17. La oscuridad de su corazón

6.6K 528 31
                                    

(Jenn)


—Sé que estás ahí —había dicho él deteniendo su andar, pero sin mirar hacia atrás. Me escondí tras la primera pared que encontré y esperé en silencio, pero, en algún momento, sentí el sonido de sus zapatillas al voltearse —. ¡Oye tú, sal de ahí!... no voy a herirte, lo prometo.

Salí de mi escondite, a pesar de mi desconfianza. Luego de conocer a Alan, había empezado a seguir sus pasos por alguna razón que hoy no recordaba con claridad.

—Eres la chica del otro día, ¿verdad? —él volvió a hablar. Asentí —¿Llevas siguiéndome mucho tiempo? —Asentí nuevamente, y él frunció el ceño con una sonrisa contenida—¿Hablas?

En aquél entonces, mi voz solo había sido escuchada en mis pensamientos. Lo único que tenía era a mí misma, no tenía amigos (pues no iba a la escuela), la única familia que tenía era a mi madre, pero era como si no tuviera a nadie. No había nadie que necesitara escuchar mi voz, ni siquiera yo misma lo necesitaba, tenía suficiente con la burlona voz de mi cabeza. Y, después de varias semanas en silencio, ese día había hablado.

—Sí.

Alan avanzó dos pasos hacia mí, y yo apreté la navaja robada en mi mano, esperando anticiparme a cualquier cosa que él planeara hacer.

—Entonces —dijo él —, espero que me digas por qué estabas siguiéndome.

—Tú... me salvaste el otro día —murmuré con mi voz un poco ronca.

—Solo cumplía órdenes.

Él volteó para irse, dando por terminada la conversación, pero yo no quería eso, así que volví a hablar, forzando mi voz para sonar con más fuerza.

—¿Estás dentro de la organización de Jim Stephen Grant?

Durante ese tiempo, aquella organización había estado muy activa, la policía se estaba moviendo, los noticieros y periódicos no decían nada al respecto, pero la gente murmuraba sobre eso; aquella organización poderosa que tenía a la justicia amarrada de pies y manos. Alan había volteado a verme, su rostro sin ninguna expresión en particular, era un lienzo en blanco esperando ser pintado. No respondió, simplemente empezó a caminar de nuevo.

—¡Quiero ir contigo! —dije, sintiendo la ansiedad en mis manos. La gente decía que aquella organización era la muerte misma, nadie quería estar involucrado en eso. Pero había algo más que yo no quería hacer, y eso era seguir quedándome en casa. El chico de ojos azules había volteado hacia mí nuevamente, su expresión levemente sorprendida.

—¿Qué estás diciendo?

—¡Por favor... —mi mirada bajó hacia mis pies —déjame ir contigo!

—Eso es una locura —sus ojos se habían tornado más profundos, como si intentara mirar a través de mí, adivinando las razones tras las palabras que había dicho.

—No tengo ningún lugar donde ir.

—¿y tu familia?

—No tengo familia —negué con la cabeza —. No tengo nada.

Le devolví la mirada, y noté que él avanzaba hacia mí. Mi alarma interior se activó y saqué la navaja, apuntando hacia él. Alan miró el filo de la navaja y se detuvo. Él se quedó mirando hacia mí un largo rato, antes de hablar de nuevo.

OlvídameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora