la columna hasta llegar a sus omóplatos. Mel siempre se quejaba allí, puesto que la presión le hacía doler los nudos.

—Con amor, Nick —pidió con voz quejosa, a lo que él sonrió.

—Que esté muy fuerte no quiere decir que no sea con amor —ella rió incapacitada de hablar ante el jugoso y dulce roce de un par de grandes, cálidas y masculinas manos en su espalda.

Cuando la crema con olor a playa había sido absorbida por completo, Melissa suspiró profundamente antes de que Nicholas levantara su cabello oscuro para darle un par de besos en el cuello.

—Te extrañé hoy —musitó ella a ojos cerrados, disfrutando del contacto.

—Me viste a la mañana —carcajeó, endulzándola con su aliento a gaseosa.

—¿Qué tiene eso que ver? Cuando te vas a comprar al kiosco, te extraño también —Nick volvió a abrochar la prenda y ella se volteó al tiempo que él se sentaba a su lado otra vez.

No tardó en recostarse sobre el vientre sudado para besar aquellos labios en los cuales pensaba a todas horas.

—Yo también te extrañé —sonrió sobre la boca de Mel antes de besarla una vez más.

Ella se entretenía con los rizos húmedos de la nuca de su novio de secundaria, mientras correspondía a aquel ósculo sentido y honesto.

—¿Y si salimos hoy? —preguntó él con una enorme sonrisa y ella no pudo evitar carcajear.

—No —rió.

—¿Por qué no? —arqueó una ceja—. Oh… quieres divertirte en casa —imprimió la picardía en sus rasgos y Mel rió aún con más ganas.

—Tampoco —jugó con el bucle más largo que poseía la cabellera de Nick.

—¿Por qué no quieres salir entonces? ¿No quieres pasar tiempo conmigo? Me iré de casa, si quieres dormir sola hoy —bromeó con un fingido rostro de dolor.

—Tonto —golpeó levemente su hombro antes de deslizar la mano por su brazo en una caricia—. No recuerdas que día es hoy, ¿cierto?

El seño de Nicholas se frunció mientras él intentaba conectar todas las neuronas que tenía, para recordar de qué fecha se olvidaba.

—Me rindo —suspiró cuando logró visualizar su agenda mental… totalmente vacía.

—Es el cumpleaños de mamá —las facciones de Nick se contorsionaron en una expresión de queja y escondió el rostro en el cuello de Mel.

—¿Es muy necesaria mi presencia?  —se quejó sin moverse, haciendo que su novia riera por las cosquillas que el modular de Nick le producía.

—¿Me dejarías sola en esa reunión fría y lúgubre? —impostó la voz cual narradora de cuento de terror.

—¿Es muy necesaria tu presencia? —reformuló él con la exacta misma entonación que la anterior vez.

—Sí, es mi mamá, pero también va a estar Jack —lo animó acariciando su espalda con cariño—. Además, dijo que podías llevar acompañante.

—Mmm… tendré que revisar mi libreta negra —se enderezó con cara de dandy, a lo que Mel no pudo resistirse.

Tomó su rostro con ambas manos y lo llenó de besos, completamente ahogada en ternura. 

CampanasWhere stories live. Discover now