II "La Búsqueda"

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La rutina es algo que nos afecta a todos, supongo. En algún momento de la vida te conviertes en esclavo de las responsabilidades y de lo que la sociedad espera de ti y el tiempo pasa... no se detiene para esperarte. El tiempo es realmente ingrato. Cuando somos jóvenes y estúpidos nos reímos de la monotonía pero al final el hastío nos afecta a todos. Algunos nunca lo notan, a otros no les importa, otros fingen que no les importa mientras que por dentro se corrompen lentamente y otros... otros simplemente no pueden soportarlo.

Supongo que mi vida era como la de los primeros. No notaba de todo lo que me estaba perdiendo, hundido en la burocrática rutina de un abogado de éxito. ¿Y qué me podía faltar? Tenía dinero, mujeres, todo cuanto podía desear y aun así quería más. Avaricia de poder, gula de éxito... ¿Cuándo iba a ser suficiente?

Yo no tenía ni idea de lo que la vida me tenía deparado ése 11 de noviembre.

Al principio pensé que era un día asqueroso. El día anterior un idiota había perdido los frenos de su moto y me había golpeado el parachoques trasero, por tanto mi auto estaba en el taller y no podía usarlo. Estaba enojado porque cada línea de taxis de la ciudad no tenía disponibilidad ¿Y qué esperaba? Era la hora pico y me dirigía al centro. Lógico que era imposible conseguir transporte. Entonces decidí hacer algo que no hacía desde mis días de adolescencia. A mis treinta y seis años volví a tomar el metro.

Caminando a la estación desde mi caro departamento me asqueé ante el deteriorado estado de las calles, sentía claustrofobia al estar rodeado de tanta gente cualquiera. ¡Maldición! ¡Qué esnob e irritante era!

El subterráneo no estaba mucho mejor. Un caleidoscopio de aromas nada agradable me golpeó con fuerza en las fosas nasales. Los cuerpos apiñados muy juntos empujando con inquina. Todos ansiosos, todos afanados en llegar a donde sea que quisiesen ir.

Me di por vencido en tratar de abordar.

Salí del camino hacia los laterales para apoyarme en una barandilla a esperar a que bajara la ola humana siempre presente en este complicado horario. Estaba enfadado, aburrido, cansado. Allí en la poco elegante barandilla me di cuenta de lo que me rodeaba.

Gris.

Todo era gris. Desde las paredes, los vagones, la gente vestida de tonos concordantes, el ánimo, incluso el cielo afuera era gris como el preludio de un aluvión.

¿El mundo siempre fue de éste color?

Entonces me observé a mí mismo.

Gris.

Yo también era gris.

Desde mi traje de etiqueta planchado, pulcro y sumamente caro, mis ojos grises, helados y sin emoción, hasta las vetas plateadas que comenzaban a anunciarse en mis sienes. ¿Cuándo mi vida comenzó a ser tan gris? Abrí mis ojos con horror al darme cuenta... de todas las cosas que había dejado atrás por estar siempre demasiado ocupado, por nunca mirar más allá de la superficie.

Miré el mundo que me rodeaba en ése apocalíptico momento tratando desesperadamente de encontrarle sentido a mi vida. Un sentido más profundo que el gris que se difuminaba a una velocidad vertiginosa y convertía mi cabeza en una reminiscencia de locura.

Y aquí en medio de este infierno de concreto, bajo la gris luz de la indiferencia, entre miles de caras parecidas, aburridas, deprimidas...

Vi un punto de color.

Como una elegante princesa de antaño lo lucía con orgulloso porte; aquel lazo rojo entre las castañas hebras de sus cabellos. Una chica hermosa aquella. Por un momento mi gris personalidad se apoderó de mí nuevamente y me hizo pensar que era estúpido. ¿Qué demonios me pasaba? ¡Estaba embobado por un duendecillo sólo porque llevaba puesto un lazo rojo en el pelo! Y sin embargo mis ojos no dejaban de mirarla... de absorber su figura como un famélico al alimento.

Un lazo rojo.

¿Era un grito de libertad? ¿Un coqueteo con el desastre? ¿Una muestra de su irreverencia?

¿Para qué engañarme? Estaba fascinado. Idiotizado como no lo había estado desde mis días de adolescente.

El siguiente tren llegó, ella sonrió y el eje de la tierra cambió... o al menos eso fue lo que yo sentí. ¿Era esto el famoso amor a primera vista? No lo sé. ¿Cómo podría saberlo? En mi cabeza sólo estaba la compulsión sobrenatural de seguirla, al tren, al cielo, al mismísimo infierno. Subí cerca de ella... pero sin hacerme notar demasiado. Yo sólo quería saber hacia dónde se dirigía, quería saber... su nombre.

La parte racional de mi cabeza me advirtió que en el mundo real las cosas no eran tan sencillas. Que ella, inconsciente de ser la salvadora de mi personalidad aventurera, podría considerarme un lunático. Maldición, era abogado, abogado mercantil, pero aún así recordaba a la perfección que el acoso es delito. Pero ¿Qué más podía hacer? Era un hombre preso de sus impulsos ahora... y ellos...

Ella no estaba.

En éste breve período de reflexión el tren se detuvo y ella salió... dejando atrapada su cinta carmesí en un saliente de la puerta automática.

La tomé y corrí tras ella.

La cinta quemaba en mi mano.

¿Dónde estás pequeña hada, duende, bruja que me has hechizado?

Desesperado corrí por las calles.

Mi hada ¿Dónde se fue?

Miré la cinta de seda que mi puño apretaba.

¿Dónde está?

No podía ser un producto de mi imaginación. 

¿Verdad?

Lazo RojoKde žijí příběhy. Začni objevovat