Capítulo único.

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Narcissa Black era una joven de palabras concisas, movimientos coquetos y vestimentas elegantes. Una joven con cabello de princesa y modales de la realeza.

Tenía un aura de superioridad y frialdad que hacía que fuera donde fuera, la gente se apartara, como si de la mismísima reina se tratase: mirándola con admiración, abriéndole el paso. Y si bien eso no siempre había sido así, ella lo había conseguido. Y nadie la sacaría de su trono.

Se había tenido que esforzar para sobresalir entre sus dos hermanas: ella no tenía la convicción de Bellatrix ni el carisma de Andrómeda.

Bellatrix era la mayor. La que tenía más responsabilidades pero también más beneficios. La que tenía una voz imponente y unos ideales inquebrantables. El orgullo de su padre y el anhelo de su tía Walburga.

Andrómeda era la rebelde. La consentida de mamá y a la cual todo se le perdonaba. Tenía ángel y con tan solo cuatro palabras bien dichas, todo el mundo estaba a sus pies.

Ella, en cambio, tenía que esforzarse. Era la rara. La rubiecita en una familia que parecía que se caracterizaba por tener un cabello tan negro como su apellido. La que fácilmente podría pasar desapercibida si no fuera porque eso que la hacía rara, también la hacía notarse. Destacar.

Narcissa era especial.

Cuando cumplió siete años, su magia finalmente apareció.

Bellatrix y Andrómeda llevaban semanas complotadas, molestándola porque su magia aún no había aparecido. El brote de Bella había sido a los cuatro y el de Meda a los cinco.

Solían bromear sobre que quizás, era como su tío abuelo del cual nunca se hablaba. Que quizás, ella también era squib y terminaría muriendo a manos de su propia familia, por haberlos decepcionado tanto.

Nadie excepto Narcissa notaba como la expresión de su madre, Druella, se contraía cada vez que sus hermanas hacían mención al tema. O como su padre fruncía el ceño y las mandaba a su habitación, sin comer postre.

Ella era más que una princesita mimada. Ella no era una "rubia tonta" como Bellatrix solía susurrar por lo bajo cuando pasaba por su lado. Ella era una Black. Una Black en cuerpo y sangre.

Bella había escapado con su bebé de juguete y ella, totalmente enloquecida por tener una hermana así de molesta, había hecho que todos los vidrios del piso superior se rompieran y la puerta de la habitación de Bella, donde se había escondido a hacerle vaya-ella-saber-que a su muñeca, se había abierto de par en par. Su madre y tía habían llegado primeras desde la sala, donde tomaban el té y tras ellas, su hermana menor, Meda.

Lejos de lo que ella esperaba, su tía sonrió con orgullo y su madre empezó a reír, encantada.

Nunca olvidaría como el rostro de Bella se deformó cuando el castigo que esperaba para su hermana no llegó.

"¡Mi niña ya es toda una bruja! ¡Finalmente!" y la había alzado en brazos, algo que en sus siete años de vida no recordaba que hubiera hecho.

Esa misma tarde, su madre la había llevado al Callejón Diagon y hecho elegir tres túnicas de gala como felicitación. Ese había sido, probablemente, uno de los días más felices de su vida.

Cuando tenía diez años, se dio una gran fiesta en la Mansión Malfoy, con la intención de "presentar en sociedad" a un joven prodigio, Tom Riddle. Esa fue la primera vez que Narcissa vio a Lucius Malfoy.

Por ese entonces él sólo tenía un año más, pero Cissy sentía que él todo lo sabía.

Había sido un flechazo como esos que relataban en los cuentos que su madre solía leerles más de niñas. Lo había visto, parado erguido y orgulloso, con una pequeña serpiente bordada en su túnica.

Los años dorados de Cissy.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora