II. La vela roja

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Quinto subió la pequeña rampa de madera que unía el muelle con su embarcación, resbaladiza por el agua y zarandeada por el oleaje. El Sol se antepuso a la oscuridad de las primeras horas de la mañana. Eran ya casi las ocho, y el barco no tenía intención de moverse.

-Esto es exasperante.-resopló Marius-Llevamos aquí más de media hora.

-Tranquilo, Marius.-sonrió Quinto-Tenemos todo el tiempo del mundo; además, ¿no quieres despedirte de la ciudad de nuestra infancia?

-Mi ciudad de la infancia es Roma, y como no se den prisa despediré yo mismo a alguien-agarró su espada envainada.

-No seas impaciente. Todo a su tiempo.-dijo Octavio.

-Si así te quedas más tranquilo, hermano, iré a ver qué nos retiene.

-¡Por favor! Como estemos en puerto un sólo minuto más Enloqueceré.

-¡Pero mira que eres terco, Marius!-carcajeó su padre.

Quinto avanzó hacia el camarote del capitán sin a penas esfuerzo, pues el barco se erguía en el agua, inamovible. Nunca había visto el mar tan tranquilo en años. Pudo distinguir destellos plateados que desprendían las escamas de un banco de peces, atrapados entre la red de pesca, sujeta por dos marineros y el mástil de la vela mayor. Era, la del mástil, una vela triangular, recogida por cuerdas gruesas como puños, de un tono pulcro de blanco, con adornos de hilo morado en los bordes. Era una vela fabricada en Asdod, no cabía duda, por la forma en la que el hilo violeta estaba cosido. Siguió con la vista la costura de aquel hilo, que sustentaba por los pliegues de la vela, hasta llegar a lo alto del mastelero.

-¿Qué...? ¿Qué hace eso ahí?-se preguntó en voz alta, al ver que la vela mayor daba a un banderín rectangular de tono granate, que hondeaba con la brisa, haciendo brillar las siglas SPQR doradas del centro de la tela.

En frente suyo, el barquero, discutía acaloradamente con un soldado que no había visto nunca por esa zona.

-Disculpad.-se dirigió a los dos.

-Métete en tus asuntos.-respondió el soldado hercúleo, sin tan siquiera ver a quién se dirigía.

-Identifíquese, soldado, si es tan amable.

-Soldado Accio, al servicio del Subteniente Quinto.

-Encantado,-le estrechó la mano-soy el Subteniente Quinto.

-Señor, no sabe cuánto lo siento...

-No tiene importancia. Ahora dime el por qué de la discusión.

-¡Esto es un ultraje!-dijo el marinero-¡En mis treinta años de servicio No he visto tal falta de respeto al puerto de Asdod y...!

-Tranquilícese,-sonrió Quinto-llegaremos todos a un acuerdo.

-Señor, este barco ha quedado confiscado por el General Cícero. Quiere que todos y todo lo que esté a bordo de el barco, llegue a Taranto intacto, incluido usted y el Cabo Marius.

-¿Por qué? ¿Y por qué no he sido informado?

-No lo sé, Señor... Ahora sabe usted lo mismo que yo.

-Está bien.

-¿Está bien? ¡Este barco pertenece a mi familia, y no al Imperio! No soltaré amarras, ¿habéis oído? Mi barco, hasta que no sea completamente mío, no se moverá de aquí.

-Lleguemos a un acuerdo entonces. ¿Y si, al llegar a Taranto, le pago el dinero que necesite mientras su embarcación queda en propiedad del General?

-No, eso no puede ser. Mi vida está toda puesta en este barco. Con él mis hijos y esposa comen.

-En ese caso, suba al mástil y desprenda la bandera.

La maldición de CasiopeaWhere stories live. Discover now