Capítulo 4: una apuesta arriesgada

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Los guardias banguianos se situaron en frente del crucero diplomático de Naboo. Cuando la nave aterrizó por completo en la plataforma, desplegó su rampa metálica y dejó paso a una joven de pelo castaño enmarañado, la cual conducía un gran arcón de madera sobre un aero-deslizador de carga. Dos de los cinco jóvenes supervisores se dirigieron hacia la mujer con sus blasters preparados por si algo inesperado se les presentaba. La humana, sonrió con cortesía. 

–¿Qué les trae por aquí, caballeros? –dijo ella con sorpresa. 

–Nos llama mucho la atención su cofre, señora. No tendrá inconveniente en enseñarnos su contenido, ¿verdad? –pidió uno de los agentes. 

–¿Qué contenido? No porto nada. He venido a este puerto porque mi nave ha sido dañada y necesita reparación –replicó ella con cuidado. 

–¿Un comerciante sin mercancías? Demasiado exótico en este lugar de la Galaxia –dijo otro, arqueando una ceja. 

–Bueno, entregué todas mis mercancías hace tres jornadas. Me disponía a volver a Naboo pero fui abatida por error y he tenido que aterrizar de nuevo aquí –explicó Evanida, tratando de serenar sus nervios. 

–¿En una nave diplomática? –dijo un tercer guardia–. Es una nave demasiado pequeña para llevar incluso la carga mínima reglamentaria. Registrad el cofre. 

Los demás guardianes obedecieron su orden y abrieron la tapa del arcón con un bichero dorado. Sin embargo, sus sonrisas de suficiencia se tornaron muecas de decepción cuando comprobaron que el cofre en verdad se encontraba vacío de todo contenido posible. Limpio y sin rastro de ilegalidades. La humana miró al guarda principal, como pidiendo una explicación. Éste, confuso, empezó a balbucear sonidos ininteligibles hasta que logró hilar una frase con coherencia: 

–Esto... Yo... Siento haberle causado molestias...Por favor, señora. Circule. 

–¿Qué le había dicho? ¡No llevo nada! Espero que cuando vuelva todos os hayáis convertido en pasto de rankor. Y para vuestra información, es señorita. ¡Qué gente más maleducada! ¡Descarados! –se quejó Evanida molesta, pasando frente a los agentes e internándose en las callejuelas del puerto interestelar. 

La contrabandista condujo el aero-deslizador hasta llegar a un callejón sin salida mal iluminado pero lo necesario para la discreción que buscaba. Escondió la plataforma flotante entre dos contenedores de aluminio, quitó la tapa del cofre de madera y toco con su dedo índice un área que se hundió por la presión ejercida. El cofre pasó de estar vacío a estar ocupado por dos figuras muy diferentes entre sí: un androide astromec y un humano vestido con negros ropajes. Evanida sonrió a éste último: 

–¿Qué te dije? He ganado la apuesta. –La joven agarró la mano que le tendía el sith y le ayudó a salir del arcón. 

–La verdad es que tenía mis dudas, pero debo decir que me impresiona que una no iniciada en la Fuerza haya tenido esta idea –halagó Vader frunciendo la boca en un mohín de descontento. 

–Los mejores agentes están luchando contra el Imperio. Por eso les han relevado los agentes más inexpertos. Jóvenes sin experiencia que no saben que una pared de invisibilidad se esconde mejor en una superficie de madera que en una de metal, debido a las rugosidades. Un truco que un guarda veterano habría detectado enseguida –explicó ella mientras bajaba a R2 del cofre ayudada por Vader.

 El robot soltó una retahíla de silbidos metálicos de alegría y alivio. 

–Bien, ¿y ahora, qué? –preguntó Vader ajustándose el traje. 

–La última vez que estuve aquí también tuve que buscar recambios para la nave. Sólo permanecí un día pero fue suficiente para no volver hasta hoy. –El rostro de la contrabandista se ensombreció de repente–. Ya que me he visto forzada a hacerlo –muchísimas gracias–, te guiaré hasta el Pinsonk Dislocado, una de las cantinas del puerto de Daharim. Allí venden piezas de contrabando y los guardias banguianos no se atreven a entrar. Un sitio sucio, pero discreto. 

El Camino Oscuro del SithDonde viven las historias. Descúbrelo ahora