capitulo 3

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Harry desperto y miro su despertardor, extrañado porque no habia sonado. No tardo en saber porque. Faltaba casi una hora para la hora que habia progamado. Eran las 05:04.
Se acomodo sobre su costado y cerro los ojos dispuesto a seguir durmiendo. Pero el nerviosismo por la audiencia ya lo habia invadido.
Dio vueltas entre las sabanas durante un rato, hasta que finalmente acepto que no lograria seguir durmiendo y salio de la cama.
Se desperezo lentamente, intentando distraer su mente de cualquier manera.
Camino arrastrando los pies hacia la cocína, pensando que la encontraria vacia, pero en cambio se encontro con Snape quien tomaba té y miraba distraidamente la pared lisa.
Harry se planteo volver por donde habia venido, pero nada le vendria mejor que un té... o una pocion para los nervios (que no pensaba pedirle Snape aunque le fuera la vida en ello.)
-hola.-dijo el muchacho, y Severus dio un respingo en su silla.
Volteo a verlo y le clavo la mirada durante unos segundos. Luego le dio los buenos dias.
-¿quieres desayunar?-le pregunto, pero Harry por fin habia encontrado algo que lo distraía. ¿que era? La pijama verde oscuro con el escudo de Slytherin en miniatura, repetido a lo largo de toda la tela. Nunca se habia puesto a pensar en que clase de pijamas usaria Snape  (vale, habia pocas cosas en la vida que le interesaban menos.), pero nunca se imagino verle vestido asi.
Severus volteo a verlo nuevamente lo encontro intentando contener una carcajada. Por la mirada que le dirigio su profesor, Harry penso que le lanzaria una maldicion, pero se limito a decir en un gruñido  (y a su pesar, con tono divertido.):
-ríete Potter, ya veras cuando Albus te haga un regalo.
-pense que usted le caía bien al profesor Dumbledore.-dijo Harry, y Severus casi sonrio.
-no es lo peor que me ha regalado. No termino de decidir si lo hace a propósito o  tiene un gusto horrible para los regalos.
-mire el lado bueno... si le regalo uno igual a la profesora McGonagall pero de Gryffindor, podrán hacer una pijamada.-a Severus de le escapo una carcajada, pero aun asi le dedico una mirada asesina.
-bueno, ¿desayuno?-cuestiono el hombre.
-vale.-acepto el chico, y se sento enfrente de su profesor. Este se levanto y comenzo a preparar el desayuno, y Harry se dedico a preguntarse como podia ser que hace segundos estuviera bromeando con Snape, el mismo hombre que juro odiar basicamente desde su primer dia en Hogwarts.
La audiencia habia sido olvidada.
10 minutos después, Severus puso delante suyo un plato rebosante de tocino, huevos y tostadas, y le tendio una taza llena de cafe.
Harry le dio un gran trago a este ultimo.
-no se lo tome a mal pero... ¿por qué no quemo ese pijama en cuanto lo saco del paquete?-pregunto Harry, sosteniendo la taza con ambas manos para absorber el calor que desprendía.
Severus hizo un asomo de sonrisa.
-esta maldita cosa no se quema. Tampoco se moja, es resistente a cualquier tipo de magia y no importa donde lo deje, vuelve a estar bajo mi almohada a la hora de dormir.-solto un bufido.-si ese vejete utilizara su magia para algo menos ridículo...
Harry miro su plato, lleno de comida. Tanto el tocino como los huevos y las tostadas estaban quemados, pero aun asi tomó un trozo de tocino y le dio un mordisco, algo temeroso de su sabor. Pero en cuando el bocado toco su lengua, miro la comida sin creerselo. Estaba jodidamente delicioso. Probo otro bocado. ¡Merlin! Estaba buenísimo.
Al mirar a su profesor, vio que un brillo divertido habia llenado los normalmente frios ojos negros.
-tengo mis perjuicios contra la comida quemada, pero ¡Joder que esto esta bueno!
-cuide su manera de hablar, Potter.-le reprendio el profesor.
-vale.-Harry reprimio una sonrisa traviesa.-¡Joder que esto esta bueno, señor!
Severus rodo los ojos, pero no volvio a reprenderlo.
-no esta quemado.-dijo en cambio.
Harry observo el trozo de tocino que estaba comiendo en ese momento, que era casi completamente negro.
-¿cual es su definición de quemado?
-eres bastante credulo, Potter.-Severus sonrei de medio lado.-si el tocino estuviera quemado, apenas podrias morderlo.-saco la varita del bolsillo del pijama y la paso frente a la nariz de Harry, murmurando algo que Harry no llego a entender. Pero cuando acabo, la comida que segundos antes habia estado quemada, ahora estaba cocida a la perfección.
-¿Por qué nunca nos enseñan a hacer cosas como esa?-cuestino Harry, preguntandose si aquello era parte de transformaciones.
-¿cuando crees que seria util hacer parecer que un desayuno esta quemado cuando realmente esta bien cocido?-cuestino el hombre, enarcando una ceja.
-hum. Buena pregunta.-Harry fingio que lo pensaba durante un momento.-seguramente Ron amaria ese hechizo. La excusa perfecta para no compartir su comida.
Severus no contesto, pero sonrio. El mismo habia visto a Weasley comer cantidades exorbitantes de comida.
-nunca imagine que supiera cocinar...-comento Harry, entre un bocado y otro.
-¿por que no?-Severus enarco una ceja.
-no puedo imaginarlo haciendo nada ademas de pociones.
-¿crees que me paso la vida dando clases y haciendo pociones?
-bueno... si, exactamente.
-me ofenderia, pero en general tienes razón.-dijo Severus encogiéndose de hombros.-pero que no haga otras cosas no quiere decir que no sepa hacerlas.
¿como habia llegado a estar desayunando con Snape, charlando como amigos?
-vale, Potter. Creo que te entiendo.-Harry lo miro, sin comprender.-esto de tutearte y que me trates de usted es molestos. Asi que supongo que podrias tutearme... hasta que volvamos a Hogwarts.
¡¿como habia llegado a desayunar con Severus?!
-este... claro.-dijo Harry, encogiendose de hombros. Ni siquiera podia imaginarse llamando al hombre "Severus".-¿no esta cansado de dar clases de pociones?-le cuestino Harry, para evitar un incomodo silencio.
-estoy cansado de tener idiotas de alumnos.-dijo, y estaba claro que entre los idiotas estaba Harry.-no puedo creer que seas tan bueno en defenza contra las artes oscuras y tan malo en pociones.
Harry se ruborizo mientras terminaba su desayuno.
-seria mucho mejor si no te pasaras las clases insultando todo lo que hago.-dijo el muchacho, cruzandose de brazos.
-me das bastante que insultar.-contesto el hombre.
-eso es bastante hipocrita. No puedes decir que cualquier pocion que haya hecho Goyle es mejor que alguna de las mias.-Severus embozo una sonrisa burlona.
-pero siguen siendo malas ¿verdad?
-no serian tan malas si no te pasaras la clase merodeando y atando cada minimo error. Me pones nervioso.-dijo el chico encogiéndose de hombros.
-vale, pongo nervioso al chico que se enfrento y vencio 4 veces a el señor de las tinieblas.-dijo Snape, todavia con la sonrisa burlona en la cara.
Harry embozo su propia sonrisa burlona.
-en el orden de las prioridades, morir esta debajo de ser expulsado.
Snape no entendio el chiste, pero daba igual.
-Deberias cambiarte. Puedes ponerte el traje si quieres, pero te aconsejo que te pongas ropa muggle. Tenemos que recoger algunos papeles para Arthur y llevarlos a Grimmauld Place. Molly quiere verte antes de que vayas.-dijo, encogiendose de hombros.
-seguramente Sirius estara encantado de tenerte en su casa dos dias seguidos.-ironizo Harry, levantandose y caminando a su habitacion.
Vale... lo de la ropa muggle era un problema. La unica ropa muggle que tenia era la ropa vieja de Dudley, que le quedaba varios talles grandes. Entrar en el ministerio vestido asi...
Mierda. El ministerio. La audiencia. Las ganas de vomitar.
Harry respiro hondo, tratando de relajarse.
Todo saldría bien.
Se vistio con unos vaqueros y una camiseta verde algo desteñida.
Tomo su varita y la caja con el traje, y volvio a la cocina.
Severus, quien también se habia ido a combiar, lo tomo por la muñeca y aparecieron en un callejón.  Lo guio hasta una cabina telefónica que parecia descompuesta.
Harry estaba bastante confundido. Lo vio marcar los numeros: 6 2 4 4 2
Luego, una voz femenina hablo desde algun lugar:
-bienvenido al ministerio de magia. Por favor diga su nombre y el motivo de su visita.
-Severus Snape y Harry Potter. Venimos a retirar unos documentos que necesita Arthur Weasley.
-Gracias.-dijo la gelida voz femenina.-visitantes tomen las chapas, y coloquenselas en la ropa en un lugar visible, por favor.
Por el lugar donde habitualmente suelen salir las monedas cayeron dos chapas. Harry tomo la suya y se la coloco sobre la remera.
-visitantes del ministerio, tendran que someterse a un chequeo y presentar sus varitas en el mostrador de seguridad, que se encuentra la final del atrio.
El suelo de la cabina se estremeció. Luego, lentamente, comenzo a hundirse en el suelo.
No tardo mas de un minuto, pero a Harry se le hizo una eternidad.
Cuando por fin llegaron, la gelido voz femenina volvio a hablar:
-el ministerio les desea un buen dia.
Severus y Harry presentaron sus varitas al hombre de seguridad, quien no se dio cuenta de quien era Harry hasta que este ys edtaba siendo arrastrado por Snape hacia el asensor.
El asensor paro en los 5 pisos que separaban el 7 y el del señor Weasley. A veces iba repleto y otra solo quedaban Harry y Snape, y un monton de memorándums, pero por fin llegaron al 2 piso.
-ven, Perkins ya debe estar esperandonos.
Harry supuso que Perkins era el compañero de trabajo del señor Weasley.
Cuando llegaron a la oficina, estaba desierta.
Severus aprecia contraídado, pero encontró los documentos sobre el escritorio del Arthur enseguida.
Ya se dirigian a la salids cuando un anciano encorvado y de aspecto timido entro.
-¡gracias a Merlin! Mande una lechuza a la madriguera, pero no estaba seguro de si la recibieron...
-¿que pasa?
-han mandado un mensaje, hace unoa 15 minutos. Cambiaron la hora de la audiencia del chico Potter.
-¿que? ¿cuando es?-Perkins le tendio un pergamino y Snape maldijo por lo bajo.
-Deja eso alli, Harry. Ven, tenemos que apurarnos. Tendrias que estar alli hace 5 minutos.-Harry se apresuro a seguir a Snape. ¡diablos! Que llegase tarde no ayudaria...
El asensor llego al ultimo piso.
-¿es aqui?-cuestino Harry.
-no. Pero el asensor no llega tan abajo. Ven, Potter, tenemos que apurarnos.
Basicamente corrieron hasta llegar a la puerta de la sala.
-llevare esto a Grimmauld Place y luego volvere.-el corazón de Harry se acelero.
-¿no vas a entrar?-la idea de entrar solo le aterraba.
-de cualquier manera no estoy autorizado. Ahora, entra.-Harry obedeció.
La sala lo dejo sin aliento. No solo la habia visto antes, sino que habia estado alli. Era el lugar que habia visto dentro del pensadero de Dumbledore, donde habia visto como sentenciaban a los Lestrange a cadena perpetua en Azkaban.
Una fria. voz masculina lo saco se su asombro.
-llega tarde.
-Lo siento.-se disculpo Harry, nervioso.-No... no sabia que habian cambiado la hora y el lugar.
-De eso no tiene culpa el Wizengamot -dijo la voz-. esta mañana le hemos enviado una lechuza. Sientese.
Harry se sento en el borde de la silla que habia en el centro de la sala. Tenia los apoyabrazos cubiertos de cadenas, y estas serpentearon cuando se sento, pero no hicieron nada.
-Muy bien.-dijo Fudge-. Hallándose presente el acusado por fin podemos comenzar. ¿estan preparados? -pregunto a las demas personas.
-si, señor. -respondió una voz ansiosa que Harry reconocio al instante. Era percy, el hermano de Ron.
—Vista disciplinaria del veinticinco de agosto —comenzó Fudge con voz sonora, y
Percy empezó a tomar notas de inmediato— por el delito contra el Decreto para la
moderada limitación de la brujería en menores de edad y contra el Estatuto
Internacional del Secreto de los Brujos, cometido por Harry James Potter, residente en
el número cuatro de Privet Drive, Little Whinging, Surrey.
»Interrogadores: Cornelius Oswald Fudge, ministro de Magia; Amelia Susan
Bones, jefa del Departamento de Seguridad Mágica; Dolores Jane Umbridge,
subsecretaria del ministro. Escribiente del tribunal, Percy Ignatius Weasley…
—Testigo de la defensa, Albus Percival Wulfric Brian Dumbledore —dijo una voz queda por detrás de Harry, quien giró la cabeza con tanta brusquedad que se hizo daño
en el cuello.
En ese instante Dumbledore cruzaba con aire resuelto y sereno la habitación;
llevaba una larga túnica de color azul marino y la expresión de su rostro era de
absoluta tranquilidad. Su barba y su melena, largas y plateadas, relucían a la luz de las
antorchas; cuando llegó junto a Harry miró a Fudge a través de sus gafas de media
luna, que reposaban hacia la mitad de su torcida nariz.
Los miembros del Wizengamot murmuraban, y todas las miradas se dirigieron
hacia Dumbledore. Algunos parecían enfadados, otros un poco asustados; dos de las
brujas más ancianas de la fila del fondo, sin embargo, levantaron una mano y lo
saludaron.
Al ver a Dumbledore, una profunda emoción surgió en el pecho de Harry, un
reforzado y esperanzador sentimiento parecido al que le había producido la canción
del fénix. Estaba deseando mirar a Dumbledore a los ojos, pero éste no lo miraba a él:
tenía la vista clavada en Fudge, que no podía disimular su nerviosismo.
—¡Ah! —exclamó el ministro, que parecía sumamente desconcertado—.
Dumbledore. Sí. Veo que…, que… recibió nuestro mensaje… de que habíamos
cambiado el lugar y la hora de la vista…
—Pues no, no lo he recibido —contestó Dumbledore con tono alegre—. Sin
embargo, debido a un providencial error, llegué al Ministerio con tres horas de
antelación, de modo que no ha habido ningún problema.
—Sí…, bueno… Supongo que necesitaremos otra silla… Esto…, Weasley,
¿podría…?
—No se moleste, no se moleste —dijo Dumbledore con amabilidad; sacó su varita
mágica, la sacudió levemente y una mullida butaca de chintz apareció de la nada junto
a la silla de Harry.
Dumbledore se sentó, juntó las yemas de sus largos dedos y miró a Fudge por
encima de ellos con una expresión de educado interés. Los miembros del Wizengamot
seguían murmurando y moviéndose inquietos en los bancos; sólo se calmaron cuando
Fudge volvió a hablar.
—Sí —repitió éste moviendo sus notas de un sitio para otro—. Bueno. Está bien.
Los cargos. Sí… —Separó una hoja de pergamino del montón que tenía delante,
respiró hondo y leyó en voz alta—: Los cargos contra el acusado son los siguientes:
que a sabiendas, deliberadamente y consciente de la ilegalidad de sus actos, tras haber recibido una anterior advertencia por escrito del Ministerio de Magia por un delito
similar, realizó un encantamiento patronus en una zona habitada por muggles, en
presencia de un muggle, el dos de agosto a las nueve y veintitrés minutos, lo cual
constituye una violación del Párrafo C del Decreto para la moderada limitación de la
brujería en menores de edad, mil ochocientos setenta y cinco, y también de la Sección
Trece de la Confederación Internacional del Estatuto del Secreto de los Brujos. ¿Es
usted Harry James Potter, residente en el número cuatro de Privet Drive, Little
Whinging, Surrey? —preguntó Fudge, fulminando a Harry con la mirada por encima
del pergamino.
—Sí —respondió él.
—Recibió una advertencia oficial del Ministerio por utilizar magia ilegal hace tres
años, ¿no es cierto?
—Sí, pero…
—Y aun así, ¿conjuró usted un patronus la noche del dos de agosto? —inquirió
Fudge.
—Sí —contestó Harry—, pero…
—¿A sabiendas de que no le está permitido utilizar la magia fuera de la escuela
hasta que haya cumplido diecisiete años?
—Sí, pero…
—¿A sabiendas de que se encontraba en una zona llena de muggles?
—Sí, pero…
—¿Completamente consciente de que estaba muy cerca de un muggle en ese
momento?
—¡Sí! —exclamó Harry con enojo—. Pero sólo lo hice porque estábamos…
La bruja del monóculo lo interrumpió con una voz retumbante:
—¿Hizo aparecer un patronus hecho y derecho?
—Sí —afirmó Harry—, porque…
—¿Un patronus corpóreo?
—Un… ¿qué? —preguntó Harry.
—¿Su patronus tenía una forma bien definida? Es decir, ¿no era simplemente
vapor o humo?
—Sí, tenía forma —asintió Harry impaciente y, a la vez, un poco desesperado—. Es un ciervo. Siempre es un ciervo.
—¿Siempre? —bramó Madame Bones.
—¡Sí! —dijo Harry—. Hace más de un año que lo hago.
—¿Y tiene usted quince años?
—Sí, y…
—¿Dónde aprendió a hacer eso? ¿En el colegio?
—Sí, el profesor Lupin me enseñó en mi tercer año porque…
—Impresionante —opinó Madame Bones mirándolo con atención—, un
verdadero patronus a esa edad… Francamente impresionante.
Algunos de los magos y de las brujas que la rodeaban se pusieron a murmurar de
nuevo; unos cuantos movían la cabeza afirmativamente, mientras que otros la movían
negativamente y fruncían el entrecejo.
—¡No se trata de lo impresionante que fuera el conjuro! —advirtió Fudge con voz
de mal genio—. ¡De hecho, yo diría que cuanto más impresionante, peor, dado que el
chico lo hizo delante de un muggle!
Los que habían fruncido el entrecejo murmuraron en señal de aprobación, pero
fue el mojigato movimiento que Percy hizo con la cabeza lo que incitó a hablar a
Harry:
—¡Lo hice por los dementores! —exclamó en voz alta antes de que alguien
volviera a interrumpirlo.
Se había imaginado que habría más murmullos, pero el silencio que se apoderó de
la sala le pareció incluso más denso que el anterior.
—¿Dementores? —se extrañó Madame Bones tras una pausa, y alzó sus tupidas
cejas hasta que estuvo a punto de caérsele el monóculo—. ¿Qué quieres decir,
muchacho?
—¡Quiero decir que había dos dementores en aquel callejón y que nos atacaron a
mi primo y a mí!
—¡Ah! —dijo Fudge sonriendo con suficiencia mientras recorría con la mirada a
los miembros del Wizengamot, como invitándolos a compartir el chiste—. Sí. Sí, ya
me imaginaba que escucharíamos algo semejante.
—¿Dementores en Little Whinging? —preguntó Madame Bones con profunda
sorpresa—. No entiendo…
—¿No entiendes, Amelia? —dijo Fudge sin dejar de sonreír—. Déjame que te lo
explique. Este chico ha estado pensándoselo bien y ha llegado a la conclusión de que
los dementores le proporcionarían una bonita excusa, una excusa fenomenal. Los
muggles no pueden ver a los dementores, ¿verdad que no, chico? Muy conveniente, muy conveniente… Así sólo cuenta tu palabra, sin testigos…
—¡No estoy mintiendo! —gritó Harry, y sus palabras ahogaron otro estallido de
murmullos del tribunal—. Había dos dementores, que se nos acercaban desde los dos
extremos del callejón; todo quedó a oscuras y hacía mucho frío, y mi primo los sintió
y salió corriendo…
—¡Basta! ¡Basta! —ordenó Fudge con una expresión muy altanera en el rostro—.
Lamento interrumpir lo que sin duda habría sido una historia muy bien ensayada…
Dumbledore carraspeó. El Wizengamot volvió a guardar silencio.
—De hecho, tenemos un testigo de la presencia de dementores en ese callejón —
dijo Dumbledore—. Un testigo que no es Dudley Dursley, quiero decir.
El rostro regordete de Fudge pareció deshincharse, como si le hubieran quitado el
aire. Clavó por un instante la mirada en Dumbledore y luego, recobrando la
compostura, replicó:
—Me temo que no tenemos tiempo para escuchar más mentiras, Dumbledore.
Quiero liquidar este asunto cuanto antes…
—Quizá me equivoque —repuso Dumbledore en tono agradable—, pero estoy
seguro de que los Estatutos del Wizengamot contemplan el derecho del acusado a
presentar testigos para defender su versión de los hechos, ¿no es así? ¿No es ésa la
política del Departamento de Seguridad Mágica, Madame Bones? —continuó,
dirigiéndose a la bruja del monóculo.
—Así es.—contestó ésta-Completamente cierto.
—Muy bien. ¡Muy bien! —exclamó Fudge con brusquedad—. ¿Dónde está esa persona?
—Ha venido conmigo —afirmó Dumbledore—. Está esperando fuera. ¿Quieres
que…?
—¡No! Weasley, vaya usted —ordenó Fudge a Percy, quien se levantó de
inmediato, bajó a toda prisa los escalones de piedra del estrado y pasó corriendo junto
a Dumbledore y Harry sin mirarlos siquiera.
Percy regresó pasados unos momentos seguido de la señora Figg. Parecía asustada
y más chiflada que nunca. Harry lamentó que no se hubiera quitado las zapatillas de
tela escocesa.
Dumbledore se puso en pie y cedió su butaca a la señora Figg, y luego hizo
aparecer otra para él.
—¿Nombre completo? —preguntó Fudge a voz en grito cuando la señora Figg, muy nerviosa, se hubo sentado en el borde de su asiento.
—Arabella Doreen Figg —respondió con su temblorosa voz.
—¿Y quién es usted exactamente? —siguió preguntando Fudge con una voz altiva
que indicaba aburrimiento.
—Soy una vecina de Little Whinging. Vivo cerca de donde vive Harry Potter.
—No tenemos constancia de que en Little Whinging vivan más magos o brujas
que Harry Potter —saltó Madame Bones—. Esa circunstancia siempre ha sido
controlada con meticulosidad debido a…, debido a lo ocurrido en el pasado.
—Soy una squib —aclaró la señora Figg—. Quizá por eso no me tengan
registrada.
—¿Una squib? —intervino Fudge escudriñando con recelo a la señora Figg—. Lo comprobaremos. Haga el favor de darle los detalles de su origen a mi ayudante, el
señor Weasley. Por cierto —añadió mirando a derecha e izquierda—, ¿los squibs
pueden ver a los dementores?
—¡Por supuesto! —exclamó la señora Figg con indignación.
Fudge la miró desde lo alto del banco mientras arqueaba las cejas.
—Muy bien —admitió con actitud distante—. ¿Qué tiene que contarnos?
—Había salido a comprar comida para gatos en la tienda de la esquina, al final del
paseo Glicinia, a eso de las nueve, la noche del dos de agosto —contó la señora Figg,
hablando atropelladamente, como si se hubiera aprendido de memoria lo que estaba
diciendo—, cuando oí ruidos en el callejón que comunica la calle Magnolia con el
paseo Glicinia. Al acercarme a la entrada del callejón, vi a unos dementores que
corrían…
—¿Que corrían? —la interrumpió Madame Bones—. Los dementores no corren,
se deslizan.
—Eso quería decir —se corrigió la señora Figg, y unas manchas rosas aparecieron
en sus marchitas mejillas—. Se deslizaban por el callejón hacia lo que me pareció que
eran dos chicos.
—¿Cómo eran? —preguntó Madame Bones entornando los ojos hasta que el
borde del monóculo desapareció bajo la piel.
—Bueno, uno era muy gordo y el otro delgaducho…
—No, no —dijo Madame Bones impaciente—. Los dementores. Describa a los
dementores.
—¡Ah! —exclamó la señora Figg con un suspiro, y las manchas rosas de sus mejillas empezaron a extenderse por el cuello—. Eran grandes, muy grandes. Y llevaban capas.
Harry notaba un espantoso vacío en el estómago. Dijera lo que dijese la señoraFigg, él tenía la impresión de que, como máximo, habría visto un dibujo de un dementor, y era imposible que un dibujo transmitiera el verdadero aspecto de aquellos
seres: su fantasmagórica forma de moverse, suspendidos unos centímetros por encima
del suelo, el olor a podrido que desprendían y aquel horroroso estertor que emitían
cuando absorbían el aire que los rodeaba…
En la segunda fila, un mago rechoncho con gran bigote negro se acercó a la oreja
de su vecina, una bruja de pelo crespo, para susurrarle algo al oído.
—Grandes y con capas —repitió Madame Bones con voz cortante mientras Fudge
resoplaba con sorna—. Entiendo. ¿Algo más?
—Sí —respondió la señora Figg—. Los sentí. Todo se quedó frío, y era una noche
de verano muy calurosa, créame. Y sentí… como si no quedara ni una pizca de
felicidad en el mundo… y recordé… cosas espantosas.
Su voz tembló un momento y se apagó.
Madame Bones abrió un poco los ojos. Harry vio unas marcas rojas debajo de su
ceja, donde se le había clavado el monóculo.
—¿Qué hicieron los dementores? —preguntó Madame Bones, y Harry sintió una
ráfaga de esperanza.
—Atacaron a los chicos —afirmó la señora Figg, que hablaba con una voz más
fuerte y más segura mientras el rubor iba desapareciendo de su cara—. Uno de los
muchachos había caído al suelo. El otro se echaba hacia atrás, intentando repeler al
dementor. Ése era Harry. Sacudió dos veces la varita, pero sólo salió un vapor
plateado. Al tercer intento consiguió un patronus que arremetió contra el primer
dementor y luego, siguiendo las instrucciones de Harry, ahuyentó al que se había
abalanzado sobre su primo. Eso fue…, eso fue lo que pasó —terminó la señora Figg
de manera no muy convincente.
Madame Bones se quedó mirando a la mujer sin decir nada. Fudge no la miraba,
sino que removía sus papeles. Finalmente, levantó la vista y, con tono agresivo, le
espetó:
—Eso fue lo que usted vio, ¿no?
—Eso fue lo que pasó —repitió la señora Figg.
—Muy bien —dijo Fudge—. Ya puede irse.
La señora Figg, asustada, miró primero a Fudge y luego a Dumbledore; a
continuación se levantó y se fue, arrastrando los pies hacia la puerta, que se cerró
detrás de ella produciendo un ruido sordo.
—No es un testigo muy convincente —sentenció Fudge con altivez.
—No sé qué decir —replicó Madame Bones con su atronadora voz—. De hecho,
ha descrito los efectos de un ataque de dementores con gran precisión. Y no sé por
qué iba a decir que estaban allí si no estaban.
—¿Dos dementores deambulando por un barrio de muggles y tropezando por
casualidad con un mago? —inquirió Fudge con sorna—. No hay muchas
probabilidades de que eso ocurra. Ni siquiera Bagman se atrevería a apostar…
—¡Oh, no! Creo que ninguno de nosotros piensa que los dementores estuviesen
allí por casualidad —lo interrumpió Dumbledore sin darle mucha importancia.
La bruja que estaba sentada a la derecha de Fudge, con la cara en sombras, se
movió un poco, pero los demás permanecieron muy quietos y callados.
—¿Y qué se supone que significa eso? —preguntó Fudge con tono glacial.
—Significa que creo que les ordenaron ir allí —contestó Dumbledore.
—¡Me parece que si alguien hubiera ordenado a un par de dementores que fueran
a pasearse por Little Whinging, habríamos tenido constancia de ello! —bramó Fudge.
—No si actualmente los dementores estuvieran recibiendo órdenes de alguien que
no es el Ministerio de Magia —repuso Dumbledore sin perder la calma—. Ya te he
explicado lo que opino de este asunto, Cornelius.
—Sí, ya me lo has explicado —dijo Fudge con energía—, y no tengo ningún
motivo para creer que tus opiniones sean otra cosa que paparruchas, Dumbledore. Los
dementores están donde tienen que estar, en Azkaban, y hacen todo lo que nosotros
les ordenamos.
—En ese caso —prosiguió Dumbledore en voz baja pero con mucha claridad—
tenemos que preguntarnos por qué alguien del Ministerio ordenó a un par de dementores que fueran a ese callejón el dos de agosto…
En medio del absoluto silencio con que fueron recibidas las palabras de
Dumbledore, la bruja que estaba sentada a la derecha de Fudge se inclinó hacia delante y Harry pudo verla por primera vez.
Le pareció que era como un sapo, enorme y blanco. Era bajita y rechoncha, con
una cara ancha y fofa, muy poco cuello, como tío Vernon, y una boca también muy
ancha y flácida. Tenía los ojos grandes, redondos y un poco saltones. Hasta el pequeño lazo de terciopelo negro que llevaba en el pelo, corto y rizado, le recordó a
una gran mosca que la bruja fuese a cazar con una larga y pegajosa lengua en
cualquier momento.
—La presidencia le concede la palabra a Dolores Jane Umbridge, subsecretaria del
ministro —dijo Fudge.
La bruja habló con una voz chillona, cantarina e infantil que sorprendió a Harry,
pues estaba esperando oírla croar.
—Estoy segura de que no lo he entendido bien, profesor Dumbledore —afirmó
con una sonrisa tonta que hizo aún más fríos sus redondos ojos—. ¡Qué necia soy!
Pero ¡por un brevísimo instante me ha parecido que insinuaba usted que el Ministerio
de Magia había ordenado a los dementores que atacaran a este muchacho!
Soltó una risa clara que hizo que a Harry se le erizara el vello de la nuca. Algunos
miembros del Wizengamot rieron con ella. Sin embargo, estaba más claro que el agua
que ninguno de ellos lo encontraba divertido.
—Si es cierto que los dementores sólo reciben órdenes del Ministerio de Magia, y
si también es cierto que dos dementores atacaron a Harry y a su primo hace una
semana, se deduce, por lógica, que alguien del Ministerio ordenó el ataque —aventuró
Dumbledore con educación—. Aunque, evidentemente, esos dos dementores en
particular podían estar fuera del control del Ministerio…
—¡No hay dementores fuera del control del Ministerio! —le espetó Fudge, que se
había puesto rojo como un tomate.
Dumbledore, condescendiente, inclinó la cabeza.
—Entonces no cabe duda de que el Ministerio llevará a cabo una rigurosa
investigación para averiguar qué hacían dos dementores tan lejos de Azkaban y por
qué atacaron sin autorización.
—¡No te corresponde a ti decidir lo que el Ministerio de Magia tiene que hacer o
dejar de hacer, Dumbledore! —exclamó Fudge, cuyo rostro estaba adquiriendo un
tono morado del que tío Vernon habría estado orgulloso.
—Por supuesto que no —dijo Dumbledore con la misma serenidad—. Me he
limitado a expresar mi convencimiento de que este asunto no dejará de ser
investigado.
Dumbledore miró a Madame Bones, que se colocó bien el monóculo y observó
con atención a Dumbledore frunciendo el entrecejo.
—¡Quiero recordar a todos los presentes que el comportamiento de esos dementores, suponiendo que no sean producto de la imaginación de este chico, no es
el tema de la presente vista! —aclaró Fudge—. ¡Estamos aquí para analizar el atentado
de Harry Potter contra el Decreto para la moderada limitación de la brujería en
menores de edad!
—Claro que sí —coincidió Dumbledore—, pero la presencia de dos dementores
en ese callejón está relacionada con el caso. La cláusula número siete del Decreto
estipula que se puede emplear la magia delante de muggles en circunstancias
excepcionales, y dado que esas circunstancias excepcionales incluyen situaciones en
que se ve amenazada la vida de un mago o de una bruja, ellos mismos o cualquier
otro mago, bruja o muggle que se encuentre en el lugar de los hechos en el momento
de…
—¡Ya conocemos la cláusula número siete, muchas gracias! —gruñó Fudge.
—Por supuesto —aceptó Dumbledore con cortesía—. Entonces estamos de
acuerdo en que el hecho de que Harry utilizara un encantamiento patronus en ese
momento encaja perfectamente en la categoría de circunstancias excepcionales que
describe la cláusula, ¿no?
—Suponiendo que sea cierto que había dementores, lo cual pongo en duda.
—Lo ha confirmado un testigo presencial —le recordó Dumbledore—. Si todavía
dudas de su veracidad, vuelve a llamarla e interrógala otra vez. Estoy seguro de que
no tendrá ningún inconveniente en declarar de nuevo.
—Yo…, eso… no… —rugió Fudge moviendo los papeles que tenía delante—.
¡Quiero liquidar este asunto hoy mismo, Dumbledore!
—Pero, como es lógico, no te importaría tener que escuchar a un testigo las veces
que hiciera falta, a no ser que, por no hacerlo, te arriesgaras a cometer una grave
injusticia —insinuó Dumbledore.
—¡Una grave injusticia! ¡Por las barbas de…! —gritó Fudge—. ¿Te has molestado
alguna vez en enumerar los cuentos chinos que se ha inventado este chico,
Dumbledore, mientras intentabas encubrir sus flagrantes usos indebidos de la magia
fuera del colegio? Supongo que ya te has olvidado del encantamiento levitatorio que
empleó hace tres años…
—¡No fui yo! ¡Fue un elfo doméstico! —protestó Harry.
—¿Lo ves? —bramó Fudge señalando aparatosamente a Harry—. ¡Un elfo
doméstico! ¡En una casa de muggles! Ya me contarás.
—El elfo doméstico en cuestión trabaja en la actualidad para el Colegio Hogwarts —aclaró Dumbledore—. Si quieres puedo hacerlo venir aquí de inmediato para
declarar.
—¡No tengo tiempo de escuchar a elfos domésticos! Además, ésa no fue la única
vez que… ¡Recuerda que infló a su tía, por todos los demonios! —chilló Fudge, que
luego dio un puñetazo en el estrado y volcó un tintero.
—Y en aquella ocasión tuviste la amabilidad de no presentar cargos contra él,
aceptando, supongo, que ni siquiera los mejores magos controlan siempre sus
emociones —afirmó Dumbledore con calma mientras Fudge intentaba quitar la
mancha de tinta de sus notas.
—Y todavía no me he metido con lo que hace en el colegio.
—Pero como el Ministerio no tiene autoridad para castigar a los alumnos de
Hogwarts por faltas cometidas en el colegio, la conducta de Harry allí no viene al caso
en esta vista —sentenció Dumbledore con mayor educación que nunca, pero con un
deje de frialdad en la voz.
—¡Vaya! —exclamó Fudge—. ¡Así que lo que haga en el colegio no es asunto
nuestro! ¿Eso crees?
—El Ministerio no tiene competencia para expulsar a los alumnos de Hogwarts,
Cornelius, como ya te recordé la noche del dos de agosto —dijo Dumbledore—. Y
tampoco tiene derecho a confiscar varitas mágicas hasta que los cargos hayan sido
comprobados satisfactoriamente, como también te recordé la noche del dos de agosto.
Con tus admirables prisas por asegurarte de que se respete la ley, creo que tú mismo
has pasado por alto, sin querer, eso sí, unas cuantas leyes.
—Las leyes pueden cambiarse —afirmó Fudge con rabia.
—Por supuesto que pueden cambiarse —admitió Dumbledore inclinando la
cabeza—. Y por lo visto tú estás introduciendo muchos cambios, Cornelius. ¡Porque,
en las pocas semanas que hace que se me pidió que abandonara el Wizengamot, se
juzga en un tribunal penal un simple caso de magia en menores de edad!
Unos cuantos magos de los bancos superiores se removieron incómodos en los
asientos. Fudge adquirió un tono morado algo más oscuro. La bruja con cara de sapo
que estaba sentada a su derecha, sin embargo, se limitó a mirar a Dumbledore con
gesto inexpresivo.
—Que yo sepa —continuó Dumbledore— todavía no hay ninguna ley que diga
que la misión de este tribunal es castigar a Harry por todas las veces que ha empleado
la magia. Ha sido acusado de un delito concreto y ha presentado su defensa. Lo único que nos queda por hacer a él y a mí es esperar el veredicto.
Dumbledore volvió a juntar las yemas de los dedos y no dijo nada más. Fudge lo
observaba con odio, claramente indignado. Harry miró de reojo a Dumbledore
buscando algún gesto tranquilizador; no estaba del todo convencido de que
Dumbledore hubiera hecho bien diciéndole al Wizengamot que, en efecto, ya iba
siendo hora de que tomara una decisión. Sin embargo, Dumbledore seguía sin
percatarse, en apariencia, de que Harry intentaba establecer una mirada cómplice con
él, y continuaba dirigiendo la vista hacia los bancos, donde todos los miembros del
Wizengamot se habían puesto a hablar entre sí con apremiantes susurros.
Harry se miró los pies. Su corazón, que parecía haberse inflado hasta adquirir un
tamaño desmesurado, latía con violencia bajo las costillas. Se había imaginado que la
vista duraría más, y no estaba seguro de haber causado una buena impresión. En
realidad no había hablado mucho. Tendría que haber dado más detalles sobre el
ataque de los dementores, tendría que haber explicado cómo había caído al suelo y
cómo los dementores habían estado a punto de besarlos a él y a Dursley…
En dos ocasiones levantó la cabeza, miró a Fudge y despegó los labios para hablar,
pero su desbocado corazón le apretaba las vías respiratorias, y en las dos ocasiones se
limitó a respirar hondo y a agachar de nuevo la cabeza para seguir mirándose los pies.
De pronto cesaron los susurros. Harry estaba deseando mirar a los jueces, pero se
dio cuenta de que era muchísimo más fácil seguir examinando los cordones de sus
zapatillas.
—Los que estén a favor de absolver al acusado de todos los cargos… —anunció
la atronadora voz de Madame Bones.
Harry levantó la cabeza con una sacudida. Vio varias manos levantadas, muchas…
¡Más de la mitad! Respirando entrecortadamente intentó contarlas, pero antes de que
hubiera terminado Madame Bones dijo:
—Los que estén a favor de condenarlo…
Fudge levantó la mano; lo mismo hicieron media docena más, entre ellos la bruja
que tenía a la derecha, el mago del poblado bigote y la bruja de pelo crespo de la
segunda fila.
Fudge los recorrió a todos con la mirada. Parecía que tuviera algo atascado en la
garganta. Luego bajó la mano, respiró hondo dos veces y dijo con la voz alterada por la rabia contenida:
—Muy bien. Muy bien… Absuelto de todos los cargos.
—Excelente —dijo Dumbledore con contundencia, y se puso de inmediato en pie.
Sacó su varita e hizo desaparecer las dos butacas de chintz—. Bueno, debo irme. Que
tengan todos un buen día.
Y sin mirar siquiera una vez a Harry, salió majestuosamente de la mazmorra.
Harry no podia creerlo ¡no lo habian expulsado! Sintió como si hubiera librado de una tonenelada de plomo. Sonrio y salio al pasillo, donde lo esperaba Snape

¿puedo Llamarte Amor?Where stories live. Discover now