La Carta.

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Querido Remus:

Esto es algo que me cuesta mucho trabajo expresar, nunca se lo había dicho a nadie porque nunca había sentido esto por alguien. Volteo a verte y no puedo evitar sentir una punzada de dolor en el estómago al pensar en lo que te podría pasar si no tengo cuidado.

Es raro escribir esto, pues seguramente cuando lo leas yo ya no esté contigo; me duele hasta lo más profundo de mi alma no poder acompañarte en lo que siga de tu vida.

Es extraño ¿sabes? Siempre pensé que estaríamos juntos hasta el final, que envejeceríamos juntos o algo parecido, ahora comprendo que eso nunca podrá ser; quizá en otra vida nos volvamos a encontrar, volvería a ser tu niña y todo esto sería como una pesadilla de la que al fin despertamos.

Pero ahora sólo queda decirte adiós y recordarte que, pase lo que pase, nunca te voy a olvidar, te convertiste en una de las partes más importantes de mi vida; me diste ánimos para volver a vivir, antes de conocerte era como si todo estuviera apagado y mi alma sólo aguardara el momento de dejar de sufrir por no poder hacer nada en la vida: tú me enseñaste que puedo hacer todo lo que yo quiera si me lo propongo. Le prometí a tus amigos que no te haría daño, y espero que entiendas que si sufres por mi culpa, nunca fue mi intención.

Creo firmemente que nadie elije su destino, y es hora de que conozcas mi verdadera historia, la completa, parte por parte:

Nací en un pequeño pueblo, el cual seguramente ya no existe; mis padres me criaron en una casa humilde y pequeña a las afueras de un bosque. Recuerdo que una noche al mes veía a mi padre salir e internarse en las profundidades de los árboles. No recuerdo mucho a mi madre, nunca salía de su habitación, era como si nunca hubiera estado en casa. Una noche, cuando yo tenía cinco años mi padre me llevo con él, yo le tomé la mano como niña buena y lo seguí hasta que nos adentramos en el bosque.

Entonces lo vi, recuerdo haberme asustado muchísimo, pues él se estaba convirtiendo en un enorme monstruo frente a mis ojos. Me puse de rodillas y comencé a llorar. Así que sucedió; él me mordió. No me defendí, no corrí ni luché, fue como si eso estuviese destinado a pasar.

Desperté confundida y adolorida en San Mungo, había varias cabezas sobre mí y me miraban aliviadas, llamaron a alguien a gritos y mi padre entró, me miró con una mezcla de orgullo y satisfacción que yo no lograba comprender. Me dieron la noticia, pero claro, no lo entendí por completo hasta mi primera transformación: la experiencia más dolorosa de toda mi vida.

Así seguí unos cuantos meses hasta que por fin comprendí lo que mi padre quería hacer conmigo, es lo que siempre ha querido. Podría decirse que solo era una niña que tuvo que crecer demasiado rápido.

Decidí escapar, una noche de transformación me propuse llegar al único lugar mágico que conocía además de mi casa: San Mungo. No sabía que iba a hacer o decir, pero no me cuestionarían cuando vieran mis heridas. A la mañana siguiente me encontré con Dumbledore, y me acogió como si al verme hubiese adivinado mi historia.

Ahora mi padre ha regresado por mí. Y comprendo por qué te quiere a ti, él siempre quiso un varón, no una chica, así que para él fue una suerte encontrarte; yo voy a quitarle su idea de la suerte.

No puedo expresar todo lo que siento en estos momentos; rabia, tristeza, desesperación, preocupación, mi infinito amor por ti y por Albus, y mi odio infinito hacia mi padre. Nunca me olvides, algún día la pasión y el dolor nos mantendrán en la mente del otro. Pero mientras tanto, mi padre hará lo que sea con tal de conseguir lo que quiere. Y hay una cosa más que debo confesarte, Remus. Mi padre es Fenrir Greyback, el mismo licántropo que te mordió; y lamento mucho que lo hubiera hecho, tú te mereces algo mucho mejor que esta vida y yo no podré dártelo.

Te amo, y perdóname por lo que pueda pasar.

Adonia.

Los merodeadores y la mujer loboWhere stories live. Discover now