1-Mi loco remedio

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Querido diario:

Otra vez peleas, otra vez el sermón pensé. 

No era una chica totalmente fácil, no en lo estudiantil. Me habían enseñado de muy chica que lo mas importante en la vida era defenderse, y defender lo que uno piensa. Ser libre y ser respetada por ello. Está vez no iba a ser la excepción. 

Jamás iba a soportar que mis compañeros, empeñados en arruinarme los tormentosos años de secundaria que me quedaban, se mofaran de las fotos hot que le había enviado a Marco, en plan de intimidad. Ingenua. Debí intuir que un poco ceso, bueno para nada y con el afán de ganar un poco de popularidad, iba a jugar la de ganador, pero le salió muy mal. Jamás me avergoncé de mi cuerpo. Y no tengo porque hacerlo ahora. Es fuerte, me deja vivir mi vida plácidamente... Gozar. Y se los demostré. ¿Tanto querían ver mi cuerpo a través de una inútil pantalla de celular?, bueno, "¿por qué mejor no analizarlo en la clase de biología?" grité, mientras se reían en el fondo del salón con sus celulares. Me subí a la silla para que todos pudieran verme y me  desprendí la camisa quedando en corpiño frente a todo el salón de clases. Pude sentir como las chicas se tapaban la cara y los hombres, pues eran hombres, miraban e imaginaban. Con la cabeza de abajo. 

Para mi fue un acto revolucionario, de carácter educativo diría, pero para la docente a cargo fue una vergüenza, nada fue planeado, pero que gusto me dio exhibirlos como los machos débiles que son. Así que si, acá estoy, esperando una clase de Educación sexual, palabras sobre resguardarme y respetarme, bla bla ¿Pero quién dice que no me respeto? ¿Y su charla? ¡Ellos no me respetan! Y esta mal. Todo este sistema es inútil pensé. Ya tenia preparado todo lo que iba a decir pero, al entrar por la puerta del consultorio de la psicóloga de la escuela, me sorprendí.

Un hombre de unos veintiséis años caminaba de un lado a otro detrás de su escritorio con una carpeta en sus manos, leyendo frustrado. Sus manos parecían muy fuertes y pude imaginar como se sentirían al roce de mi piel. Me mordí el labio de manera inconsciente y él, al percatarse de que yo estaba, me miró y sonrió con una impecable sonrisa ¡Dios! Con este psicólogo quiero vivir loca. Para la próxima me desnudo en la rectoría.

Me indicó que me sentara sin quitarme la vista, y yo tampoco se la quité. Ningún "niñito" de mi edad, por más experimentado que sea, tenía ese aire de misterio, ninguno podía dejarme sin palabras y con unas ganas que sólo podía esconder debajo del escritorio, y aún así, no sé cuanto durarían. 

Por un momento sentí que me observaba mas allá de mi cuerpo y por primera vez, me creí invadida. Nadie se había atrevido a tanto y también, eso puede ser porque nunca me permití acercarme a personas que me hicieran perder el control que tanto me gustaba tomar. Mi remoto se quedo sin pilas con él. 

Seguía sin asimilar nada, ni siquiera me percate que su mirada era porque me faltaba abrochar un botón, y pude sentir como mis mejillas ardieron. Era el crudo inverno afuera, pero en ese insulso cuarto dos por dos, puedo asegurar que era el mas ardiente verano. Lo miré, con un detenimiento científico, grabando cada minúscula célula que lo formaba y sin dudas podría decirlo, ese hombre era la carne prohibida que despertaba todos mis sentidos dormidos. O que los motivaba, a desarmarme y armarme. Me incliné hacia atrás para poder cruzar la pierna y puse mis ojos en blanco cuando me preguntó porque estaba ahí. Cuando termine de narrarle lo sucedido se sonrojó. Como me hubiera gustado representárselo. Pero que no me obligara a bajarme de la silla como esa profesora amarga, sino que me bajara a la fuerza y me hiciera lo que quisiera. Que corriera los papeles que estaban prolijamente colocados en el escritorio y me tumbara en él. O en el sillón, en la silla misma, contra la pared. En esos eternos minutos había recorrido todos los posibles lugares donde quería que me diagnosticará ninfomanía. Ya no podía conmigo misma, necesitaba que ese tormento terminara, y apreté la silla como un acto reflejo.

Él me vio hacer ese movimiento y pensó que era por furia, así que trato de analizarme, preguntándome cosas sin sentido a las que respondía a la ligera. Luego me dijo que había leído el informe de la anterior psicóloga, y yo sin atender a lo que él me decía le pregunté su nombre. Kevin, me dijo.

Lindo y hermoso Kevin pensé cuando cerraba la puerta y lo dejaba detrás de ella. 

¿Está mal esto? Me gusta él, me gusta mucho. Me encanta su pelo negro, sus manos grandes y prolijas, su espalda entallada en esa camisa negra...¡que delito de hombre! Me iría a los golpes  con la primera fulana que se cruzara con tal de volver a verlo.

Creo que pensaré en él antes de dormir mientras me ducho y recorro mi cuerpo como si él lo estuviera haciendo. También mientras duermo. Voy a rememorar como me vuelve a traspasar con sus profundos ojos, y yo vuelvo a sentirme invadida...Por él.

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