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Aunque Anabi debió haber sentido una inmensa alegría con esas palabras, en realidad se sentía destrozada. Sentía que aquellas palabras marcaban el final.

Anabi comenzó a escribir, con las lágrimas escurriendo por sus mejillas.

Jass ¿Estas ahí?

Att. Anabi.

No hubo respuesta.

No juegues conmigo.


Jass, por favor.

Att. Anabi.



Jass

Anabi estuvo mandando notas durante varias horas, pero nunca hubo respuesta.

Anabi lloraba y lloraba, pero hubo algo que interrumpió su llanto. Afuera había mucho alboroto. Se asomó a su ventana y vió que los guardias llevaban a un chico al lugar donde hacían los juicios. Sintió una horrible punzada y comenzó a golpear su puerta, buscando que alguien le hiciera caso.

Cuando Anabi estaba al borde de la desesperación, alguien entró al cuarto: una mucama. La mucama cerró la puerta tras de sí y le dedicó una sonrisa a Anabi.

—¿Qué sucede, princesa?

—Eso mismo pregunto yo. ¿Por qué hay tanto alboroto?

La mucama pareció dudar, no sabía si sería correcto contarle o no aquello a la princesa. Pero se decidió por la primera al sentir la exigente mirada de Anabi.

—El prisionero será sacrificado. Llevaba año y medio aquí.

—Pri-sionero? —tartamudeo Anabi.

—Sí. El príncipe demonio.

Anabi sintió que su mundo se derrumbaba, había recordado aquellas notas donde Jass había dicho cosas que no entendía.

"Porque estoy encerrado", "En la clase de reino del que no eres príncipe" Recordó Anabi.

Y entonces se le vinieron a la mente aquellas últimas notas: "Pronto sabrás quién soy. Y cuando eso pase... espero que me sigas queriendo."

Anabi empujó a la mucama y se abrió paso a la puerta. Corrió por los pasillos del castillo, los guardias la seguían e intentaban detenerla. Pero en aquel momento era como si una fuerza sobrenatural la hubiera poseido, no había alma que pudiera detenerla.

Cuando Anabi llegó a las puertas del castillo, no se detuvo y siguió corriendo, pero esta vez en dirección al lugar donde hacían los juicios. Corrió como si el mundo dependiera de ello, porque por lo menos su mundo sí dependía de eso.

Al fin llegó, pero los guardias la retrasaron. Se deshizo de ellos como pudo, lanzandoles golpes y patadas tal cual loca.

Alcanzó a divisar a aquel muchacho, aquel que deseaba no fuera Jass. Lo tenían de rodillas, con su cabeza apoyada en una tabla. A los pocos segundos subió el verdugo, cargando consigo una enorme hacha.

Anabi corrió con todas sus fuerzas, pero al ver que le faltaban unos metros y que no alcanzaría a detenerlos, soltó un enorme grito desgarrador, provocando que la atención de todos los presentes se centrara en ella. El verdugo había sido el único que la había ignorado.

Siguió avanzando, ahora el chico la miraba. Su cabello era negro y sus ojos eran rojos, tenía la tez pálida y una belleza sobrenatural. Su cara formaba un gesto de sorpresa y de sus ojos brotaban lágrimas.

Cuando Anabi vió que el verdugo alzaba su hacha para decapitar al chico, dió un último grito, pero ésta vez... su último aliento de vida se fue en él, tal y como había prometido.

—¡Jass!

Y lo que pasó a continuación la quebró totalmente. El chico sonrió con ternura y sus ojos soltaron más lágrimas. El verdugo bajó el hacha y...

La sangre le salpicó a Anabi justo en la cara.

El demonio y el ángel Where stories live. Discover now