ⅰ.

212 28 4
                                    

La chica de cabellos oscuros se encontraba en los aposentos del príncipe, haciendo su cama. Encajaba las sábanas en ella y las estiraba: no había una sola arruga, y en la habitación sólo se podía escuchar el roce de éstas. No había nadie más que ella en aquellas paredes blancas en las que se reflejaban los rayos del Sol mañanero. Los pájaros cantaban alegres, posados en el árbol del jardín que era lo suficientemente alto como para estar totalmente accesible a la ventana. Y, lo que ella no sabía, es que cierto gato negro siempre usaba aquel árbol de vía de acceso.

El joven príncipe había salido como todas las mañanas con sus ropas de pueblo llano para hacerse pasar allí por un habitante más. Su mejor amigo no era otro que Nino, un trovador que poseía varios instrumentos y composiciones de sus antepasados, una famosa familia música dedicada a las artes de todos los campos.

Y Marinette sabía también que no había cosa que más le gustase a Adrien que la música, pintura y literatura populares: de hecho, en su tiempo libre escribía cuentos sueltos, los cuales estaban custodiados bajo llave en un baúl. Su padre no apreciaba tanto estas cosas, era un rey muy dedicado a los sastres y todo aquello relacionado con las vestimentas y la apariencia de sus sirvientes. Cada atuendo que salía de su cabeza era hermoso, y la chica a veces se quedaba maravillada de lo que podían hacer los ricos con un par de telas.

Ella también cosía su propia ropa la mayor parte del tiempo. Las telas eran de bastante mala calidad, aunque por suerte, tampoco era pobre. Sus padres eran comerciantes y su familia, natural de oriente, les ayudaban económicamente. Con todo lo que tenía hacía ropa y la vendía, y soñaba con, algún día, recibir la aprobación del rey como sastre personal.

Cuando terminó, recogió el camisón del rubio y lo dobló, dejándolo en su lugar correspondiente para cuando volviese de su aventura por el pueblo. Tenía muchas ganas de salir de palacio para poder disfrutar de su presencia y la de Nino, quien era también amigo suyo, y cambiaban ambiente por algo que comer.

Entonces, el árbol cercano a la ventana comenzó a moverse. Ella se sorprendió y dio pasos atrás, viendo una figura oscura que se aproximaba al marco de aquella. Cuando la persona se retiró la capucha de la cabeza, una cabellera rubia se asomó y pudo ver unos ojos verdes pistacho clavándose en ella.

— L-lo siento, justo iba a irme —dijo ella apurada, inclinándose levemente y caminando marcha atrás torpemente. Vio sorprendida que el chico sólo se sentaba en el marco con una rodilla flexionada y la otra colgando de allí, codo sobre la rodilla plegada.

— No iba a regañarte por eso —se encogió de hombros—. No está Nino. Supongo que lo habrán llamado para una reunión familiar, aunque me parece extraño que no me haya dicho nada.

Ella tragó saliva.

— Ya veo.

— Supongo que no habrá música esta tarde en la panadería Dupain-Cheng —ladeó la cabeza, saltando del marco y cayendo sobre las plantas de sus pies, retirándose la capa de color verde oscuro—. Aunque también puede que vuelva al atardecer.

Ella parpadeó sintiendo cómo sus mejillas habían comenzado a arder, asintiendo con la cabeza nerviosamente. Justo cuando iba a salir de sus aposentos, el rubio intentó llamarle la atención.

— Marinette.

— D-decidme —se encogió totalmente tensa, escondiendo la cabeza entre sus hombros.

— Iré a domar caballos nuevos esta tarde —posó la mano en uno de las barras que sujetaban el velo de la cama—. Así que no podré ver a Nino. Si lo ves, dale saludos. Ah, y cuando quieras me puedes ordenar esta ropa también.

— S-sí, me aseguraré de que todo esté listo para la noche —asintió y volvió a inclinarse antes de retirarse, intentando cerrar la puerta con la menor fuerza posible.

Sin embargo, justo cuando iba a cerrar la puerta, miró unos segundos hacia atrás. El chico estaba retirando su camisa, y, con la horrible imagen de su espalda llena de cicatrices, moratones y heridas varias, se retiró.

En el momento en el que la camisa tocó la cama, una criatura negra y con aspecto de gato salió flotando de ella, cruzando sus diminutos brazos y con una mueca hostil en la cara.

— ¿Vas a volver a salir? ¿Pretendes matarme? A mí y a la pobre Marinette. La tienes todo el día trabajando, Adrien —le soltó, señalándole con uno de los brazos.

— Me lo pensaría si no fuese ella la que aceptó el trabajo, Plagg —así se llamaba. Entrecerró los ojos, encogiéndose de hombros y buscando su abrigo blanco y largo con decoraciones celestes.

La criatura, que recibía el nombre de kwami, era ni más ni menos que un Dios que le ayudaba a transformarse y así obtener poderes sobrenaturales. Este alzó la vista por su espalda, arqueando una ceja.

— ¿Son esas por culpa de ser Chat Noir?

— No, son culpa de mi incapacidad de cálculo de distancias —bufó por la nariz como riéndose flojo, cerrando el abrigo por encima de su camisa y colocándose el pañuelo azul marino por dentro de las solapas de este.

Miró por la ventana durante unos segundos, apartando las ramas que había usado para entrar en sus aposentos. Se ajustó las solapas del abrigo y relajó los hombros.

— ¿Preocupado por Nino? —se cruzó de brazos.

— ¿Y si Hawkmoth se lo llevó? —frunció el ceño—. Plagg, saldremos a verlo por la noche. Espero que Marinette tenga otras cosas que hacer y nos dé tiempo de irnos.

· · · ❦ · · ·

El Sol comenzaba a caer poco a poco. Las botas negras golpeando el suelo y una respiración agitada era lo único que se escuchaba en aquella calle. Hacía frío y era complicado respirar sin sentir cómo todo tu interior se congelaba, por ello, Chat Noir había usado la capucha todo aquel tiempo mientra corría, y, aún así, se sentía como un cubito de hielo con patas.

Desde aquella casa baja, podía ver la capa roja ondeando en el aire encima de un campanario. Suspiró y sonrió levemente, relajando los hombros y dejándolos caer hacia delante. Apretó su capucha entre sus manos antes de saltar a las paredes del edificio, escalándola con sus garras y llegando poco a poco hasta donde estaba Ladybug.

— ¿No tienes frío? —le señaló el gato negro, cogiéndose de los codos para darse calor a sí mismo.

Ella tenía los brazos en jarras y la mirada perdida en el horizonte. En silencio, giró su rostro lo suficiente como para mirar fijamente a sus ojos verdes.

— Estoy acostumbrada gracias a que uno de los tuyos decidió que mi casa era la suya. Deberías de saberlo a día de hoy, Noir.

Él curvó el labio, situándose descaradamente a su lado.

— Entonces déjame ser tu casa.

Y se acercó a ella con los brazos abiertos. Ladybug frunció el ceño y colocó la mano entre el pecho ajeno y sí misma.

Sé tu propia casa, Noir.

El gato suspiró y bajó los brazos hasta su cinturón, ajustándolo y sacando pecho mientras se giraba a mirar hacia el mismo punto al que ella antes.

— Nino. Trovador famoso, huérfano, nómada. Busca comida, cobijo y otras cosas a cambio de ambiente, música y clientela. ¿Te suena?

— Me suena claro como los pétalos de margaritas blancas —se acarició el mentón—. ¿Estás seguro de que ha sido akumatizado?

— Sí.

— ¿Eres amigo suyo?

— Ah, no... yo... soy fan —mintió, rascándose la nuca—. Como sea, hay que encontrarle.

— Viniendo para acá, encontré gente siendo poseída por una melodía extraña. Creo que la escuché en algún lugar cerca de cierta panadería famosa en el pueblo, sólo que esta vez es el doble de tétrica y está tocada en otros instrumentos. Sígueme.

Y, con los cabellos al aire, Chat Noir pudo observar a Ladybug lanzarse del campanario, aterrizando en el tejado de la casa más cercana y moviéndose ágilmente. Volvió a sonreír una vez más antes de lanzarse con ella.

▧ El gato de la armadura blanda ┊ MLBshippingWhere stories live. Discover now