El amor puede hacerte sentir en las nubes, por sólo unos segundos, o tal vez por años. Te lleva a todas las situaciones que tu mente pueda almacenar, y en cada una de ellas se encuentra esa persona. Esa persona que te hace suspirar, sonreír, pensar e imaginar.
Mientras que te encuentras en las nubes, mientras que vuelas en los cielos, puedes sentir turbulencias, puedes descender así como ascender.
Sin importar eso, sin importar cuantas personas te tiren piedras para hacerte bajar, no lo harás hasta que esa persona lo decida, hasta que esa persona haga una de las mil cosas que sólo ella puede hacer: Te hace aterrizar.
Hay dos maneras de volver a tierra firme: La primera es suavemente, y lo único que sentirás serán unos mareos a causa del vuelo, dependiendo obviamente de la duración de este. Si aterrizas de la segunda manera, caerás con fuerza, te rasparas las rodillas y tal vez hasta brote sangre de tu piel. Lloraras, te lamentaras, y no querrás volver a los cielos nunca. Y por sobre todo, te arrepentirás de haber volado.
Pero sin importar la forma de tu aterrizaje, sin importar las veces que hayas bajado y subido, volado y aterrizado, y sin importar las veces que te prometiste a ti mismo no volver a sentir las nubes rozando tus mejillas y que permanecerías en tierra firme, llegará la persona que te hará volar más alto de lo que ninguna otra pudo hacer, no te dejará caer y volará a tu lado, y así te sentirás por encima de las nubes y superior a las estrellas, experimentando un vuelo único y mejor que todos los que hayas podido vivir, juntos.
