Capítulo 26

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C A P Í T U L O    2 6


HASLEY WEIGEL

Una vez más, halé del brazo de Luke intentando que entrara y él soltó un quejido.

—Estas loca si crees que entraré allí — murmuró entre dientes.

—Oh vamos — supliqué de nuevo.

—Nunca he entrado a una iglesia, o bueno, quizá sí, pero no quiero hacerlo ahora — indicó y ordenó: — Suéltame.

—Lo harás — sentencié y me miró durante unos segundos.

—No sé para qué demonios quieres que entre — bufó — Pero está bien.

Soltó un suspiro y se liberó de mi agarre, sin rechistar más, entró. Caminó entre el pasillo del lado derecho y optó por sentarse en unos de los asientos del fondo, intenté no decir nada al respecto, al menos había tocado el suelo de la iglesia.

—Es una cita, bobo — articulé mirándole con una sonrisa.

—Entonces; esta es la cita más rara que he tenido en mi vida — confesó en un murmullo.

—Silencio — susurré y besé su mejilla.

Él alzó las manos y miró hacia el frente. Ni siquiera yo tenía idea del por qué lo había traído hasta aquí, pero al menos los dos escucharíamos la misa y de alguna forma esto era gracioso para mí y molesto para él, comenzábamos a molestarnos mutuamente.

Toda la misa pasó entre reclamos y gruñidos por parte de él, aunque en un determinado tiempo todo terminó y Luke salió de allí como si su vida dependiese de ello.

—Weigel, tienes prohibido hacer citas para nosotros — indicó caminando con cierta rapidez.

Rodé los ojos y traté de seguir su paso detrás, caminaba demasiado rápido para mí, mis pequeñas zancadas a comparación de las suyas era una muy grande diferencia.

—¡Howland! — grité para que se detuviera y lo pudiese alcanzar.

—Esta me las vas a pagar — amenazó mirándome con recelo.

—Me gusta cuando te enojas — vacilé.

Luke me dio un sonrisa cínica y me rodeó, para abrazarme por detrás pasando su brazo por mi cuello, rozó su barbilla por encima de mi cabello haciendo pequeñas cosquillas y causando que yo me removiera.

—Esto es por lo que has hecho.

Y antes que yo pudiera comprender lo que había o al menos hablar, él mordió mi mejilla.

—¡No! — chillé y dio una gran carcajada.

—Y ese es el comienzo.

Sonrió lobunamente, metió sus manos a los bolsillos de sus jeans y, de nuevo, comenzó a caminar.



[...]



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