02 ; the film list

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Entramos en su piso y, como me imaginaba, estaba todo hecho un desastre, aunque no sucio. Rodé los ojos. Tenía constancia de que no todos los tíos eran unos guarros desordenados, porque mi hermano era algo así como un maniático del orden, pero Louis era, simplemente, incapaz de mantener las cosas ordenadas, ya me lo había demostrado en el trabajo.

-No sabía que estuviera así -murmuró sin darle mucha importancia.

-Eres un cerdo -me burlé-. A ver, ¿qué película vas a ponerme?

Eso pareció pillarle desprevenido. Creo que Louis no se estaba planteando que yo le respondiera afirmativamente, esperaba un no para luego volver a su triste y desordenado piso solo.

-Pensaba dejar que tú la eligieras -improvisó.

-Será eso -me mofé.

Me acerqué al lugar donde parecían estar las películas mientras que Louis iba a la cocina, supongo que a preparar algo para cenar. Mis tripas gruñeron y me di cuenta de que estaba famélica. Trabajar en una barra era agotador, y eso que nos dividíamos las horas de agitación con Jake y Charlie.

Acabé eligiendo una película cualquiera, sin si quiera preocuparme en mirar la escueta trama que ofrecía la parte de atrás de carcasa. Louis tenía demasiadas películas, no muchas, demasiadas, era imposible que las hubiera visto todas, seguramente le pasaría como a mí  con los libros (y a la mitad del mundo con estanterías como Dios manda), no habría visto ni la mitad, y antes de acabarlas todas, ya habría comprado veinte más.

Me senté en el sofá y le esperé, mirando a mi alrededor.

Había una mesa de café entre el sofá y la televisión, y me hubiera encantado apoyar los pies en ella, pero su superficie estaba cubierta por revistas de coches y propaganda, incluso vi unas cuantas cartas desperdigadas por ahí. Las paredes eran de un gris suave que les daba un toque muy refinado, y había algún que otro cuadro, pero sobre todo, bastantes fotos repartidas por todo el apartamento. No me habría sorprendido ir al baño y encontrarme a un Louis de niño, rodeado con su familia sonriéndome mientras yo me encargaba de mis asuntos.

Había una estantería, pero solo dos baldas tenían libros, las demás tenían fotos, piedras (que me desconcertaron) y películas. El piso parecía haber sido conquistado por detritus, películas y fotografías.

A pesar de que no era la casa más bonita del mundo, sonreí. Parecía la casa perfecta para alguien como Louis, y de hecho, no habría podido imaginar mejor santuario para él.

-¿Qué te parece mi humilde hogar? -preguntó Louis.

Vi que caminaba hacia mí con un bol de palomitas enormes, sonreí y se lo arrebaté de las manos. Él rio y puso la película después de comentar que había hecho una gran elección, yo me encogí de hombros, como si hubiera pretendido hacerla, y seguí comiendo palomitas.

Cuando apareció el logo de universal, Louis repitió que le encantaba esa película, y yo le dije que eso ya lo había dicho. Rio y pretendió cogerme palomitas, pero yo le aparté la mano de un manotazo, con el ceño fruncido. Nadie, nadie me roba comida cuando tengo hambre. 

-Hazte las tuyas -le dije.

Me miró boquiabierto. Ya me conocía, y mi reacción no podía haberle molestado, pero sí parecía haberle dejado en un estado de turbación poco propio en una persona tan segura como él.

-Elie -dijo-, esas palomitas eran para los dos.

Fruncí el ceño.

-Pues ya no -dije-. Tengo hambre, hazte tú las tuyas.

treinta y seis lunares Donde viven las historias. Descúbrelo ahora