2. Siempre nos quedará París

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—Un café, s'il vous plaît. —Un café, por favor—. —Un perfecto francés. El de mi madre, el de mis veranos en Toulouse con mi abuela y el de mis últimos siete años en París.

He bajado a la gran cafetería que hay debajo de casa y observo como los pequeños que tengo al lado disfrutan de un croissant, y de un batido de chocolate.

—¿Disfrutando del último café en París? —Es Carolina.

—Pensaba que dormirías toda la mañana. Ayer te oí llegar muy tarde.

—Sí, se complicó el turno con un paciente y me quedé hasta que le dejé estable.

—Último día movido.

—Sí. Se acabó. Vuelta a casa —suspira.

Me parece mentira que toque volver. Después de siete años regresamos a casa con una carrera bajo el brazo. Recuerdo como si fuera ayer cuando Esther, Carolina y yo decidimos dejar atrás nuestra querida Málaga para venir a estudiar a París.

Nos prometimos volver a la ciudad de la luz después del viaje de final de curso en el instituto. Fue tan fácil enamorarse de cada calle y de cada rincón que visitamos...

Al terminar la selectividad lo teníamos claro. Queríamos salir de casa y soñábamos con una vida glamurosa en la capital francesa. Pero nada más lejos de la realidad. Nos topamos con un estudio de ochenta metros en el sur y una montaña de libros y manuales de medicina que estudiar. Pero, que durante el camino a la facultad me encontrara con Notre-Dame, con los Jardines de Luxemburgo o con el Panteón lo recompensaba todo.

—¿Y Esther? —Carolina me hace una mueca graciosa y se ríe—. Ya, durmiendo —le digo riendo.

Carolina y Esther son como mis hermanas. Llevamos toda la vida juntas. Nos conocimos en el en el Liceo Francés de Marbella, y hasta hoy nadie nos ha separado. Además, estos últimos años viviendo juntas ha sido una experiencia inolvidable.

Esther nació en Alicante, pero a los dos años se trasladó a vivir a Marbella por el trabajo de sus padres. Carolina es marbellí y, ¿por qué no decirlo?, es la más sensata de las tres.

Lo mío es algo más largo de contar. Tengo sangre andaluza y francesa a partes iguales. Alberto Torres, mi padre, es Malagueño, como yo. Nació en un pequeño apartamento junto a las preciosas playas del Rincón de la Victoria. De familia humilde, y trabajadora, luchó para convertirse en el gran hombre de negocios que es, reconocido como uno de los empresarios más influyentes del país.

Mamá nació y creció en Toulouse, donde vive mi familia materna. Mi abuela se quedó sola pocos meses antes de dar a luz, pero la muerte de su marido no hizo más que convertirla en la mujer más valiente y fuerte que conozco. Y así se lo inculcó a mamá; Margaret Martín. Ella es independiente, segura de sí misma, trabajadora y audaz. Conoció a papá durante unas semanas de vacaciones en Málaga a finales de los ochenta. Se enamoró de él y de Marbella, y lo dejó todo para empezar una vida juntos.

—¿Ya lo tienes todo? —me pregunta Carolina, ya en casa. El salón está repleto de cajas y maletas. Hacer una mudanza después de tanto tiempo no es sencillo, así que hemos contratado un servicio especializado para que el traslado fuera algo más sencillo.

—Buenos días —musita Esther saliendo de la habitación. Se frota los ojos y avanza hasta dejarse caer en el sofá.

—¿Cansada de dormir? —se mofa Carolina. Esther le saca la lengua y se tapa la cara con las manos, acurrucándose sobre una manta.

—Pues sí, lista. Estoy cansada. Ayer me quedé hasta tarde recogiéndolo todo.

—Ya, y recogiendo a Hugo también —le digo riendo.

—Solo subió un ratito —murmura avergonzada. Se levanta, se acerca a nosotras y se queda apoyada en nuestros hombros—. No quiero irme.

—Yo tampoco —responde Carolina en un suspiro.

—Ojalá pudiéramos volver el tiempo atrás y empezar de nuevo esta aventura. Si regresara al día que llegamos, haría tantas cosas...

—¡Qué va! ¡Yo no vuelvo a estudiarme todos esos tochos en la vida! ¡Qué pereza! —rebufa Esther.

—Eres un caso, chica —se ríe Carolina.

—Vamos a seguir recogiendo que al final no acabamos y se queda medio piso aquí. Además, quedamos que este verano teníamos que volver para visitar a los que se quedan.

A mí tampoco me apetece dejar París, pero también echo de menos Málaga, mi casa y a mi familia. Toca cerrar una etapa y empezar la especialización en pediatría que tanta ilusión me hace.

El timbre de la puerta interrumpe el traqueteo de cajas. Parece que los de la mudanza ya han acabado de subir al camión las primeras cosas.

—Señorita, hemos terminado con el salón. ¿Alguna preferencia? —me dice un hombre alto y rudo. Asiento y le pido que me siga hasta mi cuarto.

—El caballete y el maletín puede llevárselo ya. Los cuadros son delicados. Están bien envueltos, pero tengan cuidado, por favor.

Yo y mi amor por el arte.

Me enamora, me relaja, me lleva a otro mundo. Me gusta todo lo relacionado con él, pero la pintura es mi debilidad. Llevo rodeada de óleo, pinceles, lienzos y aguarrás desde que tengo uso de razón gracias a mi madre, que regenta una de las galerías de arte más importantes de Málaga. Yo me sentaba frente a cualquiera de las obras expuestas y trataba de imitarla con mis lápices de colores en cualquier trozo de papel que tuviera a mano. Con el tiempo papá me compró mi primer caballete, pinceles y todo lo que necesitara para poder desarrollar mis propias obras. Hasta me adueñé del ático de casa y lo convertí en un pequeño estudio en el que poder refugiarme y evadirme del mundo. Ese rincón se ha convertido en una pequeña galería en la que guardo algunas réplicas de mis obras favoritas y mis esos cuadros que pinté que sueño ver algún día expuestos en una galería.

Aquí en París, cuna del arte por excelencia, he tenido que conformarme con un caballete pequeño junto a la cama en un cuarto estrecho y oscuro.

—Alma, ¿Estás lista? Nos esperan para cenar —me dice Esther asomando la cabeza por mi cuarto. Se ha arreglado y está guapísima. Lleva un vestido blanco holgado y de sus hombros cae su larga melena ondulada de un tono rubio ceniza. Cierro los ojos y arrugo la nariz. Había olvidado la cena de esta noche.

—Deja que me cambie. En diez minutos estoy lista. —Camino hasta la cama y abro una de las maletas en busca de algo decente que ponerme. La mitad de mis cosas están de camino a Málaga, así que no sé qué encontraré revuelto por aquí.

Nos espera el grupo de amigos que hemos hecho aquí. Algunos son españoles y otros parisinos; la mayor parte compañeros en la facultad

—Si que os habéis arreglado —murmuro al ver el vestido negro de Carolina. —Yo solo he encontrado esta blusa, y los vaqueros—les digo mirándome al espejo del recibidor.

—Tus zapatos ya visten, bonita —murmura Carolina, enamorada de mis Jimmy Choo.

Y es que otra de mis pasiones, también heredada de mi madre, es mi amor por los zapatos. Entrar en una zapatería y salir sin nada es misión imposible, así que la mayoría de las veces opto por no entrar para que mi cartera no eche humo. En Málaga tengo un armario lleno, y claro, viviendo en París hubiera sido un crimen marcharme sin comprarme algún que otro par.

—Hugo está abajo. ¿Vamos? —Carolina y yo nos miramos resignadas. Esther y sus múltiples y fornidos amantes... 

BAJO TU MISMA LUNA  -¡YA A LA VENTA!-Where stories live. Discover now