iii

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El día empezó terriblemente mal. Y se puso terriblemente peor.

Alby mandó a Chuck a despertarnos a tempranas horas de la mañana, debido a que al parecer él era el único que podía hablarnos sin que yo lo esté mirando como si fuera a tirarle un cuchillo directo al corazón.

Era un lindo chico, no entendía por qué lo habían mandado a ese lugar. Dudaba que tuviera más de 12 años, al igual que mi hermana. ¿Qué pudo haber hecho de malo para que esté encerrado allí? Tocó la puerta, y esperó a que le diéramos permiso para entrar. En vez de eso, me puse de pie y fui a abrirla personalmente.

—Alby dijo que tienes que ir al Cuarto Oscuro en unos minutos. —Fue lo primero que dijo.

—Sí, buenos días, Chuck, también me alegro de verte —contesté, el sarcasmo evidente en mi voz.

—Oh, sí, lo siento. Buenos días —sonrió, apenado—. Puedo acompañarte si quieres.

—Sí, claro, no sé dónde queda ese "Cuarto Oscuro".

—Ah, por cierto —exclamó, como si acabara de acordarse de algo importante—, Alby dejó que Amelie se saltara ese castigo. Cito: "obviamente fue culpa suya y la niña es demasiado chica como para sufrir por las idioteces que ella hace" —me informó, ignorando el hecho de que lo que acababa de decirme era un insulto.

—Estoy empezando a creer que ese chico en serio me odia —resoplé irritada.

Rió y salió de la habitación, esperando a que lo siga. Antes de hacerlo, me giré hacia Amelie, la desperté y le avisé que estaría todo el día sola, y que no se aleje de Chuck. Así, yo estaría segura de que estaba con alguien de confianza.

Asintió y volvió a acostarse. Seguí a Chuck a través de toda el Área. Me llevó hasta donde el lugar de mi castigo se encontraba, me abrió la puerta y me invitó a pasar, con una burlona reverencia.

El lugar, haciendo referencia a su nombre, era totalmente oscuro, a excepción de una ventana, por donde Chuck me pasó un pedazo de pan y un vaso con agua. Mi estómago gruñó de ansiedad de solo pensar que ese sería mi único alimento en todo el día. No merecía eso: salir corriendo no era nada fuera de lo normal, ¿o sí? Estaba asustada, era lógico. Además, no había dañado a nadie.

—¿No crees que es demasiada reprimenda para tal poca cosa que hice? —le cuestioné al pequeño niño que me miraba con ojos tristes desde el otro lado de la ventana.

—En este lugar hay tres reglas fundamentales —empezó a explicar—: nunca cruces por esas puertas, haz tu trabajo y no lastimes a nadie. Según lo que me explicaron, esas reglas son la base para mantener el orden. Y tú, bueno, tú rompiste la primera y la más importante. Tienes suerte de que no te hayan desterrado.

Mi mente se puso alerta a ese último concepto. "Tienes suerte de que no te hayan desterrado". Me preguntaba a dónde. Si era más allá de esos muros, allí es donde quería ir.

—¿Desterrado? —inquirí—. ¿Qué quieres decir con desterrado?

Él se removió incómodo en su lugar, cambiando el peso de su cuerpo de una pierna a la otra.

—Eh, ya debería irme, Alby seguro me...

—Chuck, ni siquiera lo pienses —advertí.

—Lo siento, debo irme.

—¡Chuck! —le grité al niño, pero ya se había ido.

Suspiré y me senté en el frío suelo, con la espalda apoyada contra la pared.

Tomé el agua de un solo sorbo y coloqué el vaso en el piso. Luego, comí unas migajas del pan, aunque mi estómago no parecía estar de ánimo para recibir mucha comida. Finalmente, me deslicé por la pared hasta quedar recostada en el piso. Casi sin darme cuenta, mis ojos se cerraron y caí dormida en un profundo sueño.

The maze runner: Una nueva variableWhere stories live. Discover now