06 ; time

450 55 0
                                    

Cuando llegué ese día a casa caí rendida en mi cama y no me levanté hasta las ocho del día siguiente. Según mamá, Rudy estuvo molestándole todo el día diciendo que alguien podía haberme drogado y que podía haberme pasado cualquier cosa. Estoy segura de que si la pequeña mente paranoica de mi hermano no le hubiera jugado esa mala pasada y él no se hubiera visto obligado a despertarme, habría estado mucho más tiempo durmiendo.

Estaba agotada, y no solo físicamente.

Lo bueno de trabajar en un club era que ese nefasto horario solo lo tenía dos días a la semana, y que los demás días de la semana, los tenía completamente libres para mí.

A falta de una vida interesante, había conseguido trabajo en un café, pero para una persona con más vida social, sería muy rentable. Incluso ganaba más en el Lollaby Club que en el café.

Ese día, al ser domingo, era mi día libre, y normalmente salía a comer con mi madre y mi hermano a algún restaurante barato. Por unas cosas o las otras, era el único día fijo en el que cenábamos los tres juntos.

Ese fue el único momento de la semana en el que no pensé en Louis y en su endemoniada propuesta.

El lunes por la mañana, estaba preparándome para ir a trabajar al café cuando me asaltó el pensamiento de qué estaría haciendo Lou en ese momento. No era un pensamiento romántico ni mucho menos, era curiosidad. Recordaba bien que había dicho que no tenía demasiada vida social, uno de los motivos, el trabajo que había conseguido. Es fácil conocer gente en discotecas o clubes, pero claro, nadie normal salía por esos lares entre semana.

Me dio pena pensar en cómo debía haber sido su vida esos últimos cinco meses, y me sorprendió su fuerza. Estaba segura de que, en su situación, viviendo en una ciudad desconocida y sin nadie a quien poder recurrir, no tendría el buen humor que tenía Louis siempre.

Por eso y por algún motivo más, el miércoles, a las cuatro de la tarde, le envié un mensaje.

Los otros motivos eran que me había dado cuenta de que, en mis diecisiete años viviendo en Londres no tenía casi ningún amigo. Los podía contar con los dedos de la mano, de hecho. Niall, que se había ido a la universidad de Dublín a estudiar; Ginebra y Kiara, hermanas, se habían ido a Estados Unidos; y Harry, que estaba en Oxford, a una hora de Londres y al que veía poco. Cuatro amigos en diecisiete años, esa era mi vida.

Pensé en que las únicas personas con las que salía y me relacionaba eran mi madre y mi hermano, y eso no estaba mal, me gustaba relacionarme con ellos, pero sé que mi vida no puede centrarse en mi familia.

Tardó en contestar, y cuando lo hizo, me dijo que le encantaría volver a ponerme una peli, pero que con la condición de que a esta le prestara atención.

Me reí y agradecí que todavía hiciera bromas, porque si iba a su casa no quería que hubiera tensiones que lo hicieran todo incómodo. Para eso preferiría no ir.


treinta y seis lunares Donde viven las historias. Descúbrelo ahora