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Narra Elena.

Hoy era jueves y estaba en clases, mi clase favorita y con Henri, uno de los mejores economistas del país. Por suerte iba muy bien en su materia, faltaba muy poco para entregar el último trabajo final y él me ha ayudado mucho, de hecho, lo sigue haciendo ya que iba a presentarme a alguien más avanzado para que me ayude con los últimos detalles.

—Elena Brown ¿puedes quedarte un momento por favor? — dijo el profesor justo después de escuchar el sonido del timbre.

Me pare, agarre mis cosas y fui hasta su escritorio.

—Dígame que encontró a alguien que pueda ayudarme—dije casi en tono de súplica y desesperación.

—Claro que si—dijo sonriendo por mi tono y entregándome una tarjeta de contacto —Nate Hills es un amigo muy cercano, no me haga quedar mal señorita Brown. Tiene cita con el mañana 8 a.m.

—Muchas gracias, no le fallare—dije segura sin despegar los ojos de la tarjeta.

Antes de salir, guardé la tarjeta en mi bolso y caminé hasta el estacionamiento donde estaba mi auto. Comencé a conducir hasta mi casa, por suerte mañana no tendría clases y luego de visitar al señor Hills no tendría nada más que hacer por el resto de la semana, solo ver películas hasta dormir. Al llegar deje mi auto en el garaje y mientras me aproximaba a la puerta de entrada buscaba las llaves para abrir, pero noté que la puerta estaba entreabierta y yo vivía sola.

Abrí la puerta y tomé un paraguas rápidamente, era lo más cercano que tenía para defenderme de quien sea que había entrado. Caminé silenciosamente hasta la cocina, donde oí un ruido, sin embargo, no había un ladrón o asesino en ella, era mi madre a la que no veía hace 3 años y no tiene un teléfono para avisar que viene de visita.

—Mamá casi haces que me dé un infarto­­—me llevé una mano al pecho exageradamente y dejando el paraguas a un lado.

—Elena querida—mi madre dejó de cocinar para acercarse y abrazarme lo más fuerte que pudo.

—Hola mamá, te extrañé mucho—la abracé con ilusión. Desde que cumplí 18 y comencé la universidad mi madre decidió que era suficientemente madura para dejarme y comenzar una nueva vida viajando por todo el mundo con el dinero de una herencia familiar. Desde entonces recibía cartas de vez en cuando hasta que dejaron de llegar habitualmente y debía suponer que ella estaba bien. —Debiste avisarme que vendrías mamá—

—Quería que sea una sorpresa—dijo sonriendo y yo imite su acción—Pero siéntate, ya está lista la comida.

Me senté y ella sirvió la comida para luego sentarse frente a mí en la mesa.

—Está muy rico—mencioné.

—Gracias cielo, aprendí a hacerlo en Italia, debiste venir conmigo. Y bien ¿Cómo vas en la Universidad? —pregunto.

—Bastante bien, de hecho, mañana tengo una cita muy importante con un contador—comenté sabiendo que de hecho no le interesa mucho como me vaya, pero lo entiendo. Desde que entré en la universidad estuvo en contra de que estudiara economía porque decía que me convertiría en idiota de mi padre. Un padre que básicamente no conozco, solo tengo una imagen suya en mi cabeza y no es muy agradable, fue la última vez que lo vi saliendo por la puerta con sus maletas para nunca volver, aunque me prometió que volvería por mí y yo tenía 5 años, así que como es de imaginar no cumplió su promesa. Trece años después mi madre también me dejó en esta enorme casa bajo el cuidado de absolutamente nadie.

—Me alegra cielo—respondió restando importancia mientras seguía comiendo.

—¿Podrías disculparme? Tengo bastante tarea y los exámenes se acercan.

La hija de mi jefeWhere stories live. Discover now