EL RETRATO DE SU MIRADA

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Una de las cosas que más me llamó la atención de mis "memorias" es la manera en la que conté un capítulo importante de mi vida. El amor.

En mi vida, esa palabra representó un ciclo corto pero crucial, lo describí como; un soplo de aire puro.
Pero la cosa es que creo que era sólo eso, "Un soplo de aire puro".

La mujer de la que me enamoré se llama Julia Méndez, actualmente debe tener unos 36 años y según lo que escribí en memorias, ella debe estar viviendo en Funza cuidando de su hermana mayor Juliana, quien padece de alguna enfermedad que no la deja mover muy bien, al parecer.

En algún momento, cuando tenía 21 años, mis padres y yo fuimos a visitar a unos primos que vivían en Funza, en una casa grande que casualmente quedaba al lado de la de Julia. En cuanto la vi, su belleza me cautivó, pero no sólo eso, lo que realmente hizo que me decidiera a hablar con ella aquellas vacaciones de Noviembre, fueron sus ojos.
Unos muy corrientes y aburridos ojos miel que llevaban consigo las más largas pestañas que alguna vez haya visto, y lo sigo creyendo aún, no porque realmente lo recuerde -cosa que no hago- , sino porque en mi habitación hay encuadrado un retrato de sus ojos, de su alegre mirada.

Esa imagen. Ese dibujo es hasta entonces el único que no he llenado de colores. Está sólo dibujado en la hoja más blanca y pura que pude encontrar, con el lápiz más fino y delicado que alguna vez haya podido conseguir, y encima de él hay un vidrio que nunca se ensucia y nunca se rompe, al igual que la única cosa que recuerdo a veces de ella. Sus cartas.

Antes de volver a Bogotá, deje una carta en su puerta con mis datos; mi dirección, mi teléfono, indicaciones. Por supuesto aclarando que el poco tiempo con ella me había parecido excepcional y romper contacto no sería lo más adecuado para seguir con esa "amistad" que se había forjado.

El camino hasta casa fue muy tenso, como si pensara que en cuanto llegara habría una carta de ella diciendo que no quería perder contacto conmigo. Pero era más que obvio que si ella leyera la carta que le escribí se demoraría algo así como un minuto, y luego otros cuantos escribiendo una respuesta. Después tendría que ir en su bicicleta hasta la plaza en donde se encuentran todas las tiendas y el lugar en el que ella puede dejar mi carta. Para ese entonces yo ya estaría muy cerca a Bogotá, quizá incluso ya hubiera entrado. ¿Y luego que? Cuántos días se demoran en registrar una carta y hacer todo el proceso para que un día un camión la lleve hasta Bogotá, en donde demoraría un montón mientras es verificada la dirección y por fin llegaría a mi casa algún cartero esperando a que firme una tabla diciendo que recibí la carta. Y todo eso suponiendo que ella fuera a responder.

Mi ilusión era tan grande y mi obsesión tan devoradora, que lo único en lo que pensaba en esos días, era en sus ojos y la alegría que ellos reflejaban la primera vez que la vi, esa mirada que nunca se quitó de mi mente hasta hace unos años.

En memorias escribí que lo primero que había hecho la primera vez que me dieron mi diagnóstico, fue buscar como loco una hoja tan blanca y pura en la que recree lo mejor que pude sus ojos, su mirada, porque era ahí donde estaba su esencia.
Luego tome el portarretratos que teníamos abajo, siempre me había gustado la manera en la que hacía que mi foto de cuando tenía 3 años no pareciera tan infantil, más bien era transparente y elegante, y la elegancia era algo que traía impresa la mirada de Julia.
Así que no me importó mucho cuando ese día mi madre llegó del trabajo de contadora que tenía y se sentó en el pequeño sofá blanco esperando ver la sonrisa de su hijo único en un portarretratos delicado, y no en el que había hecho de papel iris cuando la culpa de haberlo tomado sin permiso me había llenado. Tampoco me importó cuando entró histérica a mi habitación preguntando qué era lo que había pasado, y yo, con mucha indiferencia, había señalado la pared azul celeste que ahora tenía colgado un retrato de los ojos de Julia.
Quizá me había importado tan poco que mi madre me diera una charla sobre mi enfermedad ese día y la manera en la que debería contarle a Julia lo que estaba sucediendo, por el mero hecho de estar contando y leyendo todas y cada una de las cartas que Julia y yo nos habíamos enviado y recibido, organizándolas por fechas y haciendo una bonita pila al lado de el retrato de su mirada. Y justo en el medio, estaba esa carta que había empezado todo, esa carta que ella me había enviado y que había hecho que mi corazón se retorciera de alegría.

José!

Pero que alegría me ha dado cuando vi tu carta debajo de la puerta, la verdad es que me puse muy triste cuando supe que te irías, te he cogido mucho cariño en el poco tiempo que pude compartir contigo. Por eso, en cuanto he leído la carta, me he tumbado a pensar en un montón de cosas que quiero decirte, así que yo también espero que no perdamos el contacto y mantengamos correspondencia lo más seguido que podamos.
¡Primero lo primero! Quiero disculparme por no haberme podido despedir de ti y demorarme tanto en mandarte respuesta, pero es que aquí la situación anda muy ajetreada y ya casi no salgo a la plaza, así que perdonarás la tardanza, pero hey! Mejor tarde que nunca ¿no?.

Espero que haya sido una bonita sorpresa que te haya llegado esta carta, como lo fue para mi cuando vi la tuya. Esperando más correspondencia desde Funza.
Julia Méndez, xoxo.

¡Besos y Abrazos! Julia Méndez me había mandado besos y abrazos. De hecho, creo que estaba más sorprendido porque hubiera mandado una respuesta.

Leí la carta una y otra vez, sin poder creerme la noticia, y aunque no quería parecer desesperado, ese día que llegó la carta, yo ya tenía un block con hojas listas para ser escritas y un corazón a punto de desbordar todo sentimiento que se había guardado.

Después de esa carta, llegaron más y más. Y luego, ambos parecíamos estar igual de entusiasmados cuando dos años después de habernos mandado constantemente cartas, mi madre decidió que ir a visitar a los primos en Funza era una idea excepcional, ya que se habían enterado que uno de ellos sería abuelo pronto y querían llevar un detalle de parte de la familia.

Para ese entonces, yo ya le había comentado algo a mi mamá sobre mi amor secreto hacia Julia, y ella que no había tenido mucho tiempo de conocerla las vacaciones pasadas, estaba tan entusiasmada de tener una segunda excusa para volver y conocer a la que llamó: su futura yerna.
A mi no me molestaba en absoluto la idea, el nombre de Julia se hacía cada vez más presente en las conversaciones, y mi madre estaba casi tan entusiasmada como yo, lo que era realmente sorprendente porque ella siempre había dicho que ser suegra no era de su agrado y que no pensaba compartirme con nadie.

La fecha llegó junto con las ansias, yo tenía un plan para confesarle mis sentimientos a Julia, y sorprendentemente se llevó a cabo de la mejor manera.

La primera semana Julia se encargó de que yo me enamorara más de ella cada día, aunque ella no lo supiera, sus ojos no dejaban de atraerme de esa manera tan especial y yo tuve que adelantar los planes unos dos días porque ya no resistía el deseo de darle un beso a esos carnosos labios rojos que tenía.

Me pareció que la mejor manera de mostrarlo era una carta, porque por ellas era que nos habíamos conocido a fondo, las cartas eran el secreto de mi vida. Cada vez que recibía una, era como si hubiera recordado como respirar, sus cartas se habían convertido en algo tan necesario para vivir, algo tan importante para mi. Y quizá, sólo tal vez, para ella esas cartas significaban lo mismo. Y yo tenía que averiguarlo, y eso fue lo que hice. Para mi sorpresa, el amor fue totalmente correspondido, y para la mañana en que yo tenía que volver a Bogotá ella y yo ya nos amábamos con una sana locura y habíamos planeado tener una relación a distancia que funcionó a la perfección hasta el día de hoy.

Pero para ser sincero, creo que el José que escribió esto, estaba realmente aterrado cuando escribió una carta de amor y preparó una cena con las cosas que más le gustaban a ella, y las únicas que podía conseguir además en tan poco tiempo. Ese José estaba realmente enamorado, y creo que yo ahora leyendo todas esas cartas y viendo de vez en cuando el retrato de su mirada, también estoy enamorado de tan encantadora jovencita que además, no me decepciono y trata de mantener aún correspondencia conmigo, un demente de tiempo completo que ya no recuerda el sabor de sus labios, su tono de voz, su manera de caminar, de decir mi nombre, su manera de amarme aún cuando de lo único de lo que vivíamos era de recuerdos que compartimos, recuerdos que teniamos en comun, recuerdos que ahora yo ya no tengo, y que lamento no tener. Porque si algo me hubiera gustado recordar, es el amor que sentía por ella.

NA:

¿Les va gustando? Espero que si :'3

Ya la que viene es la última parte, pero en esta no se olviden de dejar un votito o un comentario :D
Ya no los molesto más, sigan leyendo.

Bye!

Epílogo De Un DementeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora