Dos (Bertram).

2K 210 18
                                    

No puedo recordar el momento de cuando nos conocimos exactamente, pero sí que lo sé a la perfección, porque él me lo contó un millón de veces.
Fue cuando yo todavía no había abandonado ni mi casa ni mi vida y pertenecía al mundo. Estaba en un baño de algún local a las tantas de la mañana una noche fría de Otoño. Las paredes retumbaban con el sonido de la música y yo estaba medio inconsciente con la cabeza reclinada en un váter con la puerta abierta. No sé si el vómito que había era mío o de otra persona. No estaba solo, había un par de chicos metiéndose alguna mierda también.
Un chico con un abrigo enorme negro y la raya de los ojos pintada llegó, y se encendió un cigarrillo.
"Me gusta fumar en los baños de antros como este. Son horribles".
Yo no lo oí o no pude responder, el caso es que no di señales de vida.
Se acercó sobre mí y me dijo si podía escucharle, y al ver que no respondía me levantó y me reclinó sobre el lavabo. Yo vomité sobre este y después de eso me dio un cigarro.
"¿Qué te ha pasado?", me preguntó y fue la primera vez que lo miré a los ojos. Los tenía de un verde precioso, resaltados con el maquillaje e iluminados por la luz rota de aquel baño asqueroso.
"No lo sé. Vine solo y me puse a beber y a bailar. Una chica me besó y me pasó una pastilla. Quizá fue eso".
"Yo te he preguntado que qué te ha pasado".
Y sonrió con perspicacia.
"Salgamos de aquí, anda", prosiguió él.
Me dejó su gran abrigo negro cuando salimos. Yo no llevaba más que una camisa que había acabado rota.
"¿Quién eres?", le pregunté.
"Soy el chico que te ha encontrado hecho mierda en el baño de un local de mala muerte lleno de raritos en las afueras. La pregunta es que quién eres tú".
Nos dirigíamos al centro, y él me daba cigarros generosamente.
"Soy una persona rota por las expectativas. Fracturada en un millón de piezas porque el mundo las ha pedido todas y ha pedido que lo conociera sin yo siquiera conocerme".
Él me miró y frunció el ceño.
"Vaya. Qué dramático". Y una expresión divertida.
"¿Tú crees?", no supe qué decir. Quizá tenía razón. Había formado de mi vida un drama, pero era algo que nacía de dentro. Yo no quería ese sentimiento férreo de soledad ni ese desentendimiento hacia la vida.
Aún así, él me tumbó en un banco y puso mi cabeza en su regazo.
Me estuvo acariciando el pelo y contándome cosas. Cosas sobre el futuro, sobre irse lejos, sobre personas que él había querido demasiado y personas que le habían querido demasiado y él había roto.
Mientras mi mente se iba despejando y sentía cómo el amanecer se acercaba.
Nos besamos esa primera noche. Nos besamos como dos almas que lo necesitaban sin entenderlo. Creo que desde el momento en que nos besamos esa noche y contacté con su alma tan entendible, tan suya... Desde ese momento supe que sería una persona dentro de mí, para siempre.
Luego nos volvimos a encontrar muchísimas veces. Estuvimos en contacto varios años. Solíamos robar carritos de los supermercados y tirarnos por las cuestas escuchando música bonita a la hora del crepúsculo. Solíamos besarnos y hacer el amor en su habitación, tan azul. Solíamos discutir. Solía hacerle llorar, solía hacerme llorar.
Empezamos a perder el contacto al año o así de acabar los estudios, cuando él entró en una universidad de Munich y se enteró de que yo ya no tenía hogar ni dinero ni lo que él creía que era autoestima.
Fuimos mucho, y él quería algo más detrás de eso, pero él veía las cosas de color azul, de color verde, de color ocre... Cuando yo las veía de todos y de ninguno.
No pudo entenderlo él tampoco. Pero me dio momentos eternos, momentos efímeros en simples aceras. Horas acariciándome la piel, minutos robando tiendas, semanas hablando sobre el fin de la vida o de nosotros.
No hace falta decir que lo quise. No hace falta decir que lo amo.
Me acuerdo a la perfección de nuestra última conversación. Él no pudo volver a contármela.
Estábamos en la azotea de su edificio, y habíamos salido a fumar. Hacía poco que habíamos acabado el instituto y ahora la vida se le presentaba, más que a mí, como un acantilado sin ningún freno.
"¿Crees que nada cambiará entre nosotros?", me preguntó con pesadumbre. Era obvio que sabía la respuesta, pero estaba desesperado. Y yo tampoco me agobiaba nunca, de todas maneras. Mis respuestas le calmaban. Fuesen las que fuesen.
"Claro que cambiará". Hubo un largo silencio que zumbaba entre nosotros áspero. "¿Sabes lo que mi madre le dice a sus alumnos?", proseguí yo. "La medicina es como el amor: ni siempre ni jamás". La noche iluminaba sus ojos bajo ese ceño fruncido que había perdido razón con el tiempo. "Siempre he obviado la parte de la medicina, porque me resultaba fácil de entender. Pero el amor no lo entendía hasta que te conocí, Bertram. Ahora asumo que ni siempre, ni jamás. Como otro hecho, aunque duela". Él lloraba y se oían los coches y el viento desde su azotea.
"¿Cómo puedes ser así, Paul?"
Paul es mi nombre real.
"¿Ser cómo?"
"Tan... Lacónico a veces. Eufórico a veces. Roto a veces. Estallas a veces, estás riéndote y te pones a gritar y a llorar. No te entiendo. Cuando te conocí te entendía mejor de lo que lo hago ahora. No sé si quererte es lo mejor, o lo peor que me ha pasado".
Era tan humano. Espero que para cuando lo visite esta noche lo siga siendo.
"Las cosas nunca serán iguales, porque las personas como tú, nunca evolucionan", siguió, enfadado.
Siempre supe que aquel momento y aquellas palabras llegarían.
Lo abracé. Lo besé. Eso no cambiaría nada, pero lo hice porque quería recordar su olor, la forma de sus labios... Todo aquello que a día de hoy no recuerdo.
De todas maneras, a esas alturas ya sabía que yo no podía pertenecer a una sola persona, ni a dos, ni a un millón.
Yo no podía pertenecer a nadie, ni nadie podía (ni puede) pertenecerme porque dentro mía existía el universo y nunca lo he entendido.
Un día te querré, y al día siguiente... También lo haré. Te amaré para siempre, porque eso es lo único que puedo permitirme hacer. Eso es lo único que funciona, contra todo pronóstico, para que yo pueda seguir vivo. Es lo único que no me mata.
Y Bertram me hizo sentir querido de vuelta, con la misma fuerza. Con el mismo deseo, sin locura.
Me estoy encaminando a nuestro primer y último reencuentro. Oh, Bertram.
Cuando acabó los estudios, volvió a Berlín. Nunca me vio, pero yo que desde hace muchos años pertenezco a las calles, sí. Lo que no sé es si en su realidad perfectamente normal encontró el amor de nuevo, mejor.
Hoy eso no me importa. Espero que lo hiciera, pero esta noche volverá a ser nuestra. Vive relativamente cerca del Spree.
Así que cuando llego, toco sin miedo el telefonillo, y gracias a Dios es él el que responde.
"¿Sí?"
"Soy yo, Bertram. ¿Bajas?"
Noto cómo se le corta la respiración. Estuve pensando cómo presentarme después de tanto tiempo, pero no se me ocurrió nada.
Cuelga y al minuto está abajo, con una expresión inaudita, casi temblando. Yo también estoy temblando.
Sus ojos parecen más rotos y cansados de lo que mi vago recuerdo me permitía incluso.
Parece una sombra. Puedo distinguir sus facciones más representativas detonadas por las bombas de la vida.
"Paul".
Exploto y lo beso, le desgarro los labios, le desgarro el tiempo que hemos perdido.
Me invade un deseo más trascendente que lo carnal. Es ese deseo que limita entre la necesidad y el amor.
Recuerdo un día que estábamos en la cocina de la casa de Bertram, a altas horas de la mañana, borrachos.
Estábamos riendo cuando él soltó:
"No entendía el amor hasta que te conocí".
Yo, aún con la carcajada sostenida, le dije: "¿Y cómo lo entiendes ahora?"
"Quizá me he equivocado. No sé si lo entiendo, pero ahora sé que soy capaz de sentirlo. El amor es como un tumor". Es extraño recordar eso, recordar eso ahora. "Un tumor que metastatiza por todo el ser. Es inevitable. No pude evitar sentir lo que siento por ti. Te has expandido por todo mi ser, Paul".
Paul, es lo que me acaba de decir.
Este deseo me puede y lo beso más fuerte.
"¿Hay alguien arriba?", le pregunto.
Él me mira como si le hubiera soltado una bofetada.
"Sí, pero hay un motel a la vuelta de la esquina".
Vamos sin pensar en nada más y cuando llegamos, desgarramos el colchón, y él se une a mi ser. No es el Bertram que yo recordaba, pero no soy quién para pensar que está mal que haya cambiado.
Me araña el cuerpo desesperado, araña el colchón, araña el suelo, araña la pared.
Cuando terminamos, él está llorando y es el momento de hablar.
"¿Por qué hoy, después de tanto tiempo?", solloza él varonil mientras enciende dos cigarros.
"Porque me hiciste sentir querido, y porque destrozabas el "nunca es suficiente". Además, yo..."
Él me mira con incredulidad.
"No. No hagas eso. Sé que las personas como tú nunca cambian, que sólo quieren hacer las cosas "bien" y que eso sea más que suficiente. Quiero que me digas por qué coño te presentas después de tantos años. ¿De verdad crees que puedes volver a mi vida? Ni puedes ni yo quiero..."
En parte tiene razón.
"No voy a volver a tu vida. Hoy he venido a despedirme de ti para siempre".
Él está confuso.
"¿Perdón? Paul, ¿qué coño estás diciendo?"
"Por curiosidad, ¿quién está en tu casa esperándote?"
"Mi mujer", corta él.
No quiero ser egoísta. No puedo, de todas maneras.
"No me importa lo que hayas hecho hasta ahora. Eras una buena persona y me hiciste creer en muchas cosas".
Me levanto de la cama y me dirijo a la ducha del antro en el que hemos hecho el amor.
"Te amo, Bertram. Lo haré hasta mi último y no muy lejano aliento y quizá después. Eres de las cosas más bonitas que me ha pasado. Nos alejamos, nos alejamos... Y lo que hemos sido hasta ahora desde entonces esta noche no importa. Hoy importa que hoy, precisamente, seguimos vivos y estamos juntos".
Se levanta y se dirige hasta mí. Me coge de los codos, nuestros cuerpos desnudos se tocan de nuevo.
"¿Me dices adiós porque te estás muriendo?"
Otra lágrima baja por su mejilla.
"Sí".
No hace más preguntas. Quizá siempre lo pensó y nunca lo supo, y quizá una paradoja no sirva para explicarlo. Nunca le gustó lo irreal. Siempre me decía que la realidad es lo único que acaba dejando huella, pero supongo que nunca llegó a entender del todo las cosas.
Me besa y se mete junto conmigo en la ducha. Él no para de llorar y me besa, me besa y me quiere y es cuando lo pienso cuando yo lloro.
"Te amaré hasta que me muera también, Paul. E incluso después".
Seguimos llorando, el agua fina de ese motel del centro cae agresiva, nuestros cuerpos son salpicados por las gotas de agua y las lágrimas.
Esa noche hacemos el amor mil millones de veces. Llega un momento en el que parecemos una tranquila canción de jazz e incluso nos reímos y sonreímos.
No seamos dramáticos. No es el fin del mundo.
Por eso a través de la ventana abierta dejamos que pase la luz de la luna y competimos contra el frío.
No digo que el amor sea así. Pero así lo era con Bertram, así lo éramos los dos.
Y hoy nos perdemos. Hoy acabamos. Cuando amanece, hemos desaparecido.
Para siempre.
Pero reitero, mi eterno Bertram, que no eres mío (ni de nadie) y que te amaré para siempre.
Y espero que eso, de alguna manera, te libere de la vida. Espero que eso te haga eternamente feliz, como en lo puro y profundo me lo hace mí.
Siempre y jamás, Bertram. Gracias.

Kostenlos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora