Capítulo 34: Dulce rencor.

126 35 15
                                    


Voy corriendo por la calle con el portátil y la caja de madera bajo un brazo. Bichín se balancea dentro de la capucha al ritmo de mis zancadas. Se ha empeñado en venir.

Después de desahogarme, he sentido la necesidad de contárselo a mi mejor amigo: Jack.

Nada más abrirme la puerta me derrumbo en sus brazos.

— ¿Qué te pasa novia cadáver?

Sigo llorando sin ser capaz de responder.

— Tranquila, Sira — me susurra —. Pasa.

Cierra la puerta y me acompaña hasta el salón.

Me da una manta, estaba nevando y llevo la ropa empapada. Pone mi sudadera y mis zapatos al lado de la chimenea y se sienta en frente mío, sin preguntar. Sabe que si realmente quiero contárselo lo haré.

Entonces empiezo hablar: recito mi conversación con Dago al pie de la letra, le enseño las cartas, las fotos, los vídeos y finalmente mis recuerdos. Él me escucha atentamente.

— Todo apunta a que dice la verdad — responde al final —. Aun así no me lo creo...

— ¿Por qué? — me extraño.

— No me fío de nadie que esté en la Parca y menos de Dago.

— ¿No te fías de mí?

— De ti sí.

— Pero yo trabajo para ellos, no deberías...

— Deja de hacerte la lista, novia cadáver, siempre acabamos igual — se ríe.

Suspiro y me apoyo en el respaldo del sofá, mirando al techo.

— De todas formas, si tú le crees entonces yo también — vuelve a la conversación.

— Qué poca personalidad — me burlo.

— Eres inaguantable — frunce el ceño —. Por cierto, ¿tú confías en mí?

— Claro — respondo aún con la mirada fija en la lámpara.

— Entonces cuéntame lo del ninja — dice con tono pícaro.

Poco a poco noto cómo la sangre se va acumulando en mis mejillas y siento cómo me metamorfoseo en un delicioso tomate recién recolectado. No sé qué está más rojo: si mi ojo o mi cabeza en general...

— Al parecer ya lo sabes — me evado. No sé porqué, pero aunque me fie de Jack tengo tendencia a evitar este tema.

— Se veía venir — vuelve a reírse —. No te pongas roja.

Por supuesto me sonrojo aún más. Tengo la cara tan caliente que creo que va a explotar.

— Está bien, creo que me gusta — admito.

— ¿Crees?

— Sí, no estoy segura. Nunca he pensado en ese tipo de cosas hasta hace poco... Supongo que estaba demasiado ocupada intentando salir de esa alcantarilla — hago una pausa —. A cualquier precio...

— Interesante — levanta las cejas —. Deberías dormir. Por la noche tendremos que ir a trabajar — pronuncia esta última palabra con un tono despectivo.

— Tienes razón — suspiro de nuevo.

— Quédate aquí si quieres. Aún tienes la ropa mojada.

— Vale — no me lo pienso demasiado —. Gracias.

— Puedes dormir en el sofá o subir, tú decides — se levanta con una sonrisa y se va.

Blanco letal Donde viven las historias. Descúbrelo ahora