6 -Segunda Parte

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Salix echa a correr tras ella lo más rápido que puede. Iris sale de casa. Cuando su hermano atraviesa la puerta mira a la derecha y la divisa a lo lejos, paralela a los jardines de las casas Alfa.

Continúa persiguiéndola, con el corazón bombeando sangre a mil por hora. Por cada barrio hay cuatro estaciones de metro, cada una en una esquina del cuadrado. Ella se está dirigiendo a la que queda a la derecha de casa de los Rex, que es la más cercana.

Salix siente al poco tiempo una asfixia en el pecho y sus pulmones quemando. Iris está más acostumbrada al ejercicio físico, anda una hora cada vez que va de casa al colegio y viceversa, por no hablar de las ocasiones en las que se le ha hecho tarde y ha tenido que correr durante casi todo el camino. Hace más de un año y medio que él no asiste a la escuela, y el único trayecto que recorrido ha sido el que va desde su vivienda a la de los Luctor.

La falta de aire le va consumiendo poco a poco, y no sabe cuánto tiempo más resistirá su retumbante corazón, pero la inminente muerte de su hermana le es incentivo de sobra para que sus piernas continúen moviéndose en contra de los deseos de su cuerpo.

Corre y corre en línea recta tras ella, pero no parece alcanzarla. Un nudo enorme se aloja en su garganta y cree estar a punto de vomitar, pero poco le importa eso ahora mismo. Cada vez se acorta más la distancia al metro y cada vez Iris está más cerca de la muerte

Su hermana parece aminorar un poco la marcha, ella también se está cansando. Salix se acerca, se sitúa a tan solo un par de metros. A penas quedan diez casas para llegar a la estación. Reúne las últimas fuerzas que le restan y avanza más de lo que su propio cuerpo le permite. Se da cuenta que de la parte trasera de la camiseta de Iris cuelga una capucha, que rebota todo el rato en su espalda. Estira el brazo para cogerla. Está a punto de conseguirlo. Roza la tela. Sin embargo, ella corre más y se separa a una distancia mayor.

Quiere pedirle, gritarle, suplicarle, implorarle, que no lo haga, hacerla recapacitar, explicarle lo ridícula que es la historia del anciano cuando la piensas con la cabeza y no con el corazón, pero la voz no sale de él.

Cuando están cruzando la última casa no hay mucha distancia entre ellos, pero Salix sabe que va a ser imposible alcanzarla. Iris está condenada. Aun así no para de perseguirla, con la esperanza de que se arrepienta en el último momento. Llega a la esquina y contempla a su hermana adentrándose en la oscuridad de las escaleras que conducen al metro, corriendo hacia su fin. Se acabó, en cuanto pise el suelo en el que desembocan las escaleras la alarma sonará y el juez de la calle que esté vigilando la entrada no tardará nada en fulminarla con su arma. Después de ella irá toda su familia, lo cual le incluye a él. En medio de la confusión y la desesperación, y sin pensar mucho en las consecuencias, él la sigue por las escaleras. A estas alturas, ¿qué más da? Le van a matar de todas formas, ¿para qué esperar? Quizás así pueda salvar a su hermana. Aunque en el fondo sabe que Iris es ya insalvable.

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