Capítulo 5

3 0 0
                                    

Las mañanas en casa de mi padre eran realmente tranquilas y, aun así, después de más de tres años, no dejaba de extrañar amanecer en mi habitación universitaria, con algo de resaca luego de una alocada noche en una fiesta de fraternidad. Solo había algo capaz de hacer mi estancia en casa llevadera, y eso era mi dulce abuela, Rosa Stain.

—¡Pastel de limón! —exclamé embelesada, al verla servir su famoso postre en la mesa. —. Cielos, se me hace agua la boca.

—Espero lo disfrutes, mi niña —dijo desde mi espalda, posando las manos en mis hombros para darme un tierno beso en la frente. —. Lo hice con mucho amor.

—Gracias, Abu —sonreí y me serví una porción en un plato, para luego tomar el tenedor y probar un trozo, sintiendo gustosa el agradable sabor que inundaba mi paladar. —. Está delici...

—¿Qué es eso?... Mia, hazme un favor y quítalo de la mesa. —ordenó papá con voz severa una vez que cruzó el umbral.

Abrí los ojos de par en par, y me senté erguida dejando el tenedor a un lado del plato. Vi de reojo a la abuela, quien miraba a mi padre con reproche, y sentí un profundo pesar cuando la empleada retiró el pastel de la mesa.

—No deberías comer eso, cuida mejor tu figura. —me dijo con reprehensión, mientras se sentaba frente a mí con el periódico en sus manos, ignorando la mirada acusatoria de su propia madre.

—Por favor, Héctor, la niña está casi en los huesos. —comentó mi abuela, suspirando exasperada.

—Debe cuidarse, mamá —rebatió, rodando los ojos. —. Sin una buena apariencia será difícil que se encuentre un buen marido. Y, por cierto, sigo esperando que presentes a alguien a quien valga la pena dejarle mi esfuerzo de toda la vida.

Contuve todo deseo de realizar una mueca, en lo que le entregaba el plato con mi pedazo de torta a Mia, para sustituirlo por uno de avena integral. Guardé silencio ante su comentario y observé mi desayuno fijamente sin atreverme a alzar la mirada, pensando en que aquel era uno de los días en que echaba de menos a mi padre.

Héctor Stain fue alguna vez el hombre más amoroso que podía existir sobre la faz de la tierra, apenas tenía siete años en aquel entonces, pero era capaz de percibir el cariño y la dedicación por su familia; debido a su trabajo solía viajar mucho, se ausentaba durante meses, pero eso hacía que los días de su retorno fuesen realmente especiales para mí. Amaba esperarlo sentada en el porche de nuestra pequeña casa y correr hacia sus brazos para fundirnos en un caloroso abrazo. Daba todo de sí, y aunque estaba agotado se hacía un tiempo para jugar conmigo.

Lamentablemente para mi madre no significaba lo mismo, y entre más transcurría el tiempo, más se alejaba. Un día cualquiera volví de la escuela y encontré a papá llorando como si fuese un niño pequeño, tirado sobre la alfombra en posición fetal. Me tomó mucho tiempo entender y aceptar que mamá nos había abandonado.

Fue la primera y la última vez que lo vi llorar.

En medio de la tempestad que sentía en su interior, él se refugió en el trabajo, y la abuela tuvo que mudarse con nosotros para poder ayudar en mi cuidado. Contra todo pronóstico logró alcanzar sus sueños, pero cuando finalmente llegó el momento de convivir como familia y recoger los frutos de su esfuerzo, ya no era el amoroso padre que alguna vez tuve, se había convertido en un ser frívolo, patán, arrogante y machista.

Carajo, la mayoría del tiempo sentía que debía culparla por romperle el corazón, crear a un monstruo y luego marcharse, dejándome atrás. Pero la realidad era que, aunque ella me hubiese propuesto llevarme consigo no lo habría aceptado, porque a pesar de todo amaba con el alma a mi padre.

Rebeca Stain (Censurado)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora