Epílogo

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—Bien. Ha pasado dos meses internada aquí, señorita Nichols. Pienso que ya ha superado la depresión en la cual se encontraba así que... felicidades, es libre de irse.

Daphne sonrió ampliamente, se levantó de su cama y le dio las gracias al doctor.

Por fin era libre de irse.

Mantuvo esa sonrisa en su rostro mientras firmaba el alta y se despedía de su doctor, y de las enfermeras que cuidaron de ella por estos dos meses.

Entonces salió, y no tuvo que seguir fingiendo.

La misma mirada perdida, los mismos ojos rojos de tanto llorar. La misma alma rota aflorando después de tanto tiempo de contenerse.

No fue fácil ocultar su gran depresión en ese hospital, es por eso que fue internada. As imágenes de esa noche se repetían una y otra vez en su cabeza, los gritos, la sangre, los cadáveres, todo.

No se explicaba cómo logró sobrevivir a ese choque. El auto quedó tan destruido que aquello pareció algo inaudito, un milagro si es que estos existen.

Ese accidente estuvo en las noticias de todo Welland, e incluso todo Canadá ese día. El mundo la vio como la gran sobreviviente, pero ella sabía muy bien que su alma murió ese día junto con la de sus amigos y su novio Luca.

Paseó por las calles, helada de frío. Vaya, no lo había hecho en mucho tiempo.

Las calles tenían ese ambiente navideño el cual ella no podía sentir mucho más, su corazón se había quedado estancado en Halloween.

Entonces fue a su casa. Ni siquiera podía recordar el camino, así que tomó el bus.

Ahí se encontraba su perro, quien llegó a saludarla alegremente. Por fin se encontraba con su dueña, como siempre espero que pasara.

—Hola, pequeño— Dijo, acariciándolo. ¿Quién habría estado cuidando de él? Ni idea —¿Me extrañaste? Pues yo sí te extrañé.

Le dolía lo que estaba a punto de hacer, pero era necesario. Lo menos que quería para su perro era una vida dura y de hambre.

Entonces caminó dos manzanas hasta la casa de su amiga Leah. Tocó la puerta, y esperó hasta que ella le abrió un par de segundos después.

—¡Oh Dios, Daphne!— Se lanzó a sus brazos en un abrazo. Eran muy buenas amigas, desde la infancia.

Daphne estaba más que feliz de que ella no pudiera asistir a esa fiesta aquella noche.

—Hola, Leah.

—¿Cómo estás? No te he visto desde hace tanto tiempo.

—Sí... estuve internada por un tiempo, ya sabes.

—Comprendo— Su cara cayó al nombramiento de lo sucedido.

—Uhm... sólo venía a preguntarte si podías cuidar a Duff estos días— Daphne acarició a su perro —. La verdad yo no puedo ahora mismo, tengo que volver a instalarme en todo, reintegrarme...

Mentía.

Y Leah sabía que algo andaba mal con ella, pero tenía muchos asuntos pendientes en su casa, los preparativos para navidad iban con atraso y tenía mucho que hacer. Le enviaría un texto esa noche.

—Está bien, Daphne. No te preocupes, cuidaré de Duff todo lo que sea necesario.

Daphne sonrió débilmente. Al menos podía estar tranquila.

—Muchas gracias, en serio. Adiós, Leah— Le dio un abrazo, fuertemente —. Adiós, Duff— La rubia creía sentir sus ojos acuosos cuando vio la cara de su perro.

Y entonces se marchó, de vuelta a su casa.

Todo se encontraba lleno de polvo, descuidado.

Ahí aún se encontraba la cena a medio comer de esa noche, la cual dejó por apuro. Estaba ya podrida.

Pero ella no le dio mucha importancia. Siguió hasta su cuarto, y tomó las sábanas más bonitas que encontró.

Las amarró como vio en las películas, y buscó el lugar indicado.

¿El baño?

¿La sala?

¿Su habitación, quizás?

Ese era el lugar indicado.

En el techo de su habitación se encontraba un pequeño gancho, el cual nunca supo por qué se encontraba ahí ni cuál función podría tener.

Por fin le daría una.

Colgó la cuerda de ahí, busco una silla y entonces hizo lo que todos esperábamos que hiciera.

Era el momento.

Antes de poder hacer nada, vio hacia su izquierda, ya que se sentía observada.

No palideció, no se movió, no se asustó. Después de esa noche era inmune a todo aquello.

Frente a ella se encontraba un hombre joven de unos treinta años. Tenía vestimenta andrajosa, vieja, muy vieja. De unos cuantos siglos atrás. Sus implementos, siempre junto a él, se encontraban en su espalda dentro de una mochila improvisada.

Y esos ojos. Unos ojos mieles que se habían quedado grabados en la memoria de Daphne.

Entonces no lo dudó, era Justin Bieber.

Ella había escapado de sus garras... y él había vuelto por ella.

—Lo siento...— Habló por primera vez él. Su voz era ronca e intimidante —Pero nadie puede escapar. Tus compañeros te esperan... y aún tienen ganas de jugar.

Entonces Daphne resbaló de su silla. La soga que había improvisado con sus sábanas se aferró a su cuello hasta quitarle la vida por ahorcamiento.

El veintitrés de diciembre del 2015 la declararon muerta por suicido.

Pero las cosas fueron en vano. Todo. Pues aún quedaría algún incrédulo rezagado, o algún turista que se enteró muy tarde.

Y Bieber Avenue siempre seguiría sediento de víctimas.


N/A: Bueeeeno. Este es el final de Bieber Avenue. Nunca había terminado un OS tan rápido, pero siento que es el más escalofriante que he hecho hasta ahora, God. En fin, muchísimas gracias a todos por leer. Apreciaría mucho que comentaran que les ha parecido.

¡Feliz Halloween a todos! Nos leemos en una próxima ocasión:)

Bieber Avenue → j.b [one-shot]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora