La Masacre de los Bentley

29 1 0
                                    

Alice Bentley siempre había sido una niña encantadora. Era preciosa, con su cabello liso y negro como el cielo nocturno y su tez pálida como la luz de la luna.

Tenía diecisiete años cuando su padre, Gerard Bentley, compró un caserío situado en las afueras del pueblo. El lugar era hermoso; un edificio de piedra en medio del bosque, junto a un lago.

Sin embargo, el lugar escondía un tenebroso secreto. Una razón por la cual nadie había comprado antes aquel precioso caserío, vendido a un precio tan bajo que incluso parecía absurdo.

Sobre aquella casa parecía pesar una maldición de la cual la pobre Alice fue depositaria; todas las noches, sus ojos de color gris acero presenciaban la venida de espíritus del otro mundo, personas asesinadas cruelmente en aquella casa. Aquellos fantasmas se acercaban a ella con sus lamentos del otro mundo, atormentándola.

Les veía únicamente por la noche; en su habitación, junto al pozo del caserío, hundiéndose en el lago... todos ellos pretendían depositar en ella su sufrimiento, para librarse de él. Y de alguna forma, ella podía sentir las turbulentas muertes de dichos espíritus.

Y todo comenzó a empeorar aún más cuando Jasper, el hermano mayor de Alice, se enamoró perdidamente de una extraña joven que vivía en el pueblo. Su nombre era Viola Deich, y por el lugar corrían rumores que la tildaban de bruja, hechicera y discípula del demonio.

Tanto Gerard como Sophia, madre de Alice y de su hermano, se negaron a que Jasper contrajera matrimonio con Viola. Tras una fuerte discusión, el joven salió de casa cerrando la puerta con un estruendo, pero, antes de que eso ocurriese, dirigió unas últimas palabras a su familia.

"¡Os arrepentiréis de esto, lo juro!"

Y esa noche, Sophia Bentley murió en extrañas circunstancias. Fue encontrada en su habitación, tumbada en el suelo con las manos sobre el corazón. Entre sus dedos, un cordón entrelazado; era su camafeo favorito, el colgante que siempre solía llevar.

Alice corrió a arrodillarse junto a su madre, con quien tenía una fuerte relación. Gerard, de repente bastante agitado, agarró a su hija por los codos para apartarla del cuerpo. Ella se revolvió, aunque al final Gerard consiguió hacer que se levantase. La envió a su habitación en una orden firme y consistente. Ella obedeció.

Una vez estuvo fuera de la habitación, extendió la mano derecha; había conseguido al menos llevarse con ella el camafeo de su madre. Sería una especie de amuleto para ella.

O eso pensaba.

La joven se tendió en su cama, agazapada y sujetando el colgante con fiera fuerza, con la esperanza de que el "amuleto" la protegiese aquella noche de los muertos y sus horrores.

Así, el sueño terminó venciéndola.

Las campanas anunciaron las doce. De repente, los postigos de su ventana se abrieron con un estruendo y las largas cortinas de gasa blanca comenzaron a mecerse con la brisa. Alice abrió los ojos justo al momento en el que una etérea mano blanca, consumida hasta que la carne casi no ocultaba los huesos, entraba lentamente en la habitación.

Estaban allí.

Alice retrocedió, golpeando el cabecero de la cama con la espalda.

Se acercaron a ella en su silencio sepulcral, con huecos vacíos por ojos que rezumaban lágrimas negras como la tinta. Su paso era lento, pero no se detuvieron hasta rodear por completo la cama de dosel.

"Una sombra se cierne sobre esta casa, niña" Dijeron "Y no se detendrá hasta cumplir su cometido; la venganza"

Entonces se abalanzaron sobre ella. Alice quería luchar, huir. Sus dedos se crisparon intentando anclarse a las sábanas de la cama, pero nada les impidió encerrar las muñecas de la joven entre sus fríos y muertos dedos.

No hubo gritos ni llantos capaces de hacerles retroceder... y la llevaron a su mundo.

Nadie sabe lo que la chica vio.

Horas después, una pálida y ojerosa Alice llamaba con impaciencia a la puerta del dormitorio de su padre, que abrió tras el tercer toque para contemplar la escuálida figura de su hija. Le miraba con ojos desorbitados y manos temblorosas, clavando los dedos en el camafeo.

"Padre, padre ¡Ellos me lo han contado! Padre, debemos hacer algo ¡Nos matará, lo hará!"

"Hija mía, ¿Qué dices?"

Los labios de Alice no eran capaces de articular ni la mitad de las palabras que querían pronunciar.

"¡Hay un sitio reservado para nosotros junto a la muerte, padre! ¡Él quiere que lo haya, está en su mente, la bruja le convenció!"

"¡ALICE, CÁLMATE!"

Ni Gerard ni el médico del pueblo consiguieron descifrar lo que la temblorosa joven quería decirles. Así, se llegó a la conclusión de que la muerte de su madre le había causado un trauma tan severo que la había llevado a la locura.

Alice quedó relegada a permanecer en su habitación, reposando en su cama mientras el doctor la hacía tomar medicinas que la dejaban totalmente incapacitada, como una muñeca de trapo. Mientras, ella seguía intentando avisarles de la sombra que se cernía sobre los Bentley, clamando que no estaba loca.

Y los fantasmas seguían viniendo a verla todas, todas las noches...

Todo terminó una silenciosa noche de luna creciente.

Alice estaba sentada sobre su cama, respirando entrecortadamente, a la espera de que los fantasmas llegasen una vez más.

Como todas las noches, los postigos se abrieron y las cortinas se mecieron con la brisa. Una mano entró por la ventana, y tras ella la silueta flotante de una mujer.

Sophia Bentley.

Levitó hasta encontrarse frente a los pies de la cama de Alice, que la miró con asombro. Entonces, extendió sus brazos, los cuales había tenido cruzados sobre el pecho, y le tendió a Alice un cuchillo. Alzó el rostro y la observó desde las negras cuencas donde habían estado sus ojos.

Como hipnotizada, su hija gateó sobre la cama y colocó sus dedos sobre la empuñadura del cuchillo, mirando fijamente el rostro de su madre.

"Mátala" Le sugirió el fantasma de Sophia.

Alice asintió, tomando el cuchillo. Su madre extendió el brazo y señaló a la puerta, haciendo que la joven saliese de la cama y se pusiese en pie. Tras ella, el fantasma se desvaneció en el aire; ya había cumplido su misión.

La chica abrió la puerta y salió al pasillo. Comenzó a caminar hacia el final de este, desde donde se oían ruidos propios de una pareja de amantes.

Nadie sabía que Jasper y Viola habían estado infiltrándose en la casa durante la noche.

Estaban tan distraídos ocupándose el uno del otro que no oyeron los lentos pero decididos pasos de Alice en el pasillo, ni la tela de su blanco camisón acariciando las paredes al moverse con sus piernas.

Tampoco la escucharon girar el pomo, ni entrar en la habitación.

Estaban de espaldas a ella; Jasper permanecía tumbado sobre la cama, sin camisa. Viola se cernía sobre él y su vestido yacía en el suelo, junto a la mesita de noche.

"Mátala" Susurró Alice.

Se acercó a ellos con paso firme, y entonces, clavó el cuchillo en la espalda de Viola, atravesando su corazón.

Todo lo demás es borroso, indefinido. Una bruma cubre los últimos recuerdos de Alice.

Sólo recuerda ser apuñalada por Jasper hasta la muerte, y los llantos de su padre arrepintiéndose de no haberla escuchado, mientras observa los cuerpos de sus dos hijos.

Sus manos sólo han empuñado el cuchillo contra su hijo varón; pero han sido sus ojos los que no han sabido prever el destino de su familia, ni la muerte de su pequeña Alice...



Tenebris, relatos desde las tinieblasWhere stories live. Discover now