ⅳ.

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Lunes por la mañana. Adrien se levantó con las ojeras kilométricas que había poseído desde que abandonó a su compañera en medio del conflicto, tambaleándose. Aquel era el día de la ejecución.

Plagg voló desde debajo de su abrigo con el mentón alzado y sus diminutas manos tras la espalda. Arqueó una ceja.

— ¿Harás el movimiento hoy? ¿O vamos a seguir teniendo un príncipe cobarde? —cuestionó en un tono arrogante.

— Si la castigan por bruja, será bruja. Es una bruja —extendió una mano para que el kwami se sentara en ella, y así fue—, una bruja con la mala costumbre de enamorar a cualquiera... Realmente, yo... tengo miedo. Pero me aterra más la idea de perderla, Plagg... Pero sí, actuaremos. Descuida.

Adrien sacudió la mano y la criatura voló en el aire con los brazos cruzados. Arqueó una ceja, mirando cómo el chico se colocaba unos guantes negros.

— Vamos al centro del pueblo, Plagg. Chat Noir tiene asuntos pendientes —le dijo, sonriendo levemente y en un tono desafiante.

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Cabalgando sobre su caballo, el rubio se hizo paso entre el frío aire que gracias a la humedad invadía las calles. La bestia relinchó cuando el príncipe tiró de las riendas bruscamente al ver que un hombre bajito y con las blancas barbas a ras del suelo se tropezaba justo en medio del camino, dejando caer la cesta de frutas que llevaba. Adrien se bajó de la silla y ató el caballo a un abrevadero cercano para ir a ayudar a toda prisa al pobre anciano.

— ¿Está bien? ¿Le ayudo con algo? —cuestionó el rubio, agachándose a recoger todas las frutas esparcidas para volver a colocarlas dentro de la cesta con cierta expresión de preocupación.

— Estoy bien, hijo... —estiró el brazo para tomar su bastón de rama de roble bien retorcido. Se puso en pie con ayuda de Adrien, mirándole luego.

El hombre tenía los ojos rasgados y una expresión serena pese al susto que le dio la bestia. Sus hombros estaban cubiertos por una tela que parecía gruesa, asimilándose a las formas geométricas del caparazón de una tortuga.

El anciano le sonrió ampliamente al chico que acababa de ayudarle, tomando la cesta con la mano libre que le quedaba. Vio entrecerrar los ojos mientras le miraba.

— Hijo mío, veo temor en tus ojos... ¿viste cómo incluso después de lo que acaba de pasar no hay temor en mí? —Comentó, apoyando su codo en el bastón y acariciando sus barbas con la mano.

— Yo... bueno, usted sabe. Dilemas de jóvenes... —se rascó la nuca, mirando de reojo al caballo, que bebía del abrevadero descuidadamente.

— ¿Hablamos de amor, zagal? —el anciano alzó las cejas—. Tranquilo, todo irá bien.

— ¿"Todo irá bien"? ¿Qué es usted, vidente? —ladeó la cabeza con una mueca curiosa en el semblante.

— Más o menos —dejó de acariciarse la barba para agarrar el bastón y señalarle el pecho al rubio con la punta de éste—. Recuerda esto: si piensas que está bien, hazlo. Si es lo que quieres, hazlo. No te pares a pensar en el futuro, puede que una de estas decisiones te quite incluso la posibilidad de vivir el avenir.

Y dicho esto, se fue por el callejón donde vino. Adrien parpadeó varias veces sin entender realmente aquello que le dijo el anciano, sólo vio que había dejado la cesta completamente llena en medio de la calle. Tomó el canasto algo desconcertado, mirando alrededor por si se lo podía dar a alguien, pero todos parecían muy ocupados. Volvió a montar a caballo tras deshacer el nudo que lo ataba, cabalgando hacia el centro de la ciudad.

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⏰ Last updated: Aug 07, 2016 ⏰

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▧ El gato de la armadura blanda ┊ MLBshippingWhere stories live. Discover now