Cuatro: Los días de otoño.

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No se por qué exactamente, pero el otoño, me recuerda al fuego.

Al fuego de la chimenea de mi salón peleando contra la madera y ganando la batalla.

En la vida real, yo era la madera y todo a mi alrededor era fuego peleandose por acabar conmigo.

Suspiré por vigesimacuarta vez y por fin, mi madre resopló desde el sofá, apartando los ojos de su libro y prestándome atención.

- ¿Se puede saber qué es lo que te pasa? Has suspirado mil veces ya- Dijo elevando una ceja- Y apartate del fuego no te vayas a quemar.

Rodé los ojos.

- En realidad han sido veinticuatro pero eso no importa- Me levanté del suelo porque ya sentía que se me estaban derritiendo los ojos y me senté junto a ella en el sofá- Hoy hay un mercadillo de segunda mano en la plaza mayor...

Suspiré con aire dramático.

- Oh cariño, siento que vayas a perdertelo- Dijo haciendo un puchero.

Ella sabía lo mucho que amaba esos mercadillos.

- No lo haría si la mejor madre del mundo me levantase el castigo...- Sonreí maliciosamente.

Mi madre soltó una carcajada.

- Sabes que no puedo. Tu padre te dijo que si volvías a dejarte sin hacer los deberes estarías una semana bajo arresto domiciliario.

- ¡Pero mamá! ¿Sabes cuanto tiempo es una semana? ¡Llevo dos días y las paredes están acabando conmigo! Además no puedo hacer nada me siento atrapada, esto debería ser ilegal.

A medida que iba hablando me fui percatando de como mi madre dejaba de mirarme y volvía a centrarse en su lectura pasando olímpicamente de mí.

Simplemente genial.

Me levanté enfadada y salí de la habitación pataleando contra el suelo.

Maldita moqueta que amortiguaba el sonido.

Subí las escaleras insultando al fuego por lo bajo.

Los días de otoño me hacían querer salir y respirar el aire frío y seco y pisar las hojas de los árboles.

Y por culpa de mi perdida memoria ahora tenía que cumplir el castigo.

Entré a mi habitación y encendí la música poniéndola a un nivel medio.

Me lancé boca arriba sobre la cama y cerré los ojos intentando no morirme de la envidia al pensar que alguien compraría algo que, posiblemente si hubiese ido, habría comprado yo.

No se cuanto tiempo pasé imaginándome lo precioso que sería todo.

Imaginándome pasear entre los puestos del mercadillo con los audífonos puestos, con mi bufanda y mi gorro de lana.

Los días de otoño me daban ganas de vestir botas negras con cordones y de pintarme los labios de granate.

No se cuanto tiempo había pasado pero de repente escuché la puerta de mi habitación abrirse.

- ¿A caso no sabes leer el cartel de la puerta?

- No tenemos manteca de cacahuete, ni cacahuetes para hacer manteca- Dijo mi madre ignorándome de nuevo.

Se acercó al reproductor y paró la música.

- Genial ¿A caso es un problma? Yo la odio.

- A mí me apetece tostadas con manteca y quiero que vayas a comprarla.

- ¿Qué? ¿Por qué yo?- Me senté en la cama frunciendo el ceño- La tienda está lejísimos esto es injusto está más ayá de la plaza mayor yo no quiero...

Mis ojos se abrieron de par en par.

- Oh dios mío.

Mi madre disimuló una sonrisa y se dio la vuelta.

- Te quiero de vuelta antes de las ocho y media yo entretendré a tu padre cuando llegue- Dicho esto salió de la habitación cerrando la puerta.

- ¡Te quiero!- Le grité contenta y salté de la cama para vestirme.

Una vez estuve lista cogí la cartera y las llaves y bajé las escaleras precipitadamente.

- ¡Adios mejor madre del mundo!

- Adios cariño ¡Date prisa! ¡Ten cuidado! ¡Y sobre todo no olvides la crema de cacahuete!

Cerré la puerta detrás de mí y no pude evitar sonreírle a la nada.

Los días de otoño me alegraban el alma.

A messy girlWhere stories live. Discover now