El Artesano

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Fuera llovía. No habíamos encontrado otro lugar donde quedarnos, salvo aquella casa. La huida había sido muy precipitada, y nuestras piernas no daban más de sí. Ante la idea de ser capturados, preferimos ocultarnos aquella noche en el primer lugar factible que encontrásemos.

Dicho lugar fue Dowbridge, o lo que quedaba de él. Las viejas cuentan que el lugar fue abandonado hace muchos años, y sin motivo alguno.

Éramos jóvenes; no temíamos a nada. Caleb, entonces un muchacho de veintidós años que sólo quería liberarse de sus cadenas, y yo, Myra, tres años menor y dispuesta a seguirle hasta el fin del mundo, éramos las dos pobres almas que huían de su opresión.

Los humanos se habían dado cuenta de que el chico huérfano que repartía el correo era en realidad mitad demonio, y que la hija del panadero tenía extrañas visiones del futuro.

Las destrozadas calles de piedra nos habían recibido con el sonido del agua al salpicar. Estaba empapada, de pies a cabeza, al igual que Caleb. Los mechones rubios (casi blanquecinos) se me pegaban a la frente.

Entonces vimos la casa, justo al final de la calle.

Al resto de construcciones de las que el pueblo había constado les faltaban techos y paredes, lo que las hacía inútiles ante nuestro afán de pasar desapercibidos y de poder dormir sin mojarnos para continuar con nuestra huida al amanecer.

Sin embargo, aquella casa parecía encontrarse en perfectas condiciones; como si el tiempo no hubiese hecho mella en los tablones de madera o las ventanas, cuyos cristales estaban intactos.

El pomo de la puerta principal no opuso resistencia cuando Caleb lo giró. Un pasillo con cinco puertas nos dio la bienvenida; dos puertas a la izquierda, dos a la derecha, y una al fondo.

Vi una sonrisa asomarse en los labios de Caleb.

- Aquí estaremos a salvo. -Dijo, volviendo sus ojos verdes hacia mí.

La primera puerta que abrimos estaba a la izquierda, cerca de la entrada.

Un escalofrío recorrió mi columna cuando vi una figura humana sentada en una silla. Me oculté tras Caleb, que soltó una carcajada.

- No te preocupes, es sólo un títere, Myra.

Me asomé con precaución; él tenía razón, era sólo una marioneta de madera, pero de dimensiones y facciones extremadamente humanas. Se trataba de un hombre, vestido con traje. Entre sus dedos de madera había una pluma, cuyas hebras estaban salpicadas del mismo tono de rojo que una aparente mancha de pintura en su camisa.

- Mira esa, ¿No es preciosa? -Dijo Caleb entonces, sacándome de mis pensamientos.

Estaba señalando a una muñeca rubia que llevaba un vestido azul. Era un títere, al igual que el hombre, y estaba sentada junto a él, sujetando en su regazo la mano que no sostenía la pluma. Si uno no se percataba de las vetas de la madera ni de las uniones, podría dar por sentado que era una niña real.

Instintivamente, di un paso hacia delante para observar mejor a la muñeca, y el sonido de una puerta al abrirse me interrumpió.

- Puede que el pestillo de la puerta de entrada no funcione correctamente. -Inquirió Caleb, saliendo de la habitación. Fui tras él sin quitarle un ojo encima a los títeres.

La puerta de entrada estaba cerrada a cal y canto.

- Qué extraño.

A mi espalda, la puerta de la habitación donde habíamos estado también se cerró. Miré a Caleb con ojos preocupados tras percatarme de que, al girar el pomo, ya no se abría.

- Tranquila, son sólo corrientes de aire. La casa es antigua y las cerraduras deben estar oxidadas.

La única puerta que permanecía abierta era la del final del pasillo. Era como una invitación, una llamada. Nos acercamos a ella; era la entrada al sótano.

Los peldaños de madera crujieron con nuestros pasos.

Justo en la pared opuesta a las escaleras había un escritorio. Un quinqué encendido reposaba sobre él.

- Quizá alguien siga viviendo en Dowbridge. Las viejas no lo saben todo...

Caleb y yo acudimos a la luz como polillas. Un sobre y tres hojas de papel, que no habíamos visto antes, descansaban sobre un tapete de cuero junto al quinqué. Mi compañero levantó las frágiles hojas, escritas con tinta negra que formaba unas grafías extremadamente delicadas.

- Parece una carta. -Dije.

"Llámame loco, pero creo que me vigila.

No puedo negar que es una obra maestra, o que es extremadamente hermosa. Tampoco puedo decir que es fruto de manos inexpertas, pues pocos podrían ser capaces de realizar un trabajo tan fino y exquisito.

Pero, cuando duermo, me atemorizan sus ojos de cristal, azules como el frío hielo que me inunda cuando paso ante la puerta de la habitación de Anna. Esos ojos me miran, me observan... ¡Me vigilan!

No debería extrañarme, pues esa muñeca es obra del joven tan extraño que vive al otro lado del pueblo; el chico pelirrojo, el extravagante. Pasa los días sólo, en su taller, construyendo maravillas y tallando la madera. Juguetes, cajas de música, figuritas... cualquier cosa que se proponga. Está realmente obsesionado con su trabajo, y me resulta escalofriante.

Pero más escalofriante es lo que cuentan los vecinos... Anna y yo llevamos poco tiempo aquí, desde que su madre y mi querida esposa muriera, pero igualmente las historias han llegado a mis oídos; los más ancianos del pueblo dicen que nunca envejece ¡Lleva más de treinta años viviendo aquí, en la misma casa! Los rumores le relacionan con Belcebú y con cualquier demonio que pueda nombrarse.

A pesar de saberse tan repudiado, ha intentado demostrar a los vecinos que no tiene malas intenciones, ni problemas con crucifijos, agua bendita o verbena. Así, les hizo tres regalos a tres familias distintas; un reloj de cuco para el alcalde, una bailarina con su acompañante para la mujer de Thomas Gravin y, por último, una muñeca para mi hija, a la cual ella misma ha decidido llamar Elisabeth.

Esto alivió levemente las historias sobre su persona, pero los ancianos siguen resistiéndose a confiar en "El Artesano", como suelen llamarle.

Cuentan que marcha a los bosques que rodean Dowbridge cuando el sol se oculta, y que regresa cuando amanece. Que se escuchan ruidos escalofriantes dentro de su casa a altas horas de la madrugada.

Muchos de los que recibieron sus regalos afirman sentir una extraña presencia en sus hogares. Una sombra, una brisa...

Algo de esto debe ser cierto cuando, al mirar en los fríos ojos de esa muñeca, siento como si la muerte estuviese tras mi espald-"

Una mancha de color rojo carmín yacía justo donde deberían haber estado las letras finales de la última palabra.

Entonces, oímos la puerta cerrarse, y pasos en la escalera.





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⏰ Last updated: Jan 17, 2018 ⏰

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Tenebris, relatos desde las tinieblasWhere stories live. Discover now