Capítulo 3 El accidente

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Anna despertó en una habitación iluminada por el sol. Se sentó y vio alrededor varios estantes llenos de libros y una pequeña radio. Notó un ligero balanceo en su cama. En ese instante entró John quien empezó diciendo:

—Oh, hola Anna. ¿Cómo te sientes?

—Bien —respondió, quien dando una nueva mirada al lugar, preguntó:— .¿Dónde estamos?

—En un buque —dijo John riendo. Anna se sorprendió mucho al escucharlo.

—¿Qué fue lo que pasó?

—Después que caíste al agua me sumergí y...

—¿Estás bien?—interrumpió Anna.

—Sí —dijo John mirándola con el corazón palpitándole con fuerza. En un momento, volviendo a recobrar su tranquilidad, continuo:— ...ah, y entonces te salve. Después te llevé hasta la cabaña y allí vi un antiguo telégrafo, logré hacerlo funcionar y envíe un telegrama a América. Varios buques buscaron en Australia. Solo uno de ellos se había internado en el polo, por suerte, encontrándonos en la orilla.

Al momento de terminar su historia, un hombre alto y de cabellos rubios entró por la puerta. Éste dijo con satisfacción:

—¡Oh, la señorita Watson ha despertado!

—Buenos días —dijo Anna cortésmente.

—Buenos días —respondió el hombre— , mi nombre es Miguel Ardan y soy el capitán de este navío.

—Mucho gusto.

—¿Quiere salir señorita Watson? Supongo que estará mejor que aquí.

—Claro.

Así que todos salieron de la recámara que, según le parecía a Anna, era del capitán, ya que se encontraba en la popa del buque. La embarcación estaba habitada por cientos de hombres, de los cuales solo veinte estaban en la cubierta, ya que era aún temprano. El sol naciente conmovió el rostro de Anna y la llevó al recuerdo de su hogar. John la observaba, se sintió algo angustiado, con solo verla pudo adivinar sus pensamientos, pero no pronunció palabra.

—John —dijo Anna— , ¿a dónde nos dirigimos?

—A Australia.

—Tengo que volver a casa.

—Y así será, Anna. En Australia otro buque te llevará a América.

Anna se emocionó mucho mientras John sentía algo indescriptible. Después de largo silencio en el navío, el capitán gritó:

—¡Vamos marinos, es hora de levantarse! —Bajó por la gran escalera hacia los camarotes.

Por consiguiente Anna y John estaban solos en la popa, mirando hacia la cubierta. John sonrió con su extraño sentimiento en su rostro y dijo a Anna:

—¿Cuántos años tienes? —Anna volviendo de sus pensamientos respondió:

—Treinta y dos años. ¿Y tú?

—Treinta y cinco años.

Los siguientes días transcurrieron en charlas con el capitán, donde hablaron de los peligros de los viajes de John, de la vida acomodada de Anna y de las travesías del capitán.

No tardaron en llegar a Australia. Allí Anna y John bajaron para recorrer la ciudad. Encontraron una hermosa población, llena de casas cruzadas por ríos y una gran cantidad de puertos. Se encontraban en Sidney. Después de una larga caminata, John tuvo que despedirse, su barco partiría pronto:

—Adiós, Anna. Que tengas un buen viaje.

—Adiós, John.

Y se separaron. Anna se dirigía a un restaurante muy hermoso, lleno de candelabros y gran cantidad de gente. Mientras tanto, John fue al puerto, donde su barco lo estaba esperando. Subió al navío y empezó a organizarse en su habitación, encontró una nota en su mesa de noche, se detuvo y la leyó:

Así será como empezaremos, quienes te acompañen serán los primeros en el
juego, pero tú serás el rey a derrotar en mi ajedrez.

No estaba firmado. Entonces John cayó en cuenta de algo, salió corriendo de su camarote y se bajó del barco. Su único pensamiento era en Anna. Empujaba a todo el que se le atravesaba pensando en que cosa podría pasar.

Llegó al último lugar donde la vio y no sabía a dónde ir, gritaba su nombre, hasta que observó que Anna había dejado su bufanda de seda en una fuente cercana y reflexionó: "tenía calor". Pensando en el lugar más cercano que estuviera fresco, vio el restaurante.

Corrió hacia el lugar y abrió la puerta, buscó en el primer piso sin resultado, por lo que se dirigió al segundo piso, donde vio a Anna en una pequeña mesa y gritó dirigiéndose hacia ella:

—¡Anna, tenemos que irnos!

—¿John? —preguntó Anna como si no creyera lo que veía.

—¡Sí!¡Ven rápido! —dijo John cogiéndola de su brazo y arrastrándola hasta la salida.

—¿Qué haces, John? —preguntó Anna confundida.

—¡Te estoy salvan...!

En el momento el restaurante explotó en pedazos. Una llama de fuego se presentó ante sus ojos y la onda los derrumbó. Se levantaron después de un momento y corrieron hacia el barco de John, un poco aturdidos. Allí entraron y fueron a su camarote.

—¿Cómo sabías que eso iba a pasar? —dijo Anna asustada.

—Yo... recibí una nota —respondió John mostrándole el papel a Anna.

—¿Sabes quién puede ser?

—No estoy seguro.

—Ahora sí que estamos en problemas.

—Tendrás que acompañarme. No estás segura sola.

—¡Yo solo quiero volver a casa! —dijo Anna desesperada.

Y así continuaron en el barco esperando llegar a Nueva Zelanda.

Un rescate imprevisto (historia vieja)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora