Prólogo

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«No eres digno de este reino todavía, Adrien: un rey es valiente. Y tú no lo eres lo suficiente».

Recordaba aquellas palabras mientras veía el charco de sangre bajo la cabeza del noble que había muerto con el pan blanco en la boca. Una daga estaba clavada en su nuca, dejando brotar el líquido carmesí y tiñendo la mesa de madera de calidad y aquel mantel estúpido de rojo. El trozo de pan rodó y cayó por el borde, a los pies del asesino.

Y este asesino no era otro que el mismo que se encargaba de velar por la seguridad del pueblo. Era pura mala suerte que la casa de aquel noble infiel a su padre hubiese estado cerca cuando su estómago rugía.

Chat Noir se agachó y recogió el trozo de pan blanco con sus garras cubiertas por aquellos guantes negros descubiertos. Aquello era una manía: remangarse los puños de la camisa gris cada vez que robaba o mataba, manchar sus guantes era realmente importante para él. Sino, ¿para qué los tenía? Pues lo mismo pasaba con la espada o las dagas, si no mataba, para qué.

Sujetó el pan con los dientes mientras sacaba la daga de su nuca repentinamente y haciendo un ruido desagradable al desprenderse de la carne al rojo vivo. La limpió pasándola entre sus dos dedos, acumulando entre ellos el líquido oscuro y oliéndolo.

— A esto huele la deshonra. Interesante —frotó ambos de los dedos, esparciendo la sangre por ellos de una forma bastante lenta, produciendo un ruido desagradable.

Volvió la mirada al cadáver, con la mirada más tosca y hostil que podía existir. ¿Cómo podía seguir mirando de esa manera a una persona cuya alma había ascendido al cielo hace rato? El alma es ciega. No puede notar su mirada. Para qué.

Aprovechó para saquear lo que tenía aquel noble. Mientras metía la mano en todos los bolsos y guardaba las cosas de mayor valor en su riñonera de cuero, escuchó cómo el pomo de la puerta se abría y salía un niño de unos doce años. Chat Noir dirigió la mirada hacia donde se encontraba, recordando en sus ojos cuando él tenía esa misma edad, hace seis años. Era tan puro, tan obediente. Suspiró.

— Papá...

— Tu padre se ha quedado listo, zagal. Le ha dado un ataque, ¿no lo ves? Ve y dile a todos que fue el demonio —siguió sacando cadenas y puro oro que encontraba en cajones, bolsos y etcétera.

— Pero, tiene un agujero en la nuca... y tú tienes una espada, y dagas atadas a la pierna —le señaló, con la mano temblorosa—. Se lo tengo que decir a... mamá...

— Me temo que no.

Chat Noir se acercó al niño al cual le sacaba una cabeza, con la mirada seria, y cerrando la puerta delicadamente desde por encima de él.

— Nadie sabrá nada de esto —murmuró el gato, alzando las cejas.

— ¡¡Mamá!! —gritó el chico, golpeando la puerta con los puños y haciendo vibrar las orejas de gato del más mayor.

Este posó una mano en el mango de su espada, suspirando y negando con la cabeza en desaprobación. Aquello le iba a costar una pesadilla y una mala experiencia, pero era por el bien de todos.

— Estarás mejor muerto que viviendo con esto. Permíteme.

Chat Noir desenvainó la espada y, con un movimiento de brazo, clavó desde la punta al mango en el lazo izquierdo de su pecho, llegando a chocar la punta contra la madera de la puerta. En dos segundos tiró de ella y vio el cuerpo del niño caer delante suya al mismo tiempo que volvía a enfundar el arma.

— Las obras hacen linaje, Courtois. Tendréis el privilegio de la reunión donde quiera que descanséis.

Y, tomando la copa de vino que había sobre la mesa, salió por donde había entrado: la ventana. Evitó pensar en la posible reacción de la mujer del noble al ver a sus dos seres queridos asesinados, era algo que podría atormentarle en el momento en el que su padre reciba la noticia en palacio. Se colgó de las barras donde colgaban banderas del reino con un perfecto equilibrio, en dirección a la plaza más cercana.

▧ El gato de la armadura blanda ┊ MLBshippingWhere stories live. Discover now