Capítulo 05 (final)

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DESTRUCCIÓN

Recorrió las calles empedradas del pueblo, hacia que las personas volaran si se atravesaban en su camino. No importaba qué tan jóvenes o qué tan viejos eran, con fuerza los aventaba al vacío y los hacía chocar contra cualquier estructura dura. Bastaba pensarlo, ordenaba y la oscuridad gobernaba. Rompía las leyes conocidas por los humanos, se burló de lo que él mismo fundó alguna vez.

Conforme caminaba por los senderos, hacía que las personas se retorcieran de dolor. Algunos se dejaban caer, inmóviles; otros lloraban desconsolados sin entender qué estaba sucediendo, ¿por qué todo parecía tan negro? A sus espaldas el fuego lo seguía, quemando los edificios, las plantas, los animales, lo que fuera. La gente corría sin percatarse de quién era el causante del desasosiego.

La destrucción había comenzado.

Su mente, que conocía cada milímetro del globo terráqueo, se encargó de los lugares que estaban a miles de kilómetros y más allá.

Las criaturas del abismo salieron de sus guaridas, comiendo gente, asustando a los inteligentes que pretendían esconderse, solo para ser tragados por las grietas, llevados directamente al infierno para nunca salir. La tierra se dividía y los seres humanos caían. Se aferraban a los bordes, pero terminaban deslizándose.

Con una sonrisa, Abadón contemplaba el sufrimiento de sus más imperfectas creaciones.

Una melena rubia se materializó frente a su rostro, su cara estaba inundada de preocupación y agonía. Ahí se encontraba la madre de Anne, interrogando a su hija a la que había visto pasearse con la barbilla alzada, sin mirar cómo casi todos agonizaban. Le pareció extraño que no intentara ayudar a los suyos. No obstante, cuando se detuvo y buscó su mirada, no fueron los ojos de su amada niña los que encontró.

Había estado tan ocupada buscándola que no se dio cuenta de lo que sucedía delante de sus narices. Siempre tuvo la respuesta en la punta de la lengua, pero jamás se atrevió a aceptar lo que había sucedido hacía muchísimos años.

—¿Dónde está? —preguntó la fémina con la voz ahogada.

Abadón sonrió, ella esperó lo peor.

—Está en muy lejos de aquí —murmuro con el timbre de la muchacha. Luego lanzó una risita con la voz distorsionada—. Deberías visitarla.

Su mano voló para atrapar el delicado cuello lleno de arrugas. Las manos de la madre de Anne se cerraron en la pálida muñeca que apretaba con fuerza sobrehumana. Los transeúntes pararon en seco para contemplar, horrorizados, la escena. ¿Cómo era posible que una hija estuviera ahorcando al ser que le dio la vida? ¿Es que la chiquilla había enloquecido?

Quisieron acercarse para detenerla, pero no pudieron hacer demasiado pues la cabeza de la vieja explotó. Abadón se relamió los labios, sintiendo el sabor metálico de su sangre en su lengua. Y el pueblo corrió despavorido, con las arterias zumbando por el miedo.

Siguió caminando por el sendero, escuchando los gritos, los alaridos, los sollozos y las súplicas, también los rezos al dios que al parecer los había abandonado. Si la gente no moría quemada, morían por él, morían por el veneno de los animales o porque todo era demasiado y terminaban suicidándose.

Un montón de gente se arremolinó con antorchas, quizá dándose cuenta que algo andaba mal con Anne, quien lucía como una aparición maligna. Pasara por donde pasara, algo terrible ocurría, siempre lo habían sabido; pero siempre es más fácil ignorar. No obstante, todo fue contraproducente, acabaron incinerados con el fuego que el mandaba, sus cenizas se aferraron a la tierra, y así acabó su existencia.

No se detuvo. De un momento a otro se encontró en la punta de un cerro. El monte más alto del lugar.

Hacía muchos milenios, un día como ese, cayó del cielo como una estrella fugaz. Fue sepultado en las profundidades, desterrado del lugar que lo vio crecer, de un paraíso que estaba lleno de engaños y mentiras. Justo ahí, en ese pueblillo se estrelló y prometió venganza.

Vislumbró desde las alturas cómo el mismo fuego que había consumido sus alas, acababa con lo que alguna vez pensó que era grandioso.

El mundo estaba cayéndose a pedazos.

Abadón se sentó a esperar.

El viento levantó escombros, el cielo nublado se abrió y una corte de ángeles descendió con sus alas y sus flechas doradas, serpenteando las armas como si fuera a amedrentarse por ello. No se veían contentos, Abadón quiso carcajearse.

Hicieron una hilera, al igual que un ejército entrenado, todo era mecánico. Silbó para sus adentros y cientos de alimañas salieron para resguardarlo. Las criaturas y espíritus más demoníacos protegieron sus espaldas. Si así iba a ser el juego, gozaría cómo el Dios piadoso y lleno de bondad mandaba primero a los más idiotas a defenderlo.

Los ángeles atacaron, él no se movió. Esbozó una sonrisa de satisfacción cuando los seres celestiales cayeron como hojas secas gracias a sus compañeros. ¡Pobres ilusos!

Su sonrisa se acentuó al ver la luz bajar. El Señor, rodeado por decenas de soldados, fue a enfrentarlo.

—¿Qué es lo que quieres, Abadón? ¿Ya estás contento con todo el mal que has causado? ¿Estás satisfecho, pequeño ingrato? Has deshonrado mil veces a tu raza, has pecado por creerte más que tu Dios misericordioso, demostraste tu egoísmo al arrebatarles la vida a personas inocentes y creaste un monstruo que lleva tu sangre para después torturarlo hasta la muerte. —La voz suprema resonaba y creaba eco—. Te quejaste de mí tantas veces y terminaste siendo todo lo que detestabas.

—Oh, no te preocupes por mí, mi Dios. —Hizo una reverencia a modo de burla y se irguió—. Yo soy el infierno, no puedes condenarme aún más.

Los dos titanes se miraron, desafiantes. El ejército del cielo levantó las armas; los escorpiones gigantes elevaron sus aguijones y el resto de los seres demoníacos se preparó para atacar.

De ahí nadie se iría hasta que uno de los dos doblegara al otro, hasta que tuviera alguno el corazón sangrante del más débil. Nadie daría marcha atrás, uno de los dos viviría para la eternidad y el otro acabaría convertido en lo que lo había formado. Sus cenizas se mezclarían con la tierra y vagarían al ritmo de las corrientes.

Porque polvo fue, y al polvo volverá.



FIN.


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Infernum Gehena © ✔️Where stories live. Discover now