Capítulo 2. | Soy capaz de todo.

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10:15, St. John 's University, Roma.

Zara Di Ángelo.

Di pequeños toques en la mesa notablemente aburrida, los párpados me pesaban como si llevase varios días sin dormir. Parpadeé varias veces enfocando la silueta del profesor que no paraba de ir y venir de un lado a otro, me estaba mareando. Me encontraba en la clase de fundamentos de la psicología criminal, habíamos entrado hace unos quince minutos y ya estaba increíblemente cansada. Cuando decidí meterme en la carrera de criminología estaba eufórica, siempre me había atraído conocer las mentes perturbadas de las personas y saber que les hacía hacer tal cosa; también, había un trasfondo que no conocía nadie, me atraía ese mundo más de lo que me pudiese atraer cualquier cosa. Sentía que estaba invisiblemente conectada a esa peligrosidad y mi mente solo podía achacarlo a mi atracción hacia el riesgo.

Un toque en mi hombro hizo que mis pensamientos se esfumaran y girara mi cabeza hacia esa dirección. Constanza, una chica de pelo azabache y ojos marrones esperaba con una ceja alzada. La conocí el primer día que entré aquí y hasta el día de hoy habíamos sido compañeras, a pesar de que nos diferenciaban muchísimas cosas nos ayudábamos mutuamente en las clases. Ella era el doble de estudiosa y responsable que yo, era seria y pocas veces la veías reír, aun así estaba segura de que tenía un corazón gigante –cubierto de cemento– pero corazón, al fin y al cabo.

— ¿Estás prestando atención? — Susurró a mi lado. — Luego no vengas diciendo que te pase los apuntes.

Me recordó y yo asentí perezosamente. Sabía que lo decía con intención de espabilarme, pero siempre era ella la que se ofrecía a ayudarme.

— En principio, debemos aclarar que un delincuente no necesariamente es una persona que padece un trastorno de personalidad, sino que también puede tratarse de un individuo que a causa de ciertos estímulos comportamentales o cognitivos cometen un crimen o delito. — Mi vista se desvió al cuaderno de mi compañera y sonreí al ver que estaba copiando cada palabra que soltaba el profesor. Un carraspeo hizo que volviese la vista inmediatamente hacia el frente, dándome cuenta de que el profesor se encontraba de brazos cruzados con la mirada puesta en mí. — Señorita Di Ángelo, ¿podría decirme cuáles son los factores que inciden en un comportamiento delictivo?

La voz autoritaria del profesor hizo eco en la enorme sala, tenía una voz tan potente que hacía que te encogieses en el sitio. Todos los pares de ojos cayeron en mí y eso hizo que los nervios se incrementasen.

Venga Zara, lo sabes, no te quedes en blanco.

Respiré profundamente, el profesor esperaba paciente con una ceja alzada.

— El comportamiento social, la genética...— Me mordí el labio inferior.

Sabía que me faltaba algo, pero mi mente no se dignaba a colaborar. Le dirigí una fugaz mirada a Constanza en busca de alguna pista, pero ella solo se dignaba a disimular —sin éxito— una sonrisa.

— No existe razón o factor que obligue a una persona a cometer un crimen, señorita Di Ángelo. — Aclaró el profesor haciéndome saber que era una pregunta trampa.

Suspiré sin ganas, de todas las preguntas que sabía tenía que hacerme esa a mí. Dejó de mirarme para recorrer toda la sala y seguir hablando.

— Sin embargo, existen un conjunto de condiciones que aumentan la probabilidad o el riesgo de que una persona cometa delitos.

Mi compañera levantó la mano atrayendo la atención del profesor, éste le dio permiso con la mirada.

— ¿Entonces lo que ha dicho Zara no es válido? ¿El comportamiento social y la genética no influyen? — La observé, estaba realmente concentrada. El señor Bianco apoyó una mano en su barbilla pensativo.

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