Capítulo 21

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Una vez en el avión, Thomas y yo decidimos organizar las visitas. Al parecer Will se toma muy enserio lo que ha dicho, y aunque es muy buena persona, es mejor no enfadarlo, porque saca su Hulk interior. Cada poco somos interrumpidos por Austin, que está sentado cerca de nosotros haciendo comentarios obscenos y criticando todo lo que hacemos mientras le da golpecitos a Thomas, que se encuentra en el asiento del pasillo. Él intenta ignorarlo, pero es que es imposible. Los gemelos están al lado de Austin, callados y tranquilos. Debería de darle vergüenza, pero ya sabemos que el infantil de la familia es él. Will está detrás de nosotros, y Alex, a mi lado. Él también intenta a ayudarnos, dando su opinión sobre los horarios y cosas así.

Me alegra que podamos mantener una conversación tan... trivial sin rencores y miraditas de odio. No sé si a solas se comportaría así, pero decido no pensar en eso. Ya bastante complicado es todo como para buscarme más preocupaciones.

Dos horas después ya sabemos qué va a hacer cada grupo. Como todavía queda bastante tiempo de vuelo, cada uno se pone a hacer cosas por su cuenta. Los gemelos juegan con sus PS Vita, Thomas duerme y Austin escucha música. Cometí el grandísimo error de guardar todos mis aparatos electrónicos en la maleta y no sacarlos antes de embarcar, así que no tengo nada que hacer. Alex tampoco parece saber qué hacer. Podría ignorarlo, pero mi tierno corazoncito se me encoge sólo de pensarlo. Lo miro de reojo, y veo que él también me observa a lo disimulado.

—¿Alguna vez estuviste en Roma? —pregunto, intentado dar conversación.

—No, aunque tenía ganar de ir —contesta, secamente. Volvemos a guardar silencio mientras él empieza a mordisquearse una uña. Luego dice—: Amy, yo... lo siento.

—¿Por qué? —nada había sido culpa suya. Comprendo que se pusiese a la defensiva cuando lo de Matt—. La que tendría que disculparse en todo caso sería yo.

—¿Qué? ¡No! —exclama—. Si te gusta Matt... no es problema mío. Siempre fuiste muy buena conmigo y mira cómo te lo he pagado.

Me giro todo lo que permite el reducido asiento y el estúpido cinturón de seguridad y lo miro anonadada. Él se tensa y comienza a hablar, pero hago que se calle al darle un puñetazo en el hombro.

—¡Ay! —se queja, frotándose la zona donde hundí mi puño con poca delicadeza y provocando que los pasajeros que nos rodean nos miren molestos—. ¿A qué viene eso?

—¡No tienes que pagarme nada! Fui yo la que te hizo daño.

—Yo también te lo hice a ti —replica.

Estoy a punto de contestar cuando alguien me da golpecitos en la espalda. Me vuelvo y veo a Thomas sonriendo.

—¿Podéis dejar de ser tan empalagosos? Tanta disculpa va a provocar diabetes al avión entero.

—Cállate —le espeto—. No te metas en esto.

—Tío, te quiero y todo eso, pero mejor no digas nada —dice Alex a la vez que yo.

Él nos mira, fingiendo estar ofendido, y vuelve a cerrar los ojos para seguir roncando como un tronco. Alex y yo ponemos los ojos en blancos, y no puedo evitar reírme. Él se sorprende por mi reacción, pero también termina soltando una sonora carcajada. La azafata se acerca a nuestros asientos y nos dice:

—Perdón, ¿pero podrían hacer menos ruido? Algunos pasajeros se están quejando.

Asentimos con la cabeza y comienzo a refunfuñar por lo bajo. Alex me mira divertido, y entonces, dice las palabras que llevo esperando oír semanas:

—¿Olvidamos todo lo ocurrido? ¿Volvemos a ser amigos? —pregunta, clavando sus ojos marrones en los míos.

—Claro que sí. Es más, podemos ser mejores amigos, y todo —contesto, bromeando.

Chicos, chicos... y más chicosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora