Capítulo VIII

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Mis manos continuaban calientes y rojas, debajo de las uñas aún tenía sangre, y mi mejilla izquierda ardía con cada lágrima que se deslizaba sobre ella. Estaba hecha un ovillo en una esquina de mi habitación, con mis manos aferradas a cada lado de mi cabeza, en un vano intento por calmarme.

—No pasa nada, no pasa nada, no pasa nada —repetía en voz baja, meciendo mi cuerpo adelante y atrás—. No pasa nada, no pasa nada.

Unos insistentes gritos provenían desde afuera, sin embargo, debido al estupor que me embriagaba, no podía escuchar con claridad lo que la voz gritaba, ni siquiera podía discernir si dicha persona era mujer u hombre, pero no quería saberlo... No quería arriesgarme a mirar a través de la ventana y encontrarme con Eduardo y su rostro lastimado.

—¡No pasa nada, no pasa nada! —Empecé a gritar con desesperación, recordando lo que había acontecido apenas media hora atrás.

Luego de que Eduardo empujara a Mark sobre la mesa, y me llevara a rastras hasta su nueva camioneta mazada CX-7, el infierno se había desatado para mí. Cualquier rastro de compasión por parte de mi novio, había desaparecido, desatando al verdadero demonio que él llevaba dentro. 

Me subió con un empujón al asiento del copiloto, siendo lo bastante inteligente al ponerle el seguro a las puertas mientras él caminaba por el frente del auto, limitándome a golpear el vidrio con palpable terror. Una vez que se subió, volvió a cerrar las puertas, privándome de cualquier oportunidad para escapar. 

—¡Eres una maldita zorra! —Gritó enfurecido. 

Sin perder el tiempo, puso la camioneta en marcha, acelerando a su antojo, sin preocuparse por la seguridad de los demás. Sus manos iban tensas sobre el volante, y por la expresión de su rostro, deduje que sus dientes estaban apretados, conteniendo los gritos que ansiaba liberar. Sin embargo, cuando habló, su voz parecía la de una persona racional. 

—Te he dado todo, ¿en qué fallé Emily? —Preguntó con lágrimas recorriéndole las mejillas—.  ¿Acaso no te hago feliz?

 —¡No! ¡Por supuesto que no me haces feliz! —Me abroché  el cinturón de seguridad al ver que su pie disfrutaba de apretar cada vez más el acelerador—. ¡Eduardo, estás loco!  

  —Sí, estoy loco por ti, pero ¿no es así como se siente estar enamorado?

  —¡Ah! —Froté mi rostro con ambas manos, utilizando la fuerza suficiente para dejar mi piel roja—. Contigo no se puede razonar, simplemente llévame a mi casa.  

Se limitó a asentir.

Reparé en el hecho de que pequeñas piedras golpeaban mi ventana. Por mero instinto, me hice más pequeña contra la pared, aumentando la fuerza con la que sujetaba mi cabeza.

—No pasa nada, no pasa nada. 

—¡Mierda Emily! ¡Abre la puta puerta de una vez!

Reconocí aquella voz, sabía a quién le pertenecía, a pesar de conocerlo apenas hacía dos días; pero el tono que utilizó al decir mi nombre, era inconfundible. Mark estaba afuera, tocando desesperado para que abriera la puerta. Aunque quisiera levantarme, mi cuerpo se sentía pesado y dolorido luego de todo lo que sucedió con mi novio. 

Aún podía sentir su piel sobre la mía.

Aún sentía sus manos sobre mí. 

Apenas Eduardo quitó los seguros de las puertas, salí despavorida en dirección a mi hogar, sin importarme si dejé la portezuela abierta, o si él planeaba despedirse. Simplemente corrí, corrí tan rápido como mi piernas me lo permitieron. 

Legado rojo I: Atada al peligroWhere stories live. Discover now