Capítulo 10

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Rosie estaba sentada detrás de la barra del pub donde trabajaba. Normalmente se turnaban con las demás camareras la barra, ya que así podían armar mayor cantidad de propinas. Era algo temprano, por lo que no se veía nadie interesado en pedir algún trago. Sacó uno de sus apuntes de la universidad y con la máxima cautela posible comenzó a estudiar. A su jefe no le gustaba que ocuparan el tiempo del trabajo en eso, además que no le daba muy buena imagen al local.

Iba a sacar un lápiz cuando una de sus compañeras, Natalie, le golpeó el mesón. Levantó la cabeza asustada y escondió sus cosas de nuevo en la mochila. Nat se rio de ella y se metió un chicle a la boca. Tenía un humor particular, pero dentro de todo le caía bien.

— ¿Qué quieres?

— Te está buscando tu hermana— le dijo mientras mascaba su chicle.

— ¿Mi hermana?— le preguntó Rosie extrañada. Emilie tenía su número y habían quedado que sólo la fuese a ver en caso de emergencia.

— Tu hermana cabeza hueca— Rosie arrugó un poco la nariz— Le dije que te esperara cerca de la puerta. Si quieres, yo te puedo cubrir.

Se levantó de su asiento y se fue a la puerta del local con el estómago hecho un nudo. Su madre ayer había salido y cuando le preguntaron dónde había ido, no les quiso contestar. Esperaba que no hubiese hecho alguna locura.

— Emilie...

Paró en seco. Esperaba encontrarse a su pelirroja hermana, pero la persona que la estaba esperando era todo lo contrario. Y eso no le producía ningún tipo de agrado.

La última vez que se habían visto Rosie tenía 13 años y la otra era un bebé. Lilianne Clarissa White era la copia exacta de su madre, con una cabellera rubia a media espalda y los ojos azules, el único rastro White que se podía ver en su cara. Llevaba el uniforme del colegio alemán más caro de la región. Cortesía de Bruce White, obvio.

— Hola, Rosie— le dijo la adolescente casi con miedo.

— Rosamund para ti— Masculló entre dientes— Si ese hombre te envió aquí, te advierto que...

— Papá no me ha enviado, Rosamund. Vine porque quise.

Eso llamó la atención de la mayor. Ninguna de las dos partes antes había dado señales de querer mantener algún tipo de contacto o algo parecido, pero su instinto de hermana mayor le decía que la mocosa no lo estaba pasando muy bien. Podía reconocer a la perfección en su mirada lo mismo que llevaba ella todos los días desde que su padre había engañado a su madre. Dolor, desesperanza e ira. Mucha ira.

— ¿Qué quieres entonces?, ¿comiste algo?

— Sí, ya lo hice. Me gustaría hablar contigo.

Rosie suspiró y observó por encima de su hombro a Nat, quien le levantó ambos pulgares, diciéndole que todo estaba bien. Le indicó con su mano una silla y Lily se sentó, para hacerlo después ella frente a frente.

— Soy toda oídos.

— Es sobre nuestro padre. Y antes de que me mandes al demonio— Rosie se estaba levantando —, sería mejor que me escucharas. Sé que para ti tuvo que haber sido horrible cuando mi mamá apareció en tu vida y en la de todos los que conocías. Yo...

— Tú no sabes nada, niña. Tú no sabes lo que es ver a tu familia desmoronarse desde los cimientos. Tú no...

— Puede que no lo sepa, pero creo, o mejor dicho, estoy segura de que pronto lo sabré.

Eso hizo que el interés de Rosie renaciera de las cenizas. Se removió en su asiento y fijó su mirada en su mediahermana pequeña. No estaba mintiendo, algo en su interior le decía que no lo hacía. Y cómo eso era verdad, a la única conclusión que podía llegar era de que su padre era la peor alimaña que ha pisado la tierra.

— ¿Qué te hace estar tan segura? ¿Lo has visto?— le preguntó a la chica.

— Ayer lo escuché hablando con una tal “Karolina”. La forma en que... La trataba, era igual como si fueran amantes. Como si papá la amara.

— ¿Karolina dices? Bruce White tiende a cambiar nombres. A tu madre la llamaba “Helena” cuando hablaban en casa.

Lilianne asintió vagamente y de un rato a otro empezó a llorar. Sus quejidos alertaron a unos hombres que bebían cerca de donde estaban, quienes giraron la cabeza algo molestos. Rosie comenzó a ponerse nerviosa y en un impulso colocó una silla al lado de ella, rodeando con el brazo sus temblorosos hombros. La adolescente escondió su cabeza en su pecho y algo extraño pasaba en la cabeza de su hermana mayor. Quería correrla de su lado, pero también entendía por lo que estaba pasando.

— Quizás no esté pasando nada y sólo sean imaginaciones tuyas. Puede que sea alguna amiga del trabajo o...

— Tú sabes que es verdad. Pero no puedo decirle a mamá lo que oí. No quiero que se ponga mal de los nervios como...

Calló de inmediato. Rosie sabía muy bien a quien quería poner como ejemplo. Jane Ross había perdido la cabeza de una manera por el engaño de su padre. Le pasaría lo mismo a la mujercita esa y aunque se lo merecía, entendía a la perfección como se sentiría Lilianne cargando con alguien que sería la sombra de sí misma. Ella lo hacía a diario.

— ¿Para qué me lo dijiste? No sé como puedo ayudarte, niña.

— Sólo quería alguien que me escuchara. Papá siempre se ve con Emilie, pero de quien nunca para de hablar es de ti. Pensé que... Podrías ser mi hermana mayor por unos minutos.

Rosie se apartó unos segundos y se quedó mirando ese rostro tan idéntico al de Helen Gertz. Quizás había llevado el rencor hacia su padre a límites extremos. Los hijos no tienen la culpa de lo que sus padres hicieron. Ella se había olvidado de eso.

— Espero haberte ayudado, Lilianne. Para eso se supone que estoy ¿o no? La hermana mayor tiene que cuidar de sus hermanas menores. Y creo que he perdido bastante tiempo contigo.

Lily se rio y la abrazó con fuerza. Tomó la mochila del colegio y se fue del pub, dejando a Rosie con cargos de conciencia y mayor malestar contra su padre. Era un sucio egoísta que nunca medía los daños que producía cuando se encontraba con unas nuevas piernas. Con eso menos podía perdonarlo.

— No tenía idea que tenías otra hermana, Rosie— le dijo Nat metiéndose otro chicle más a la boca.

— Media hermana en realidad. Y a ti, ¿desde cuándo te interesa mi vida privada?

— Desde ahora, que he perdido unas cuantas propinas cubriéndote. — le dijo Nat despreocupada— Es todo tuyo, nena.

Se levantó y la dejó en una pieza tras la barra. Tendría que portarse mejor con ella ya que, por lo que veía, podía ser la única oportunidad de tener una amiga.


Las Mujeres de WhiteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora